Si cambia tan rápido, nada cambió
Hay que tenerle odio al periodismo. Fiel al estilo que ha caracterizado al kirchnerismo por años, el anuncio tenía que ser algo que molestara puntualmente a los trabajadores de prensa. Cientos de columnistas sentándose a escribir nuevamente en su franco, las editoriales utilizando la tirada del día para realizar figuras de papel maché y los kioscos de diarios envolviendo huevos con la edición del día. A las nueve de la mañana, el diario era viejo, pero para eso estamos nosotros.
Las redes sociales estallaron con el anuncio de la fórmula presidencial Ferández-Fernández y aparecieron los comentarios previsibles: "Alberto al Gobierno, Cristina al Poder", como analogía a las elecciones que llevaron a la presidencia a Héctor Cámpora en 1973 y desconociendo que ni Juan Domingo tenía ganas de lidiar con la cámara de senadores. Luego vino la comparación de Cristina con María Estela Martínez de Perón, otra bestialidad de esa mala costumbre de creer que la historia tiende a repetirse una y otra vez, dando por sentado que Alberto Fernández se empoma a Cris, o que está cerca de la muerte por anciano, o lo peor de todo: que es un tipo manejable al que se pueden sacar de encima como si nada hubiera pasado.
La dinámica del anuncio es interesante: alterar los ánimos en el inicio del fin de semana y que no se hable de otra cosa. Que no se hable de otra cosa en nuestros círculos de redes sociales y grupos de interés. Afuera el mundo sigue girando. Tendencia automática en todas las redes, las radios quemando los teléfonos de cuanto funcionario o ex funcionario se les cruce. Incluso algunos se deben haber sorprendido, como Ginés González García, a quien el teléfono no le sonaba desde que usaba un Startac.
Realizar un análisis con la noticia tan fresca es complicado, pero la mañana de la radio ayudó bastante. El nivel de alegría que manejaban las emisoras era notable. Por un lado, conseguir audiencia un sábado a la mañana es algo para descorchar champú caliente. Segundo, cierto dejo de nostalgia que no sorprendió. Y es que Alberto Fernández es recordado por muchos periodistas de la vieja guardia como el dialoguista, el hombre que frenaba a Néstor, el tipo que cuando Kirchner se calentaba por una tapa de Clarín llamaba por teléfono para bajar un cambio. Otro segmento de los colegas más veteranos estaban exultantes, como si extrañaran sumar puntos de rating victimizándose porque el kirchnerismo los trata mal. Y mejor ni hablar de los que extrañan aquellos años de publicidad oficial hasta en las revistas de crucigramas.
Pero al igual que toda comparación hay que tener un punto de partida. Y convengamos que, al ver como se comportaba el resto del kirchnerismo en su relación con la prensa, cualquiera podría haber quedado como un dialoguista entre guantes de box y ruptura de periódicos en cámara. En lo personal considero que es un tipo que nunca se ha negado a una nota, sonriente, amable y contestando, lo que quiere, pero contestando. Y que al despedirse te sonríe mientras te tira un "portate bien" mirándote a los ojos.
Un copado que te deja pensando en si quiso darte un saludo o un consejo.
Ahora, políticamente, no quisiera estar en el lugar del kirchnerista no peronista, ese que se sumó en los tiempos de Nuevo Encuentro y que vieron en Cristina una figura abarcadora. Tener que comerse el sapo de Alberto Fernández pareciera ser difícil, pero todo parece indicar que lo han digerido de forma exprés. Si la jefa lo pide, se hace.
Si bien el currículum de Alberto Fernández antecede al kirchnerismo, esto es algo que a pocos les importa: todos tienen un pasado y poco ha interesado a la hora de votar. En ese sentido, que haya sido funcionario de Menem en la Superintendencia de Seguros, nos tiene sin cuidado. Su performance como gran armador de elecciones, en cambio, puede fallar.
En 1999 fue por Duhalde-Ortega. Años extraños en los que Alberto laburaba en la campaña a la par del presidente del grupo BAPRO del entonces gobernador, Horacio Rodríguez Larreta. En el año 2000 volvió a apostar por un armado electoral presentando la fórmula Cavallo-Béliz para la jefatura de gabinete de la Ciudad de Buenos Aires. No solo armó, sino que fue candidato a legislador. Ganó Ibarra. En 2003, ya al frente del Grupo Calafate, le acercó al presidente Duhalde un candidato que no le diría que no y que tenía algo de dinero para bancar la campaña. Su primer éxito electoral se vio un poquito ayudado por tener a todo el aparato del gobierno haciendo campaña, y otro poquito porque en frente tenía a Carlos Menem y el flamante defaulteador Adolfo Rodríguez Saá.
