Bart, deja ese cuchillo
-Qué alegría, Guille, gritaste mucho el gol de Pablo Pérez sobre la hora.
-Sí, porque nadie nos supera. ¡Nadie nos supera! Y a mí un episodio no me va a cambiar, ni perder con River.
Hace unos veinte días, y con esa especie de oxímoron explicado que fue decir que nadie lo supera aclarando que River sí lo había hecho, Guillermo Barros Schelotto daba las primeras muestras de lo lógicamente afectado que quedó Boca después de la final en Mendoza. Su equipo acababa de ganarle sobre la hora el campeonato local a Talleres. El festejo del capitán insultando, fuera de sí, a un plateísta (o a varias plateas juntas), y la declaración posterior del propio entrenador no remitían precisamente a lo que más o menos la humanidad ha acordado llamar felicidad.
-Guille, ¿fue penal el de Real Madrid contra Juventus?
-No, para nada. Como tampoco fue el otro.
Hace una semana, la herida seguía sin sanar: a Barros Schelotto le volvían a preguntar por algo que no tuviera nada que ver con River, pero él respondía sobre lo único que ocupa, evidentemente, sus pensamientos: River. La referencia no muy sutil del técnico al claro penal de Cardona a Nacho Fernández en Mendoza fue una muestra más de que al Mellizo podían consultarle si prefiere las medialunas de grasa o de manteca y su inconsciente se las iba a ingeniar para que hablara del partido del 14/3. “Me gustan las de manteca, pero no me afectó en absoluto perder contra River”.
En las últimas horas, el mundo Boca ha empezado a resignificar ese evidente penal de Cardona a Fernández con la intención estéril de desprestigiar la victoria de River, la tercera consecutiva en un mano a mano. Y hoy lo linkean, además, a un supuesto penal por mano de Verón el último domingo en Avellaneda contra Independiente, que por lo visto también los superó: casi casi que denuncian por robo y asesinato agravado al juez Penel por una jugada en la que nadie pudo ver que la pelota tocara la mano del pibe del Rojo después de quichicientas mil repeticiones desde todos los ángulos y a todas las velocidades. He escuchado decir, incluso, que “la mano no se ve, pero por intuición debió ser cobrada”.
Boca ha empezado a resignificar ese evidente penal de Cardona a Fernández con la intención estéril de desprestigiar la victoria de River
Qué vergüenza que el réferi no sancione una falta que no sucedió, ¿no? ¿No tiene imaginación? Deberían echarlo. Bueno, algo así sucedió: el pobre Penel, que en principio había tenido una calificación muy buena de parte de la comisión arbitral por el partido del domingo, mágicamente fue mandado a dirigir la BN, mientras que Beligoy (de un arbitraje casi lindante con lo parcial en Boca-Talleres) y Pompei (un juez que nunca estuvo entre los mejor considerados y que está en el declive de su carrera) fueron designados para arbitrar la definición de un torneo que Boca tiene en el bolsillo desde hace rato. No hacía falta.
Y ahí, otro punto que hoy está en la agenda del mundo Boca: la AFA bostera, que según ellos no es tal cosa. Quedó demostrado, dicen, porque Loustau sancionó un penal que fue penal de Cardona a Fernández y porque Penel no sancionó un penal que no fue penal de Verón en Avellaneda. El presidente la Nación, clave en el armado político de la lista única que ganó las elecciones de AFA, es hincha y ex presidente de Boca (y no descarta volver a serlo en un futuro); el presidente de la AFA es hincha de Boca; el vicepresidente primero de la AFA es el presidente de Boca; el presidente del tribunal de disciplina de AFA es hincha de Boca (de estrecha relación con Angelici, según se apreció en escuchas telefónicas); el presidente del tribunal de apelaciones de AFA es de Boca; el presidente del tribunal de ética de AFA es de Boca; el presidente de la comisión electoral de AFA es de Boca; el secretario de deportes de la Nación es de Boca; el CEO de la Superliga es simpatizante de Boca; la Selección Argentina, después de décadas, pasó a ser local en la Bombonera; La 12 será la hinchada oficial de la Selección en el Mundial. Y podríamos seguir. Sin embargo, el poder del fútbol argentino, dicen hoy desde el mundo xeneize, está muy lejos de relacionarse con Boca. Tal vez tengan razón.
Personalmente, creo que hoy Boca no se soporta a sí mismo. No soporta ser el equipo del poder, pero mucho menos soporta que así y todo River lo haya dejado en la lona otra vez. Se crean un mundo para resistir la insoportable levedad del ser, se intentan convencer de que la Superliga los hará muy felices, que nadie los supera, que no los afectó otra derrota con River, que los árbitros le tiran en contra y que a River lo benefician por todo lo que se quejó en su momento, y que no se olviden de que hace ya siete años River jugó en la B, la carta para cerrar cualquier discusión en la que ya agotaron argumentos válidos. Por eso derrapan públicamente los protagonistas y también sus voceros: porque ya no se soportan. Como los malos de Batman cuando ya están agonizando, que empiezan a decir cualquier batata.
En la intimidad, porque tengo muchos amigos bosteros, te dicen otra cosa. Te dicen que Guillermo es un técnico medio pelo, que Pablo Pérez no puede ser el capitán del equipo, que Tevez no da para más, que el arquero no te salva nunca. Y, sobre todo, que el equipo sigue siendo muy flojito para jugar las finales, para esos partidos con River que marcan una época. Yo no creo que sea así: Boca tiene un equipazo, un mediocampo que podría ser titular en cualquier selección, que sin brillar va a ganar caminando el torneo local y que, al contrario de aquellos equipos del Vasco Arruabarrena que sí se vieron un poco verdes para enfrentar a River, Barrios, Nández y Pablo Pérez te comen el hígado, meten como locos.
El tema, creo yo, es que Gallardo es demasiado bueno, un monstruo para las finales: y contra eso no hay mucho que hacer. Cualquier autocrítica o teoría conspirativa queda pequeña. Gallardo es el que los dejó así, buscando explicaciones, manoteando el aire y los molinos de viento, hablando de River sin que nadie los inste a hacerlo; como esa ex niñera de Bart que, ya vieja y con cara de loca, con un ojo que se le guiña solo y meciéndose en una silla, no puede dejar de repetir “Bart, deja ese cuchillo, déjalo Bart”. Después de todo, parece que hay alguien que sí los supera.