Será en la troposfera, a 30 mil pies de altura. Ahí comenzará Mauricio Macri a obtener precisiones sobre la viabilidad del plan de reformas más ambicioso que lanzó desde que se colgó la banda presidencial. En pleno vuelo a Nueva York para ofrendarle su triunfo electoral a Wall Street, el primer empresario que llegó a presidente de Argentina podrá conversar en profundidad con tres gobernadores opositores sobre los cambios en materia tributaria que quiere tener aprobados antes de que termine el año.

Con identidades, trayectorias y edades distintas, los peronistas Juan Schiaretti y Gustavo Bordet coinciden en algo con el socialista Miguel Lifschitz: no quieren ceder un peso de lo que recaudan Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe.

Fue el faltazo del sanjuanino Sergio Uñac -el pejotista modelo que ganó en octubre- lo que definió que, a último momento, el santafesino se subiera al avión oficial. Para Macri, es todo ganancia. Los gobernadores no sólo escenificarán en Manhattan la pata del diálogo que a Cambiemos le gusta propagandizar. Además, dibujarán entre los tres el mapa de la pampa húmeda fértil de la que nació, hace ya casi 10 años, la resistencia de base sojera contra el kirchnerismo.

Después de perder con el oficialismo nacional en sus propios distritos, los tres viajan casi como trofeos de la guerra electoral en la que el peronismo se había acostumbrado a vencer. Sin embargo, a su regreso se hermanarán con otros 20 gobernadores para resistir una doble presión: la de la Casa Rosada para que ajusten sus presupuestos provinciales y la de María Eugenia Vidal para que de algún lado surjan los 50.000 millones de pesos anuales que le corresponderían a Buenos Aires si -tal como parece- estamos ante la probable resurrección del Fondo del Conurbano.

Cuando bajen a tierra, Schiaretti, Bordet y Lifschitz tendrán que prepararse, casi sin respiro, para sentarse el 9 de noviembre en una larga mesa de la residencia de Olivos. Será el momento de comenzar a librar formalmente una batalla por los recursos de resultado incierto.

La reforma tributaria que elaboró Nicolás Dujovne ya recibió críticas de las provincias, incluso oficialistas como Mendoza, que mandaron a decir -en la voz de la vicegobernadora Laura Montero- que el ministro de Economía “no entiende nada de economías regionales”.

La pulseada por la plata no es clave sólo porque gobernar es cortar el tocino. También porque con Macri se pone a prueba un ensayo nunca antes visto. El Mauricio más poderoso nació de las urnas y resulta desconocido para todos. A través suyo, no sólo respira un proyecto que exhibe un respaldo social, hasta hace poco, impensado. Además, en él habita el fracaso de más de 70 años de gobiernos no peronistas y el intento más ambicioso de una alianza de derecha que llega al poder por los votos y que crece desde la Casa Rosada.

El Presidente cuenta con ventajas inestimables: tiene enfrente al peronismo dominante durante décadas que hoy se mueve como un jinete sin cabeza y puede beneficiarlo con su fisura. También a una sociedad opositora que debe revalidar su fortaleza ante coordenadas más complicadas. Por eso, su problema no está enfrente sino adentro: en una economía de ajuste que se sostiene con deuda y aún necesita probar si es capaz de crecer con las mayorías adentro. Y en la propia estirpe de Macri, la encarnación de un team leader de la política que no tiene espejo donde mirarse: porque todo lo afín que se probó antes se vino a pique en forma recurrente, astillado por la crisis.