Centurión: más allá de un semáforo en rojo
Tuvieron que pasar 5 días para que alguien declarara algo sensato sobre el episodio de Ricardo Centurión. “Nadie justifica lo que hizo, pero no le caguemos la vida, de última que se la cague él. El sorete que lo filmó seguramente no lo hace con todos”, dijo el jueves a la tarde Lisandro López cuando le consultaron por su compañero. Licha es un perro verde en el ambiente del fútbol: ejerce la autocrítica como ningún otro jugador argentino, reconoce sin tapujos lo que otros jamás reconocerían. Y entiende a la perfección que Centurión, a contramano de lo que pasa con él, sí es uno más en el mundillo futbolero.
De hecho, Centurión es la punta de un iceberg tan grande que podría cargarse a diez Titanics. Es la visibilización concreta de miles y miles de pibes que como él necesitan de la pelota casi de manera exclusiva para intentar insertarse en una sociedad que los carajea y excluye prácticamente desde que nacen. Porque el fútbol es la única vía de escape que mantiene a Centurión no muy lejos de un universo violento y marginal. Si no fuera un deportista profesional sería muchísimo más conflictivo de lo que ya es, o directamente no sería nadie, porque ya no estaría vivo, como muchos otros chicos que fallan en el intento de ser futbolistas y de los que nadie sabe ni habla.
¿Por qué la opinión pública le exige a Centurión que apueste a un mundo que jamás apostó por él?
Está claro que, como declaró Lisandro, a Centurión no hay que justificarle nada. Lo que no está claro es qué hacía ese policía de tránsito de la Municipalidad de Lanús filmándolo y hablándole en tono sobrador, y cómo es posible que ese video apareciera tan sólo una hora después en todos los portales de noticias y canales de tv. El periodismo en general apuntó y machacó con saña evidente sobre lo que ya era de público conocimiento desde hace mucho tiempo: que el jugador tiene serios problemas de conducta fuera de la cancha, y algunos son mucho más graves que pasar un semáforo en rojo, porque no hay que olvidar la denuncia por violencia de género que su ex pareja le hizo hace casi 2 años. Pero pocos, excepto Lisandro López, se preguntaron qué hizo el mundo para evitar que Centurión sea como es.
¿Por qué la opinión pública le exige a Centurión que apueste a un mundo que jamás apostó por él, ni por su familia, amigos, vecinos y todo aquello que lo protegió de alguna manera desde que apenas era un pibito?
Villa Luján es un asentamiento que está cerca de Sarandí, en Avellaneda. Uno de esos barrios marginales que la masa mediática nunca muestra, como sí lo hace por ejemplo con la Villa 31, que fue sometida una lavadita de cara superficial para que los ricos ya no le tengan tanto miedo a esos lugares, pero que sientan el mismo desprecio de siempre. Los medios no muestran Villa Luján porque, como en muchos otros barrios precarios, pocos se atreven a ingresar, excepto los que viven y laburan ahí. De verdad allí el Estado está totalmente ausente hace décadas. Entonces en esas calles, pasillos, casitas y baldíos existen costumbres y hasta normas propias.
De esa marginalidad casi absoluta viene Centurión, que a los 5 años perdió a su papá, un humilde operario de una fábrica ilegal de pirotecnia. Su mamá tuvo que salir a trabajar de lo que sea, y él y sus hermanos se criaron con la ayuda de familiares y vecinos, en una zona en la que los vicios están ahí, tan cerca que es más fácil decirles sí que no. Para los tipos como Centurión, cualquier cosa que tenga que ver con la autoridad, siempre fue sinónimo de problemas. Porque la única ley en Villa Luján es que si hay quilombo, la policía sigue de largo. “Me agarrás a mí pero no te la bancás y no ponés el pecho con los transas”, le resumió al policía en plena discusión. Ningún periodista reparó en esa frase. Sólo jugaron a adivinar si estaba borracho o muy borracho.
Después llegó el intento de soborno y la hipocresía de todos. Como si nunca nadie hubiera intentado acomodar con guita a una autoridad después de cometer una infracción. Y como si nadie jamás hubiera discutido con un policía y maltratarlo a la vista de todos, cosa que le pasó –aclaro, le puede pasar a cualquiera- al actual técnico de la Selección a fines del año pasado. A Sampaoli no lo ajusticiaron de la misma manera, y estamos hablando de un profesional que por su formación y cargo sí debería exponer un comportamiento ejemplar. No es necesario ser un sociólogo o psicólogo experto para entender lo que le pasa a Centurión y a los que los que vienen de donde él viene: pelea por ser uno más, por insertarse, comportarse como “corresponde”; choca una y otra vez contra la adaptación y la realidad. Pero no puede dejar de sentirse ajeno, porque en todo momento lo hacen sentir diferente, casi como a un extranjero, en una sociedad que antes de que naciera ya había estigmatizado hasta a sus papás y a todo lo que los rodeaba.