“Que la legalización del aborto no tape el reclamo de Ni Una Menos”, dice la mamá de Ángeles Rawson con Baby Etchecopar, que se regodea con la declaración porque cree que boicotea al feminismo. El femicidio de Ángeles fue uno de los casos bisagra en Argentina. A cuatro años del primer Ni Una Menos hubo “descontento” con la marcha del lunes pasado, porque se tiñó de verde aborto y “se politizó”. 

No hay ni una menos sin aborto legal. Primero, por las muertas por aborto clandestino. Pero también, por lo que representa el aborto ilegal: las mujeres concebidas como ciudadanas de segunda. Mujer no es sinónimo de madre. La decisión sobre el propio cuerpo es fundamental. Si no, no hay ni una menos ni feminismo que valga.

La primera marcha, el 3 de junio de 2015, estalló en el país, para sorpresa de propios y ajenos, como un grito de furia colectivo después de tantos femicidios. Bolsas de consorcio, violaciones y descampados. Una película de terror basada en hechos reales. Con toda esa furia, salimos a la calle. Y claro, estábamos todas y todos. Las y los feministas entendíamos el reclamo que viene detrás de que no haya ni una mujer menos en Argentina: la igualdad política, social, económica y cultural entre los diversos géneros. 

Ahí radica el cambio con la marcha del lunes pasado. A la furia colectiva por los femicidios la calmó la agenda de los medios hegemónicos. Con el dictamen de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo tan cerca, y con la revolución mediática, cultural y social respecto del aborto, hubiese sido hipócrita que el propio movimiento, que ruega que el país entero deje de mirar para el costado, imponga otro eje. 

Bienvenidos sean, entonces, los que no marchen porque están en contra de la legalización del aborto, porque aunque nada es más ridículo que el termómetro feminista, no se puede ser feminista y estar en contra de la legalización del aborto. Además, en el primer Ni Una Menos, los oradores fueron Juan Minujín, Maitena y Érica Rivas. Los tres tenían el pañuelo atado a su cuello a la hora de leer el documento unificado arriba del escenario. 

El movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis crece a pasos agigantados y suma cada vez más adolescentes, que saben que no solo quieren que no las violen, sino que quieren andar por ahí de minifalda y piernas abiertas, sin ser condenadas por eso. La revolución va más allá de que no nos maten más. 

La “politización del Ni Una Menos” fue otro argumento para intentar desestimar la marcha. En las asambleas organizativas se definió, con el aval de todas las organizaciones presentes, que el eje de convocatoria sea a favor del aborto legal y en contra del FMI. Las políticas de ajuste golpean sobre todo a las mujeres, si tenemos en cuenta que, estadísticamente, trabajan más y ganan menos. Además, es una manera de demostrar que es el movimiento más organizado del país y el primero que le hizo un paro de mujeres al gobierno de Macri, el 19 de octubre del año pasado. “¡Qué organizadas que se nos ve, que las mujeres dirijan la CGT!”, reza un cantito feminista. 

Lo personal es político. Bajo esa premisa creció la segunda ola de feminismo en Estados Unidos en los ‘60, la ola que arrasó con todo. Hasta ese entonces, las mujeres vivían con normalidad la opresión en sus casas y en sus camas. Hasta que empezaron a juntarse: lo mismo que le pasaba a una, le pasaba a las demás. No tener ni voz ni voto a la hora de tener relaciones sexuales con sus propios maridos, ser amas de casa por default, no trabajar ni estudiar. 

Las reuniones entre mujeres para entender la opresión del sistema como un hecho político y no como casos aislados fue el punto de inflexión. El despertar feminista fue la revolución en las casas y en las camas. Y hasta el día de hoy se mantiene que “lo personal es político” como bandera de lucha. Después, hay que diferenciar político de partidario, pero eso no hay ni que explicarlo, ¿no?