¿Por qué Leo y nuestras otras estrellas del firmamento futbolístico sufren tantos momentos en los que parecen perder su mojo? ¿Está demasiada alta la vara? ¿Estamos siendo demasiado exigentes para con sus delicados egos veinteañeros? ¿Son pechos fríos? Sí y no. Lo que les pasa a Leo y a varios de sus compañeros, EMHO, puede definirse de muchas maneras.

Pecho frío:

El pecho frío sufre, se angustia, está asustado, apocado, atribulado, acongojado, acobardado. Porque no lo pusieron en el puesto que le gusta e imagina un complot en su contra o porque un rival le metió un patadón intimidatorio en el minuto 2 del partido que lo tiene a mal traer. A veces está acuciado por el llamado síndrome del impostor y supone que es cuestión de tiempo hasta que un suplente le quite el puesto. El pecho frío está superado por las circunstancias y ni siquiera se siente capaz de ensayar algún histrionismo tribunero que le valga el favor de la hinchada rústica. No hay que descontar que en muchas ocasiones, el pecho frío no es más que víctima de un rival superior.

Lagunero:

Es diferente al pecho frío, aunque muchas veces se los confunde. El lagunero tiene, justamente, “lagunas”. No se autosabotea como el pecho frío sino que simplemente se va de tema, se distrae. Tal vez está pensando en la novia o supone que se olvidó abierta la llave de gas. No parece cansado ni impotente, sólo ido, ausente. No está acuciado por la presión o la angustia. Su problema es más bien el hastío, el tedio, acaso la falta de compromiso, identificación y/o empatía con sus compañeros o con el estilo de juego que le impone el técnico. A veces el lagunero es un tipo que juega para complacer a su padre. No pocas veces, el lagunero es un tipo que ya no tiene nada que probar y tiene el puesto asegurado. El lagunero suele ser egoísta, juega para sí mismo, quiere tirar tres caños o meter un gol olímpico y le nefrega el resultado.

Sprezzatura:

Sprezzatura es un concepto acuñado en el siglo XVI por el diplomático y escritor lombardo Baldassare Castiglione para describir el arte de realizar tareas de gran dificultad sin afectación ni aparente esfuerzo. Paradójicamente, manejarse con sprezzatura suele ser una artificio porque por lo general el sujeto ha practicado mucho para simular espontaneidad y proyectar naturalidad. En moda es habitual definir como sprezzatura al estilo supuestamente décontracté, casual o laid back, que en realidad está hiperproducido al milímetro. Ernest Hemingway, dicen, se jactaba de que escribía de un tirón, a lo macho, de pie, sin pensar ni corregir. Era muy importante para él ser percibido como un prosista sin titubeos que, como dicen en inglés, shoots from the hip. No obstante, existirían pruebas de que, en efecto, don Ernest corregía y mucho. Habría manuscritos llenos de tahaduras, anotaciones el bies, capítulos enteros descartados e incluso finales alternativos de varias de sus obras más famosas. Otro coloso de la sprezzatura, Sinatra, era famoso por faltar a los ensayos con su banda y llegar a los shows tarde, con alguna copa de más y listo para improvisar. Nunca quedó del todo claro si su fraseo levemente fuera de tempo, sello inconfundible de su estilo genial, era deliberado o más bien consecuencia de pequeños olvidos y falta de ensayo. Carlos Gardel tenía una fama similar: cuando no aparecía para una función lo tenían que ir a buscar al hipódromo. En nuestra forma de entender el fútbol es FUNDAMENTAL la sprezzatura. El problema: el talento es condición necesaria pero no suficiente, la sprezzatura exige mucha, muchísima práctica y cuando se hace a medias o con fisuras es un papelón. Cuando a la sprezzatura se le va la hilacha, fracasa brutalmente. Exhibit 1: el seleccionador ricottero que supimos conseguir.

Choke artist:

Un concepto yanqui para el que no encuentro traducción exacta. Tiene alguna vinculación con el lagunero y el pecho frío pero es diferente. El choke artist (“to choke” es atragantarse) pierde su efectividad y confianza en los momentos clave empujado por un exceso de concentración. El sujeto está tan pero tan concentrado que sobrepiensa, se traba, pierde naturalidad y coordinación. Sufre de parálisis por exceso de análisis. El síndrome del choke artist afecta mucho a deportistas que necesitan precisión: el jugador de básquet que yerra free throws, golfistas que se ponen tensos, arruinan su swing y la tiran al agua, quarterbacks que titubean y pifian pases. 

Los futbolistas, y todos los deportistas en mayor o menor medida, son matemáticos. Es incontable la cantidad de operaciones geométricas y físicas que inconscientemente entran en juego para pegarle un raquetazo a una pelota y que cruce una red. Ni hablar de patear un tiro libre desde 30 metros para poner una bola de cuerina llena de aire en un espacio de 40 cm de diámetro como puede ser la cabeza de un delantero o el ángulo de un arco. Esto, obviamente, no se puede pensar en tiempo real. Tiene que ocurrir con lo que podríamos llamar “memoria muscular”.

Las cábalas son fundamentales en los deportes no tanto por superchería paranormal sino como mecanismos de concentración y relajación. Tics y supersticiones diversas no son otra cosa que rituales para enfrentar la incertidumbre, conductas que ayudan al deportista de alta competencia a “no pensar”, a fluir, a dejarse llevar por los reflejos condicionados aprendidos a lo largo de años y años de entrenamiento y experiencia.

Disculpas por las obviedades pero el fútbol argentino es lo que es. Once individualidades jugando contra sus propios traumas y complejos. A veces también contra el reglamento, la lógica y las leyes de la física. Si mira demasiado al pizarrón o al rival, el jugador argento se traiciona, se bloquea o simplemente se apaga. El que espere ganar con tiki taka, bielsismo, juego aéreo inglés o asedio y demolición estilo alemán se va a decepcionar (si es hincha). Y si es técnico va a fracasar. Para mí.

Los dejo con una digresión que no viene al caso pero me resultó afortunadísima. El Bichi Borghi, que está comentando muy bien los partidos del mundial en la TV hispana de EEUU, hizo un comentario notable: en un partido de fútbol argentino uno puede tapar el marcador y se sabe claramente quién va ganando sólo con ver el lenguaje corporal y el planteo táctico de los equipos. El que va aganando se repliega y traba el partido mientras que el que pierde se ve forzado a arriesgar. En el fútbol inglés, por otro lado, si uno hace el ejercicio de tapar el marcador es imposible saber quién gana o pierde, juegan siempre igual, con ese juego aéreo y dinámico tan particular que por alguna razón es muy ineficaz en certámenes internacionales.