La soberbia de Francescoli le cerró las puertas a Vangioni
Se veía venir: un lateral zurdo, joven y con gran proyección tenía los días contados en River Plate, una de las vidrieras más grandes del Mundo. A pocos sorprende la pronta partida de Marcelo Saracchi al fútbol europeo por unos cuantos millones de euros.
Sin embargo, lejos de culpar al uruguayo por perseguir sus sueños en nuevos horizontes, su salida desnuda dos problemas de diferente calibre. En primer lugar, el escaso aporte de marcadores de punta que hacen unas divisiones inferiores desmanteladas y corroídas por las gestiones de José María Aguilar y Daniel Passarella que, aún hoy, pese a los esfuerzos y minuciosos controles de Marcelo Gallardo, todavía luchan por dejar terapia intermedia y pasar a una sala común.
Por otro lado, y mucho más grave, queda en evidencia, nuevamente, la soberbia de Enzo Francescoli, un director deportivo que tira de sus éxitos como futbolista y como ídolo para sostenerse en un puesto para el que no está preparado. Por supuesto, sería mucho más fácil y sintético atacarlo por su salario, publicando su contrato, o descalificarlo por sus grandes torpezas a la hora de declarar. Pero no, los argumentos moralmente correctos son suficientes para sostener los próximos párrafos.
En los últimos días, y atento a la venta de Saracchi, el apellido Vangioni volvió a copar los pensamientos de todos los hinchas que se ilusionan con volver a conquistar un trofeo internacional y que reconocen en él a un lateral de jerarquía necesario e indispensable para un equipo ganador. Lamentablemente, la ilusión duró poco. Según dejaron trascender a medios partidarios, la llegada del santafesino es más que complicada porque debería hacerlo con el pase en su poder, ya que la dirigencia de River no está dispuesta a abonar ni un solo peso por un jugador que se fue en condición de libre.
La soberbia de Francescoli primó a la hora de decidir repatriar al lateral izquierdo ganador del Torneo Final 2014, la Copa Campeonato, la Copa Sudamericana, la Copa Libertadores, la Recopa Sudamericana y la Copa Suruga Bank. Incluso, su soberbia triunfó en detrimento de los intereses del club más grande de Sudamérica. Así como también lo hicieron su inexperiencia y falta de visión cuando Leandro Chichizola, Lucas Boyé, Ariel Rojas, Carlos Sánchez y Marcelo Barovero emigraron, al igual que Vangioni, con el pase en su poder.
Es entendible que Francescoli se sienta traicionado por el ex Newell's, pero sus inseguridades debería tratarlas con un terapeuta y apartarlas de cualquier decisión profesional. Aquellos mediocres que deseen ver el lado negativo de la salida del Vangioni podrán argumentar igual que el mánager, pero quienes piensan en grande y ponen al club y al escudo por sobre cualquier apellido entenderán que es el indicado para aspirar a no repetir los errores del pasado más reciente.
Eso sí, si por algún motivo quieren justificar la infantil postura de la dirigencia desde lo económico, recuerden que River abonó 6 millones de dólares por los pases de Luciano Lollo y Marcelo Larrondo. Y los sueldos suman otros millones más.
Es entendible que Francescoli se sienta traicionado por Vangioni, pero sus inseguridades debería tratarlas con un terapeuta y apartarlas de cualquier decisión profesional.
Aunque no debe ser tarea fácil comandar un proyecto futbolístico que no lo necesita, desde su asunción como manager deportivo, Francescoli se esforzó para ir a destiempo con una dirigencia que dio cátedra sobre cómo sanear a un club desde lo económico y deportivo. Quizás lo social llegue en el segundo mandato.
La contratación de jugadores representados por Paco Casal, su compatriota, socio en numerosos negocios e involucrado en el FIFAgate por coimas, debieron servir como alarma para advertir que aquella transparencia que D’Onofrio, Patanian y Brito alardeaban y levantaban como bandera de gestión no iba en sintonía con los planes del uruguayo.
Ahora, la soberbia se pone el traje de mánager y decide el futuro de un equipo que representa el sueño y la pasión de miles que domingo a domingo se brindan enteros por el escudo, los colores y la bandera. Por un club que es más grande que cualquier apellido.