Grabois, el soldado del Vaticano que adoptó el kirchnerismo
Cuesta entender la facilidad que hay en Argentina para que sujetos sin mucha brillantez, con formación intelectual casi nula y con personalidad desagradable, lleguen a las cámaras televisivas de la política. Y no hablo de Néstor Kirchner, sino del militante Juan Grabois.
Para su ascenso hay varias explicaciones. Pero la más firme es que posee un free pass para usar los canales del Vaticano en la prensa y disposición absoluta de sus operadores. Los mismos operadores que tiene a su disposición son aquellos que arreglaron los más de $17.000 millones anuales que acordó con el Gobierno a principios de 2016 para su CTEP.
Un gobierno que en ese momento tenía la billetera dulce para pagar la resolución de problemas o futuros problemas. Además de un miedo a una revuelta fogoneada por el kirchnerismo que recién hoy se dan cuenta que hagan lo que hagan la van a padecer, o al menos sus intentos, como en diciembre pasado.
Grabois, que ahora es la flamante incorporación del cristinismo, solía correr por izquierda al kirchnerismo hace unos meses. Decía, por ejemplo, que el cristinismo no pudo o no quiso encuadrarse en la "dialéctica marxista" en la que él está inmerso y que, por eso, por no profundizar hacia el marxismo total, fracasó la gesta del "vamos por todo".
El ascenso del marxista Juan Grabois solo se explica con el free pass otorgado por el Vaticano para disponer y operar en los medios de comunicación.
Hoy, en las reuniones del Instituto Patria seguramente tendrá más espacio para explicar de qué se trata esa innovación llamada "dialéctica marxista". Seguramente es lo que le falta al cristinismo y a la Argentina, un marxismo más acabado.
Fuera de este delirante lenguaje de facultad tomada en la que se habla la política de hoy en el país, no es rara la ascendencia de estos personajes. Coinciden perfectamente con el cuadro psicológico stalinista-trotskista en los que se sienten emancipados un 25% de la población que es estrictamente kirchnerista. Una marginalidad irreductible.
El discurso de destrucción social sin margen de positividad alguna, el resentimiento social que ya no va solo contra "los chetos", sino contra el peronismo, la clase media, los judios, la UCR, los heteros y contra cualquier figura social-antropologica-racial que tímidamente esboce algún tipo de salida próspera para el pais, pasa a ser el enemigo.
Una filosofía de pandilla marginal al estilo banda de skinheads de los '90 o punks de los '80, pero con una caja de billetes enorme que se nutre de lo robado en el gobierno anterior, aportes vaticanos y dinero que les regala el enemigo flácido que los gobierna.
Grabois entra a la pandilla con sus libritos y lecturas precarias de guevarismo jesuita friendly para dar un poco de contenido a una organización que solo tiene como sistema de convivencia la depredación de las cajas estatales.
A uno le sirve para tener una estructura electoral y a los otros les sirve para tener alguien que a prima facie parece ser más limpio que sus puntas de lanzas mediáticas en debacle como Aníbal Fernández, Guillermo Moreno o Luis D'Elía.
Pero Grabois tiene el mismo problema que las otras "lanzas". Le encanta escucharse, es adicto a los medios y se cree a sí mismo como un futuro prócer legendario. Lo que olvida este personaje -y el resto de los jefes de orgas- es que el bronce viene con gestión positiva y fagocitando la unión nacional. Los resentidos se mueren con lo robado y al poco tiempo desaparecen de la historia.