La demanda de la austeridad obligada
En aquellas personas caracterizadas por un pensamiento de corte individualista suele brotar la idea de que quien pretenda observar el juego con una perspectiva colectiva debe renunciar a sus privilegios, heredados y adquiridos, para poder así legitimar su ideario. De caso contrario, consideran que existe una contradicción invalidante.
Como consecuencia de la omnipresencia de este argumento atrofiado en su enfoque aparece una tara mental en esos sujetos vinculada a una suerte de fanatismo moral por el prejuicio de lo que un porteño supone que es uruguayo que responde como ejemplo perfecto a lo que llamo “demanda de austeridad como justificativo moral de la existencia”.
Puede ser sintetizado en: “Pepe Mujica era guerrillero y en su declaración jurada sólo tiene un autito y no como los zurdos de acá”, como probable respuesta a un músico de ideología, llamemos, progresista que cobra por tocar en un show.
El demandante de austeridad no va a ver que el músico cobra lo que vale un show de él o ella: la cantidad de iluminadores, sonidistas, instrumentistas, ingenierxs de sonido, su talento y el valor de mercado del mismo en determinado momento.
El demandante ve consciencia social y pide filantropía.
Ese pensamiento inclinado por cierta justicia que traiga mayor felicidad a cuantas más personas sea posible suele resumirse como “popular”. Y siempre las ideas salidas de ese campo, o que lo comprendieran al menos, me resultaron más atractivas que aquellas propias de lo emanado por la aristocracia, oligarquía, o como elijan llamarla.
Ese interés cultural más cercano a la masa, a la realidad verdadera, siempre hizo que mis interlocutores reaccionaran de inmediato con la solicitud de credenciales de pobreza. Todo para poder portar algún manojo de ideas solidarias.
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“Es fácil pensar como vos cuando tu papá te paga la obra social”, es una frase que escuché mucho mientras crecía. Aún siendo imposible para mí trabajar en aquella época, al menos legalmente, se me exigía eso como legitimación por proponer a alguna conversación nimia un mínimo foco social.
El árbol genealógico del que caigo tiene a los Saenz Valiente, los Bullrich, los Robirosa, los Pueyrredon y otros pesos pesados de las grandes ligas de familias autopercibidas como tradicionales.
En el contexto de competencias permanentes de gramaje de apellidos en el que crecí, cualquier disidencia que planteara con mi perspectiva se desactivaba con el contraste supuestamente discordante de mis orígenes y privilegios, con las bases de mi ideología.
La persecución del fantasma de la demanda de la austeridad obligada no cesa. Porque suelen ser aquellos con ideas más individualistas los que sienten que pensar de otra manera no les conviene. En cierta forma, es así: toda convicción suele conllevar un sacrificio. Pero no un martirio, porque así no hay civilización posible.
Es como si esta fuera la forma discursiva que toma el neoliberalismo moderno para fagocitar tu individualidad con perspectiva colectiva, para conveniencia de la minoría que sostiene este funcionamiento del sistema.
Se dice que es mala educación hablar de plata. Pero el problema no es la guita. El tema es cómo te la ganaste, y sobre todo saber si la repartiste en su justa proporción. Cumpliendo con tus deberes legales e impositivos, se supone que tu deuda con el colectivo ya está saldada. Si te discuten hasta el sanatorio a donde vas a hacerte kinesiología porque dijiste que te parece sensato tener un Ministerio de Salud, es que la idea es que nadie sea privado de nada que se merezca. Ni al que le sobra de algún lado y quiere hacer lo que desea, ni al que le falta y hay que compensarle su suerte.
La vida en este mundo es una infinita carrera de postas y al que le toca la curva más larga tiene que arrancar a correr desde más adelante. Porque el que corre por adentro tiene ventaja deportiva. Y pelear porque eso pase no tiene que ver con el lugar de salida que te fue asignado.
Así que si alguna vez te tildaron de hippie con obra social porque alguna vez te mostraste a favor de que en este juego haya un poco más de fair play, y te salieron con la demanda de austeridad obligada, el protocolo de acción es el silencio.
No hace falta dejar el iPhone y agarrar un FAL, ni regalar las zapatillas y pasar a la clandestinidad de la yunga tucumana. La suerte es loca y al que le toca le toca y no puede quedar la vida sometida a la carambola. Al menos no si te importa un poco el prójimo. Y eso no tiene nada que ver con el lugar en el que te tocó largar.