Carlos Zannini no podía caminar tranquilo por la calle. Los votantes de Cambiemos lo insultaban en los aviones y los estatales de Santa Cruz lo corrían con reclamos en una provincia que llegó a gobernar a control remoto. Magullado después de 12 años al lado de Cristina Kirchner, había sufrido la experiencia de ser el candidato a vice del heredero no deseado, evitado hasta el último minuto por el núcleo duro del kirchnerismo. Zannini fue el compañero de Daniel Scioli después de haber impulsado con todas sus fuerzas a Florencio Randazzo y confirmar -con encuestas en la mano- que no levantaba vuelo. Con un vínculo cada vez más acotado con la ex presidenta, su tiempo político estaba terminado. Hasta él se daba cuenta así.

Querido por algunos y esquivado por la mayoría, Luis D’Elía era un paria incluso en las filas del espacio que integraba orgulloso. Desde que Néstor Kirchner lo había echado en 2006 por apoyar a Irán, no había tenido responsabilidades de gestión en un proyecto que lo tuvo como figura emblemática, más hacia afuera que hacia adentro. Muy distintos entre sí por formación y por práctica, los dos habitaban los márgenes después de un proceso político que se agotaba antes por errores y limitaciones propias que por la irrupción de una fuerza superadora.

Pero el juez federal Claudio Bonadio los mandó a la cárcel como parte de la venganza de Comodoro Py y los convirtió en mártires. Contra el manual de Jaime Durán Barba, que recomienda doblegar al "populismo” en las urnas, el partido judicial activó la estrategia desesperada del "todos presos” contra los resabios del Frente para la Victoria. Con la ambición de aggiornarse al cambio que Mauricio Macri venía a encarnar. En la causa del memorándum por Irán, entraron precisamente los personajes -algunos muy menores- que no calzaban en la serie de la "corrupción K”.

Los resultados de la doctrina Irurzun y el ojo por ojo están a la vista. Zannini, D’Elía, Boudou, Baratta, Cristóbal López  ¿y Julio De Vido? Para los que festejaron las funciones de Comodoro Py, el espectáculo que los hizo gozar un rato termina antes de tiempo y con los villanos afuera: señal de impunidad. Para los últimos liberados que pasaron más de cien días y noches en la cárcel, la función concluye con la cucarda de víctimas de un "gobierno antipopular” que persigue a sus opositores: señal de resistencia y dignidad.

Como Bonadio, la cofradía de los jueces federales y los miembros de la Sala I de la Cámara Federal -que ordenó además beneficiar a Cristóbal con un cambio de carátula- luchan a su modo por sobrevivir. Es parte de una guerra despiadada donde buscan reparar con el show de hoy la complicidad de un ayer que lleva un cuarto de siglo. Pero no están solos: trabajan en tándem con los servicios de inteligencia, el Senado y el Presidente de la Corte Suprema. Así lo advirtió tarde CFK, así lo denuncia Elisa Carrió hace rato, así lo piensan ahora al lado de Macri.

También Ricardo Lorenzetti pugna por estirar un reinado que lleva más de una década, con ademanes tardíos de celeridad y retos forzados a los jueces federales que convencen cada vez menos. Sabe que el macrismo prefiere al puro Carlos Rosenkrantz y la reseteada Elena Highton y por eso lucha.

Más allá de las sonrisas, las palabras de consenso y los contactos permanentes, el choque entre la Casa Rosada, Lorenzetti y el Senado es inevitable. Si la guillotina tendenciosa del partido judicial atraviesa intacta la era de Cambiemos, los funcionarios que hoy presentan un escrito y vuelven a sus quehaceres también van a terminar en un pabellón. Si Pichetto puede más que Macri en los tribunales federales y el gobierno tropieza en su camino a la reelección, el peronismo que hoy colabora mañana puede ser letal. Es el drama del sálvese quien pueda. Entre los que se unieron contra el fantasma del pasado y ahora se asustan por un presente que los obliga a rendir cuentas.