Tengo un amigo al que voy a llamar Pepe.

Lo conozco desde que tengo cuatro años. Creo. No sé si el número es exacto, pero tengo el recuerdo borroso de haberme cagado encima en el jardín y habérselo confesado a él. En una especie de recreo. La imagen de esa memoria está toda pixelada, pero sí recuerdo sentir muchísima vergüenza y conciencia verdadera de lo que implicaba eso incluso en aquella micro sociedad infantil. Así de hace mucho que lo conozco.

Muchas personas de esa sociedad enana que éramos en salita de cuatro hoy siguen siendo mis amigas. El camino nos llevó a todos por lugares e ideas muy distintas. Para la izquierda a un puñado de ellos, para la derecha a los demás, en un porcentaje algo mayor. En ese abanico de ideologías e idiosincrasias que quedó trazado hay ahora libertarios, anarquistas, progresistas y neoliberalistas. Yo soy el peronista del enjambre.

Pero, más allá, entiendo que de alguna manera nos une más el tiempo que llevamos conociéndonos que cualquier otra cosa. La acumulación de historias en común genera un clima favorable para el asado y la carcajada. Y, en éste tipo de oportunidades, por lo general no se dan grandes bataholas de discursos políticos encontrados. Por eso, en los encuentros suelo divertirme mucho al ver cómo se fue ajustando cada personalidad al paso del tiempo. Todo parece lógico si uno saca cuentas del otro: estamos donde se notaba que podíamos llegar a terminar. Y esa recapitulación me divierte.

Cuando se empieza con la 125 o la presión fiscal en Dinamarca, me hago el boludo. Porque ya sé con qué bolsos me van a revolear, y, a la vez, tampoco creo que a ésta altura de la vida vaya a convencer a ninguno de ellos, los conozco y ellos a mi. Entonces no me gasto, y me divierto escuchando lo que se dicen.

Pero la cuarentena, como toda situación de emergencia social, empezó a desencadenar ciertos comportamientos quizá propios de lo que genera una anormalidad semejante. Eso lo empecé a leer particularmente en los distintos grupos de Whatsapp, y, por supuesto, también en éste donde estamos juntos todos estos ex equecos con delantal que ya pasamos los 30.

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Pepe es una buena persona. Creo que no se ofendería si leyera que yo resumo su pensamiento como un sub derivado personalizado del coaching ontológico, con cierta inclinación por el espiritualismo y una visión meritocrática de la sociedad.

Pepe siempre le dio mucha importancia a su salud y siempre hizo mucho deporte al aire libre. Hacía tanta actividad, que ahora que no la hace, dice que su cuerpo la necesita y suena entendible. Hace un deporte que no voy a especificar para no llevar la discusión hacia el eje del estereotipo. Entiendo que esta abstinencia le cabe toda la gente que hacía deporte en grandes espacios abiertos y por suerte, o lamentablemente, no es mi caso. Aunque me muero por jugar al fútbol 5, pero eso es una interpretación bastante personal de lo que es el deporte. A lo que voy es que creo que puedo imaginarme cuántas ganas de moverse puede sentir estando encerrado.

Este grupo de whatsapp, tiene pinceladas de menemismo, otras de marxismo dogmático, y algunos salpicones de lo que directamente llamo canibalismo social. Porque hay ciertas cosmovisiones que no puedo interpretar más que como la de salir a devorarse al prójimo cueste lo que cueste y defecarse en pensar colectivamente. Por eso para no calentarme al pedo, muchas veces leo la charla del día sobre el titular de turno y evito ir al choque al pedo si es que hay alguna catarata de mensajes reaccionarios apilándose. En los virtuales casos que lo considero útil, si leo alguna burrada ofensiva o la siento teledirigida, voy por privado con la mejor intención a consultar si entendí bien.

Pepe ahora anda en una. Arrancó más pro cuarentena que yo, que al principio me quería cortar los huevos y después fui entendiendo, y no al revés, qué es lo que me parece tremendo.

Es como cuando se salía a aplaudir a los médicos en los balcones, cuando en las guardias todavía pasabas estornudando como el orto y nadie siquiera te miraba raro.

Foto NA: JUAN VARGAS

Nos cagábamos tanto de risa que había uno que pidió sushi medio porongueando a la vida y así todo había gente que se emocionaba escuchando el himno. Acá no pasaba NADA. Pero ahora, que se está empezando a usar Tecnópolis para llevar contagiados como deseaban, quieren salir a correr.

Yo lo entiendo. Yo también tengo ganas de romper todo, tuve un hijo el 16 de marzo. No saben las ganas que tengo de que esta mierda pase. Camilo ya pesa casi 10 kilos y todavía no pudo ver a su familia junta. Es un posteo de Instagram más que un familiar. No lo comparo con “las ganas de correr”, pero si entiendo muy a flor de piel el nivel de sentimientos que uno anda reprimiendo por estos días.

No es fácil, pero es lo mejor.

Para colmo, hace una semana falleció el abuelo de Caro, mi pareja, después de contagiarse coronavirus en el geriátrico en el que estaba. Mi suegro no se pudo ni despedir. Es como que además del tiempo hasta la muerte se hizo más liquida.

Por todo esto, quizás en el grupo de chat no vengo hablando mucho. Y hoy Pepe tuvo un quilombo. Para resumir, en un acto confeso de desobediencia civil salió a correr por la zona norte de la Provincia de Buenos Aires, cuando no está permitido.

Según cuenta este amigo, el quilombo se trató de un ida y vuelta con un policía que le cuestionó su actitud tras frenarle el trote para preguntarle qué hacía.

Pepe, según explicaba ahí en el grupo, se terminó escapando.

El acto quedó sometido al debate grupal y, como viene siendo costumbre, hice un silencio que ni siquiera sé si habrá proyectado mi desaprobación general de todo lo relatado. Porque no me quiero pelear porque un tipo quiere ir a correr. Lo entiendo y es una cagada el encierro. Pero, bueno, da la sensación que más allá de la ansiedad patológica que lógicamente empezamos a sentir, venimos aguantando bastante bien en el plano social.

El sacrificio que estamos haciendo de forma mancomunada es económico y eso es revolucionario. Verdadero sacrificio de corazón y bolsillo.

Porque ya sabemos que la cuarentena no es joda, y sépanlo los que piensan que somos stalinistas quienes estamos a favor del aislamiento social obligatorio. Lo padecemos, extensión a extensión, en cada discusión de Whatsapp y en cada día sin brasas chispeando y la familia a los gritos entre abrazos y el perro ladrando. Daríamos la vida por eso. Y en algo así andamos.

Así que bueno, Pepe, vos sabés que te quiero a pesar de las posturas. Y ahora te voy a mandar este texto por Whatsapp para ver si te parece bien que lo publique. Para que a la vez entiendas por qué hoy un poco te putee cuando te leí en Whatsapp, e hice silencio. Dejate de joder que ya falta menos y, como todo esfuerzo, seguro traerá buenos resultados.