El collar isabelino
Una noche durante una pretemporada me dijo que dos años y medio como técnico de River para él habían sido diez. Hoy Gallardo cumple cinco o 20 años en su cargo: parece mucho pero no es nada respecto a la eternidad a la que él mismo se condenó. Ese seis de junio de dos mil catorce irrumpía en la sala de conferencias del Monumental con un semblante beatle que hoy podríamos ubicar en el contorno estético que separó al jugador del técnico y spoileaba secretamente parte de lo que sería y de hecho es el ciclo más inolvidable de todos los tiempos.
Decía que había nacido “para esto”, para los grandes desafíos, que quería redoblar la apuesta, que nadie podía conformarse con lo que se había logrado durante la no menos breve que necesaria fase reparadora a cargo de Ramón Díaz, que iba a tratar de que la gente creyera en su equipo y se identificara con él, que buscaría respetar la cultura del club recurriendo al convencimiento y no a la obediencia indiferente de los futbolistas. Hablaba del sentido de pertenencia, ése por el que quiso volver al club siempre que estuvo afuera. Que primero estaba River, segundo River y tercero River y que nadie por más exitoso que fuera podría ponerse por encima. Decía que veía golpeado a Ponzio pero que lo podía recuperar. Fuera de micrófono admitía que soñaba con tener a Pratto y a Scocco. Fue hace cinco años pero bien pudo haber sido hoy o ayer.
Diez títulos después Gallardo sostiene su discurso y su esencia, que son la misma cosa. Esa naturaleza que le impide perder tiempo en pajas que evoquen a sus propios hits, que le nubla la big picture de su obra. Me lo dijo él, también: que no lo ve. Que no es un tarado, que sabe lo que se logró, que sabe lo que significa, pero que no puede pensar con sentido histórico las cosas que le van ocurriendo, que para eso necesitará tomar distancia. Para darse cuenta de que en cientos de años se seguirá hablando de él, de que su estatua estará por siempre al lado de la de Angelito custodiando el Monumental.
No puede: apenas logra mirar hacia adelante como si fuera un perro con un collar isabelino, de esos blancos que yo de chiquito pensaba que eran lámparas-veladores. Es, creo, uno de sus secretos: esa lógica del segundo a segundo rasante. Pensar con sentido histórico puede relajar después de las grandes hazañas pero sobre todo provocar vértigo antes de enfrentarlas: esa noción abismal de falta envido que sentíamos todos los hinchas de River y de Boca antes de la final de todas las finales. Al día siguiente de que el fútbol se terminara, en el lobby del hotel de Madrid, nos dijo a un grupo de periodistas que el miedo a perder ese partido era una soberana estupidez, que no podía entenderlo. Con un hilito de voz le contesté que estaba re loco.
[No leas esto, Muñeco.
No puede mirar hacia atrás y tomar real conciencia de que ya es el técnico más ganador de la historia de River con diez títulos. Que es el entrenador argentino que más estrellas sumó en un club superando a Ramón en River, a Bianchi en Boca (nueve), a Simeone en el Atlético de Madrid (siete) y a Zubeldía en Estudiantes (seis). Que llegó a ser el mejor deté del mundo según el World Club Ranking. Que ganó el premio a mejor entrenador de América en la encuesta anual del diario El País. Que en cinco años consiguió más títulos internacionales (siete) de los que acumulaba River en más de medio siglo (cinco). Que sumando sus etapas de jugador y DT participó en nueve de las 12 vueltas olímpicas que dio el club a nivel internacional y en tres de las cuatro Libertadores: sospechamos que en la edición de 1986 no estuvo sólo porque la Conmebol no le permitió firmar planilla (o dirigir) con diez años de edad. Que desde que asumió transformó a River en el rey absoluto del continente muy lejos de los otros campeones de este período (siete contra apenas dos de Gremio, Atlético Nacional, Santa Fe e Independiente y uno de Paranaense y Chapecoense) y ni hablar del clásico rival: un 7-0 inolvidable que advierte con una crudeza reveladora lo que fueron estos años de fútbol en Argentina y Sudamérica. Que llegó a una final internacional después de 11 años, que ganó un título de ese rango tras 17, y una Libertadores tras 19. Que en este ciclo logró dejar a River como el líder de la tabla