Mauricio Macri quedó en el centro de la escena política después de la catarata de entrevistas de las últimas semanas, aunque también lo ayudó Alberto al reelegirlo como antagonista y lo ratificó el kirchnerismo con las cientos de réplicas de la promesa best seller de Santiago O’Donnell. ¿Tiene algo de novedoso el Macri que asoma después de meses de bajo perfil? El ex Presidente probablemente siga pensando lo mismo que cuando dejó la Rosada, aunque hay algo en sus formas que llama la atención. Macri parece hablar con menos frenos y se mete en temas que en otro momento hubiera esquivado. Su transformación coincide con el alejamiento de Marcos Peña, que durante los últimos años operó como el ángel en el hombro que le avisaba hasta dónde era prudente llegar. “Mauricio, no hables de política”, fue su mantra y fue su límite. “Mauricio, decile a la gente lo que quiere escuchar”, lo apoyaba Durán Barba. Sin sus asesores, Macri descubrió que hay una audiencia que festeja su radicalización. Hay gente que lo que quiere escuchar es a él.

“Mauricio siempre fue así, era así en privado”, lo describe un ex asesor con el que tenía diálogo permanente. Durante la campaña de 2015 Macri se puso un bozal. Repitió un speech armado, sabiendo que se perjudicaría si se le escapaba decir lo que en verdad pensaba sobre ciertos temas. En la presidencia sus intervenciones también fueron coacheadas, aunque soltó algunas frases border como cuando en 2016 habló de “guerra sucia” y puso en duda el número de desaparecidos. Pero incluso las provocaciones eran medidas, porque siempre estuvieron dirigidas a un sector que le resultaba inaccesible. Hacia el fin del mandato, con el empuje de las plazas, mostró su faceta más dura. En ese entonces, la mano diaria de Peña servía para lavar en la comunicación oficial lo que se veía sin filtros en su cara de euforia cuando se confesaba “celeste” al grito del “sí, se puede”. Hoy su equipo de discurso sigue intacto -lo asesoran Hernán Iglesias Illia, Julieta Herrero y Hernán Lombardi, entre otros-, pero sin Peña en los mensajes ya no hay mesura, sino que salen a la luz con su componente más salvaje.

El nuevo Macri se anima a dar definiciones políticas, como cuando admite que se equivocó al delegar negociaciones en Frigerio y Monzó. “Siempre está tratando de borrarse, de eximirse. Lo tiene realmente muy incorporado, hasta se cree la película. Y siempre hay un fusible para despedir cuando las cosas no salen”, opina Mariano Macri en el libro de O’Donnell. La frase deja al descubierto que la lógica de indultarse no cambió, pero tal vez la novedad sea que en su pase de facturas hay definiciones. Cuando dice que “con Monzó no, con Frigerio no”, cuestiona un modo de hacer política que no piensa repetir. Y el cambio no es sólo discursivo, porque Macri se encarga de decirle a cada dirigente que recibe en su casona de Acassuso que quiere construir candidatos “propios” en todos los distritos. Ya no delegará a terceros ese armado ni se contentará con alianzas con radicales o peronistas, porque quiere leales, quiere puros. Habla de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos. Nunca tuvo una lógica de presionar por los suyos, sino que cedía lugares para cerrar. “En 2021 va a jugar fuerte”, anticipan desde su entorno.

Mientras “empodera” a Larreta como empleado del mes, juega a subirle el precio a Alfredo Cornejo y dirigentes provinciales para mostrar que hay un abanico de opciones. También le dice a Horacio que no hace falta un “parricidio” y sorprende con ese término de alto impacto, poco común para la política. Más allá del extendido análisis freudiano de matar al padre, la dureza de la palabra que elige es propia del nuevo Macri, que sin tibieza le acelera la interna a Larreta. Desde el macrismo instalan que el armado de Larreta en el interior es “caótico”. En la Ciudad hoy eso no preocupa, porque apuestan a que hay tiempo para construir la marca de Larreta, aunque admiten que la dificultad estará en que se mantenga competitivo y pueda contener una interna precipitada que apostaban a desatar recién después de 2021.

Larreta juega en tándem con María Eugenia Vidal, en un apoyo que ya empieza a reflejarse en la Provincia. La ex gobernadora puso a Cristian Ritondo a trabajar junto a Diego Santilli. Hace 10 días en un asado con dirigentes bonaerenses organizado por Ritondo en Capital, Santilli cayó con encuestas personales que lo dejaban bien parado y aseguró: “Yo estoy para acompañar a Cristian en lo que sea”. La nueva alianza generó una agonía prematura del “grupo esmeralda” del PRO con el que soñaba Jorge Macri. El primo del ex Presidente organizó a sus pares para mostrarle los dientes a Santilli, pero hace un par de semanas todos empezaron a recibirlo en sus municipios y se calentó la interna en la Provincia.

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Cuando Larreta potenció su imagen nacional, en el Gobierno tomaron nota del error de subirlo al ring. Por eso en la Rosada festejaron cada aparición de Macri y se encargaron de reponerlo como jefe de la oposición. "Hay dos líderes en la Argentina: Alberto Fernández y otro que encabeza la oposición, que es Macri", resumió este fin de semana Gabriel Katopodis. En un espejo a la estrategia de Marcos Peña con Cristina y en un país que vive corrido por la urgencia, nadie ignora que levantar a Macri puede que sea sólo pan para hoy. Macri sabe que todavía no puede ni amagar con una candidatura, sólo podrá hacerlo si los números mejoran y si la interna lo beneficia. Mientras tanto, disfruta el protagonismo mientras escribe su propio libro con final abierto.