Podría considerarse que el año 2007 fue el de su gran altibajo, dado que Cristina Fernández de Kirchner ganó cómodamente en primera vuelta –a pesar de que Alberto insistía por la reelección de Néstor–, pero también fue el año en el que le pareció una idea brillante no apoyar a Jorge Telerman para las elecciones porteñas y que Néstor Kirchner propusiera, en su lugar, a Daniel Filmus. Una decisión tan errada que dio inicio a dos carreras: la de Mauricio Macri como figura política relevante y la de Daniel Filmus como perdedor serial. En 2008, Alberto ya estaba desgastado y se le notaba en la cara y las canas. Si lidiar con el humor de Néstor era complicado, hacerlo con el temperamento de Cristina resultó toda una aventura que terminó por eyectarlo del poder tras el revés de la 125 en el Senado y luego de meses de tensión entre el Gobierno Nacional y el sector agropecuario, el impulsor del boom de recaudación a costa del hambre de los cerdos chinos.
No hace falta irse tan lejos en el tiempo, todos podemos cambiar de opinión habiendo transcurrido tantos años. Por eso, quizá, el ejercicio sea hacerlo con cosas más cercanas, como cuando en 2013 Alberto decía que él no había cambiado, que los que cambiaron eran los que firmaron un pacto con Chevrón, impulsaron la ley antiterrorista y suscribieron un tratado con Irán.
Ya que hablamos de Irán, en enero de 2015, mismo tiempo de lo que separan dos mundiales, el Fernández de Fernández afirmaba que Alberto Nisman era la víctima número 86 del atentado a la AMIA. No lo dijo en un café, sino en una columna de opinión en el diario Clarín. En 2017, menos años atrás de lo que se tarda en terminar una tecnicatura en periodismo, Alberto se defendía de quienes lo acusaban –junto a Massa, otro triunfazo electoral del gran armador– de haber contribuido al triunfo de Mauricio Macri: “Yo hubiera jurado que Moreno, Boudou, la inflación, el pacto con Irán y Milani tuvieron algo que ver con el triunfo de Macri".
"Cristina tiene una distorsión enorme de la realidad" y "La Argentina que dejó Cristina es una Argentina enferma, con un déficit fiscal muy importante y con inflación", (Animales Sueltos, diciembre de 2015); "Cristina dirigió una etapa patética del peronismo" (Twitter/Perfil, enero 2017); "Cuando Nisman me contó eso (la investigación) le dije que la mejor prueba del encubrimiento es el tratado; el tratado es el encubrimiento" (Infobae, febrero de 2015); "Yo no sé si lo que odió Cristina es lo que hizo López o que lo hayan descubierto" (Télam, septiembre de 2017) y sigue a tal punto que el propio Horacio Vertbitsky lo acusó de golpista y de haber deslizado la falsa renuncia de CFK tras la 125.
El amor de Cristina por Alberto quedó resumido en la entrevista que le dio a Jorge Ríal, cuando afirmó que la fusión entre Cablevisión y Multicanal sobre el final del mandato de Néstor fue idea de su jefe de Gabinete. Pequeñas diferencias que pueden salvarse. Quién no tuvo algunas diferencias de este tipo con algún amigo. Boludeces que a nadie importan a la hora de salvar la ropa Patria.
Lo único que resta esperar ahora es cómo vendrán las encuestas de 30 casos en un asado, o las que vienen sin ficha técnica directamente, y que hasta anoche, no más, decían que la única vía de que Macri perdiera era con Cristina de Presidente. A primera vista, Alberto Fernández es mucho, muchísimo más moderado que Cristina, pero vaya punto de comparación.
El kirchnerismo duro votaría cualquier fórmula que incluya a Cristina aunque el candidato principal sea Roberto Navarro. El antikirchnerismo duro no votaría una fórmula que tenga a Cristina ni aunque su acompañante sea Winston Churchill. En esa enorme franja de indecisos es dónde se da la pelea del voto: Alberto Fernández es sinónimo de consumismo en 50 cuotas, de teles que se compran en un Mundial y se terminan de pagar después del siguiente, del menemismo con derechos humanos y el 3 a 1. Pero quedó tan lejos en el tiempo que ni siquiera estuvo más de la mitad de los años totales del kirchnerismo en el Poder.
Si algo cambia tan rápido, no cambió nada. Quizá Córdoba haya influido. Quizá Cristina haya reconocido que con ella al frente era difícil y apostó por un candidato distinto. Y es que Alberto será kirchnerismo de buenos modales, pero kirchnerismo al fin, y esto es una gran diferencia con todo lo que representa el cristinismo de los años subsiguientes: Kicillof, Nuevo Encuentro, la pelea con los medios, el agigantamiento de los medios públicos, el cepo cambiario, el pacto con Irán. Básicamente todo lo que a Alberto le molestó. Básicamente todo lo que a Alberto ahora no le molesta.
Porque primero está la Patria y luego los hombres, dirían hace unas décadas. Porque primero está el Poder y luego las convicciones, agregaría mi terapeuta.
En una semanas, vemos. Disfruten del finde.