histórica de la Copa Libertadores superando a Nacional y a Peñarol. Que fue bicampeón internacional por primera vez en la historia del club (Recopa 15 y 16). Que eliminó a Boca de un torneo internacional por primera vez en la historia del club. Que ganó un torneo internacional a más de dos partidos de manera invicta (Sudamericana 14). Que su River fue el primer equipo del fútbol sudamericano que fue al mismo tiempo campeón vigente de todas las competencias (en 2015 lo era en la Sudamericana, Libertadores y Recopa). Que llegó a tres semifinales de Copa Libertadores en cuatro años (como Ramón entre el 96 y 99) y a dos de Copa Sudamericana. Que desde junio de 2014 sólo Massimiliano Allegri (11) ganó más títulos que él a nivel mundial y que sólo la Juve y el PSG dieron más vueltas que River (aunque todas a nivel local), que está en la línea del Real Madrid. Que logró la mayor racha de partidos invictos de la historia del club (32 en 2018, superándose a ¡sí mismo! cuando entre él y Ramón llegaron a 31 en 2014). Que le ganó una final a Boca por primera vez en la historia (Supercopa 18) y que luego lo superó en ese rubro con la final más importante de todos los tiempos. Que les ganó en duelos directos a todos los clubes grandes del país (a Boca cuatro veces, a Racing, Independiente y San Lorenzo, una vez). Que ganó dos veces consecutivas el superclásico en la Bombonera después de 24 años. Que fue el primer campeón de América de la historia que de octavos en adelante eliminó a cuatro campeones del mundo (Racing, Independiente, Gremio y Boca). Que de 56 cruces eliminatorios (28 locales y 28 internacionales) superó 45. Que en series de Libertadores tiene 83,3% de efectividad (10 de 12). Que ganó 10 finales de 13 y que se quedó con todas las que jugó a doble partido y en ninguna de ellas necesitó de los penales. Que superó el récord de San Lorenzo de victorias consecutivas en un mismo torneo en la era del profesionalismo con 16 triunfos al hilo en la Copa Argentina entre las ediciones 2016, 2017 y 2018. Que en 2017 quedó a un solo triunfo de igualar la marca histórica del club de victorias consecutivas jugando como visitante (fueron 10 entre Copa y campeonato, y en 1937-38 habían sido 11). Que levantó el pagaré de ganarle a Cruzeiro, la bestia negra histórica de River (y en la que fue acaso la mejor victoria del club de visitante en Brasil). Que hizo lo mismo con Racing en duelos mano a mano. Que su equipo fue el primer equipo sudamericano en hacer ocho goles en un partido de playoff de Libertadores (8-0 a Wilstermann) y el primero que levantó un 0-3 en la ida en 17 años. Que consiguió que su River obtuviera el récord de imbatibilidad en la historia del club con Armani y su defensa, superando nada más y nada menos que el registro del gran Amadeo Carrizo. Que estiró la leyenda de las finales ganadas en el Monumental. Que es el deté más duradero en el club desde Labruna. Que durante su ciclo se vendieron jugadores por unos 107 millones de dólares. Que Bianchi, otra bestia, arrancó a dirigir como Gallardo a los 35 años y a los 43 (la edad del Muñeco) todavía no había ganado títulos mientras MG ya tiene 11 (10 en River y uno en Nacional): el primero del Virrey le llegó a los 44, con Vélez en el Clausura 1993. Que ganó trofeos que no estaban en las vitrinas (Sudamericana, Recopa -tres-, Suruga Bank, Supercopa Argentina y Copa Argentina -dos-). Que es uno de los ocho hombres que lograron ganar la Libertadores como jugador y como técnico en toda la historia. Que fue el técnico que ganó el primer título internacional de River jugando como visitante (Recopa 2015 contra San Lorenzo). Que de 258 partidos dirigidos ganó 133 y perdió 52 (61% de efectividad). Que…
Gallardo no puede mirar hacia atrás y tomar conciencia de todo ese choclo. No. Y los récords y las estadísticas de planilla de Excel son lo de menos, apenas una parte de un todo que va mucho más allá de los números, incluidas las copas en las vitrinas. Por ahora no lo ve, y mejor para River que no lo haga, porque ahí es cuando el hechizo tal vez se rompa. Aún no puede].
No puede mirar hacia atrás, aunque ahora que vuelvo a ver su presentación oficial juraría que ese seis de junio estacionó el DeLorean en el garage del Monumental y nos dijo todo lo que iba a pasar.