El dólar que está solo y espera
Los últimos días de este tortuoso año se desarrollan con una marcada calma desde lo financiero. La consolidación del dólar bursátil en torno a los $140, muy lejos de los casi $200 a los que supo amagar en lo peor de la corrida cambiaria, contrasta con el súbito nerviosismo internacional. Éste como consecuencia del problemático despliegue de vacunas y el surgimiento de una nueva cepa del coronavirus, y por el creciente ruido interno respecto al rumbo económico futuro.
El tipo de cambio se mantiene estable y lejos de la portada de los diarios, pero aquello sigue siendo producto más de una rectificación oportuna ante la crisis que de las perspectivas de un 2021 aún demasiado incierto.
Una calma conquistada
Este lunes, el Banco Central adquirió 150 millones de dólares en el mercado de cambios. Es la mayor suma en una jornada desde mayo, y se encadena a una racha positiva que permitió a la autoridad monetaria sumar unos 250 millones de dólares a sus arcas. De esta manera, podrá cerrar el año con reservas brutas cercanas a los 39 mil millones.
La estabilización de la divisa es el producto del giro hacia una estrategia agresiva de intervención, que ya nadie puede negar que dio sus frutos. Pero sobre ella se complementaron los factores estacionales, como la alta demanda de pesos que acompaña siempre el fin de año y la liquidación de la cosecha de trigo.
De la misma manera, intervienen otros elementos de carácter más contingente. En particular, el raid alcista del precio de los granos, explicado en buena parte por el debilitamiento del dólar con relación a otros activos.
En todo caso, este contexto favorable permitió al Ejecutivo una menor intervención directa en el dólar bursátil. Se enfocó en la emisión de nueva deuda para aspirar al aún considerable excedente de pesos en el mercado. Dos mecanismos principales utiliza a tales efectos.
El costo de estabilizar
Por un lado, el pasado jueves absorbió unos $43.689 millones mediante la colocación de Letras del Tesoro de corta duración. Ese monto fue sensiblemente mayor a los 12.632 millones que vencían este mes. La captación de este volumen de dinero que sobrepasa lo que debía refinanciarse permite reducir la necesidad de cubrir el rojo fiscal vía emisión del Banco Central.
Por otro lado, como alternativa de salida a aquellos fondos internacionales que quieren abandonar su posición en moneda local, siguió el proceso de licitaciones para canjear los bonos en pesos por otros en dólares. En efecto, el martes pasado se captaron más de 40 mil millones en instrumentos en pesos a cambio de una emisión de bonos por alrededor de 750 millones de dólares, con vencimientos al 2030 y 2035.
Esta es la polémica deuda al 16% que denuncia insistentemente la oposición, ya que implica ampliar el stock de bonos originados con la reestructuración, que hoy están rindiendo a esas tasas exorbitantes. Sin embargo, tal como apuntaron varios analistas, el Estado realizó estos canjes a un tipo de cambio equivalente al dólar bursátil, mientras que a la hora de pagar sus obligaciones adquiere divisas al valor oficial.
Si tomamos esta última cotización, la deuda tendría un rendimiento cercano a los siete puntos, aún considerablemente alto, pero menos de la mitad de lo que se señala con escándalo.
En todo caso, más allá de la discusión técnica, lo que hace que estas emisiones sean económicamente eficientes o no es la capacidad de aprovechar el margen que otorgan para ir generando un escenario de estabilidad consistente y sostenible en el tiempo.
Así como las intervenciones millonarias en el mercado de cambios que supo hacer el macrismo durante la corrida de 2018-2019, su justificación está dada sobre todo retrospectivamente, en función de si logran evitar una devaluación abrupta o solo postergan una corrección inevitable.
Valer el esfuerzo
En ese sentido, la posibilidad que brinda este mes para recomponer reservas es clave, no tanto por el volumen de dólares que puedan llegar a captarse sino, sobre todo, para establecer un cambio de dinámica que diluya las expectativas de devaluación e incentive a acelerar la liquidación de exportaciones evitando llegar extenuados a marzo.
La mejora en los números fiscales de noviembre permite pensar cerrar el año con un déficit cercano al 7%, menor del que se proyectaba en el peor momento de la pandemia, contribuye a brindarle sustento a un horizonte de normalización.
Sin embargo, empiezan a evidenciarse varias de las tensiones que están poniendo a prueba este sendero. En particular, los datos relativos a la inflación auguran que esa será la principal variable a seguir en el corto plazo.
Los precios subieron un 3,2% en noviembre, un número ya de por sí alto considerando la calma cambiaria, pero con alzas particularmente notorias en el rubro alimentos. Bajo estos parámetros, decisiones como la postergación del aumento de tarifas de los servicios se entienden menos como un capricho ideológico o el capítulo de una disputa interna, como una necesidad para anclar dinámicas igual de peligrosas.
De cara a un año del que se sabe aún poco, especialmente respecto a qué momento se dejará definitivamente atrás esta pandemia, el desafío del Gobierno estará ligado a su capacidad de no dilapidar el esfuerzo que costó la tranquilidad con la que cierra el año. Aquello demanda decisiones difíciles, pero sobre todo la habilidad de no desdeñar otras demandas, sino de contenerlas en un programa viable.