Festejo contenido
El Gobierno necesitaba hacer un gol. Hace tiempo. Empantanado en un problema al que el mundo no parece encontrarle final ni solución a la vista, el Ejecutivo pasó, en estos meses, de construir una identidad en la gestión de la pandemia a empezar a cargar él mismo con la impronta pasatista de los días de cuarentena.
En ese sentido, podrá decirse que se demoró demasiado, pero el principio de acuerdo con los acreedores que se alcanzó ayer no podría haber llegado en el momento más indicado. Si habrá sido grande la necesidad de un pleno que no hizo falta anuncio oficial o comunicado de los acreedores para desatar cierta euforia controlada; bastó con la primicia de periodistas económicos y la reacción extasiada del mercado.
El alivio llega tras un fin de semana frenético en el que se cumplió aquella máxima de que las horas más aciagas de una negociación son las que anteceden al arreglo. En efecto, para Argentina las cosas se habían complicado desde la semana pasada, cuando los tres grupos principales de acreedores emitieron un comunicado conjunto. En el mismo, ratificaban los términos de su contrapropuesta y advertían al país que contaban con las mayorías necesarias para bloquear cualquier intento de reestructuración parcial.
Las opciones de Argentina quedaron de pronto reducidas a aceptar las mejoras demandadas por los acreedores o dar por desierto el canje. Al límite de los plazos, el país actuó en dos niveles. Por un lado, instaló públicamente la posibilidad de no extender las negociaciones y priorizar en vez la discusión con el FMI, tratando de reconstruir un sendero de acción alternativo que hiciera creíble que no acordar estaba dentro de sus barajas. Por otro lado, a sabiendas de que no alcanzaba sólo con tensar la cuerda y que haría falta mejorar la última oferta, se retomaron las conversaciones para llegar a un punto medio de los 3 centavos por dólar que separaban a las partes.
Los términos del principio de acuerdo, según el comunicado publicado en la madrugada de hoy por el Ministerio de Economía, indican que Argentina pudo mejorar su propuesta en base no al aumento de los desembolsos sino a su adelanto en el tiempo. Una diferencia que podrá decirse es menor, en tanto que pagar antes sigue siendo pagar más, pero que hace más digeribles y consistentes las concesiones. Por lo demás, hay aspectos técnicos de la negociación que terminarán de resolverse en el transcurso del mes. En particular, no está definido aún cómo se reformularán las cláusulas contractuales que permitían la “reasignación” con la que el Gobierno amenazó en más de una oportunidad, y que los acreedores pretenden limitar en los nuevos bonos. Es un tema sensible, puesto que la fórmula elegida tendrá que satisfacer a las partes, pero además contar con la conformidad de la comunidad internacional. Argentina tiene una responsabilidad simbólica aquí, y no puede tampoco aceptar términos que vulneren unos estándares contractuales que se construyeron, en buena medida, como respuesta a la infausta experiencia del país en su conflicto con los fondos buitres. Sin embargo, se descuenta que no será este un obstáculo que impida llegar a un acuerdo.
El dramatismo del tira y afloja de estos últimos días puede llevarnos a olvidar un dato obvio que es el que permitía preservar tanto el optimismo como la perspectiva: la distancia había pasado de los 20 centavos por dólar iniciales a esta, finalmente saldada, de sólo 3. Era difícil que se escapara este final. Más aún, Argentina desde mediados de mayo, cuando recibió aquella primera contrapropuesta de los acreedores que reconocía los criterios de “insostenibilidad” del FMI, que discute este acuerdo en los parámetros que pretendía. Sin necesidad de comprometerse a reformas estructurales ni a políticas de austeridad, hace tiempo (tal vez, incluso, demasiado) que transita estas negociaciones sobre un escenario de base que ya de por sí era beneficioso para el país.
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En este sentido, daría la impresión de que el Ejecutivo, para no dar ventaja en la negociación y tratar de sacar hasta el último momento la mayor quita posible, imbuido en las conversaciones con los acreedores a veces descuidó los términos de la discusión pública. Hablar de últimas ofertas inamovibles cuya modificación acarrearía sufrimiento del pueblo (y que luego hubo de modificar) de seguro era necesario para plantarse con los acreedores en este sprint final, pero no debería terminar diluyendo en la opinión pública los méritos de un acuerdo que, se insiste, cuando se ve en perspectiva representa un alivio sustancial e inequívoco para Argentina.
¿Fue la noticia de que se pateaba el tablero, que publicaron el domingo los periodistas de línea directa con Olivos, un paso en ese sentido, una forma de dotar de heroicidad y mística la última milla de esta negociación eterna? De acuerdo a algunas crónicas, el acuerdo ya estaba gestado el sábado, lo que podría alentar esa especulación. En todo caso, si no empezó todavía, para el Gobierno es casi tan importante como haber cerrado los términos del canje el capitalizarlo ahora en sentido político y marcar el hito que representa en el camino para superar la terrible crisis que transita Argentina desde hace dos años. Porque para que los goles tengan efecto no hay que hacerlos solamente, también hay que saber festejarlos. Aunque sea un festejo discreto, contenido, impertérrito, al estilo Guzmán.