Gallardo, mi buen amigo
No debería ser una noticia: Gallardo se queda en River. Gallardo siempre se queda en River. Se quedó cuando necesitó tomarse de unos días para ordenar su cabeza después de ganar la Copa Argentina 2016. Se quedó cuando su primer contrato se extinguía y muchos pensaban que su ciclo estaba cumplido después de tantos y tan lindos años. Se quedó cuando fue despedido Bauza de la Selección Argentina y su nombre asomaba naturalmente como candidato a sucederlo. Se queda ahora, cuando el mandato de Sampaoli se interrumpió tan temprano por lo decepcionante que fue su Mundial y su faena en la Mayor. Pero no debería ser noticia.
No debería ser noticia porque todos sabemos lo que piensa Gallardo sobre esta conducción de la AFA. Porque es un tipo muy previsible: no hace falta haberlo tratado muchas veces como para adivinar lo que pasa por su cabeza ante equis situación, porque es transparente por naturaleza. Así es incluso con sus jugadores. No sabe disimular. Una vez me contó que cuando está cruzado prefiere ni salir al campo de juego a dirigir los entrenamientos porque se le nota mucho y no quiere contagiar al plantel y a su grupo de laburo.
Así es como después de un tiempo ya todos sabemos perfectamente qué piensa el Muñeco sobre la gestión de Angelici y Tapia en la AFA. Y también sabemos que no toleraría, después de cuatro años a gusto en River -incluso con sus malasangres- trabajar en medio de un desastre organizativo y sobre todo con gente que, por decirlo amablemente, no le simpatiza. ¿Alguien se imaginaba a MG trabajando con el presidente que no le entregó su medalla de campeón, con el vice que lo acusó de llorón antes de la final de la Supercopa? ¿Con la gestión que lo hizo y lo hace mantenerse con la guardia alta? Imposible.
Tal vez alguno haya especulado con su silencio elocuente durante la pretemporada de River mientras la AFA y Sampaoli montaban un circo: entre las operaciones berretas y canallas que le hicieron al deté a través de sus voceros o medios afines y una postura dignoflexible -si se me permite el neologismo- de Sampaoli, ya absolutamente solo peleando con un escarbadientes contra los molinos de viento por sostenerse en un puesto en el que no lo quería nadie, ni la gente, ni los jugadores, ni los dirigentes, ni su propio equipo de trabajo que le terminó renunciando en la cara.
Que Gallardo no hiciera declaraciones durante esas horas posteriores al Mundial de Argentina a algunos les pareció sugestivo. Otros, cercanos a la cúpula de la AFA, se llegaron a ilusionar con que las diferencias podían arreglarse "con un café". Irónicamente, ésa manera de pensar es justo la metáfora perfecta de lo que Gallardo no tolera de esta conducción: todo es desprolijo, atado con alambre, pero con un alambre medio trucheli, así nomás. Por eso ni debería ser noticia que amablemente hoy haya declinado una eventual posibilidad de Selección.
No debería ser una noticia que se queda en River, tampoco, porque Gallardo ya dijo que se quiere quedar en River para siempre. No con esas palabras, claro, pero lo dijo. Y ni siquiera porque trate de aferrarse a un puesto: el día que no tenga más energías, explicó, se irá. Pero Gallardo quiere seguir en River incluso cuando él no esté más en el club. Quiere ganarse la tercera vida de la que hablaba Manrique en las Coplas a la muerte de su padre: perdurar en el tiempo y trascender lo físico.
Y no sólo quiere perdurar en el tiempo por el recuerdo inexorable que le confiera dejar las vitrinas henchidas de trofeos, algo que de hecho ya se ganó hace rato. Lo de Gallardo es más ambicioso. Quiere dejar una estructura que siga funcionando cuando él no esté, un engranaje para que sus sucesores y el club lo aprovechen en el futuro. Una base que tenga cimientos en los juveniles, una infraestructura y un método de trabajo adquiridos. Por eso se quedó en River. Se quedó en River para luego quedarse para siempre. Y los hinchas se lo deberíamos agradecer.