En el minuto a minuto de una Latinoamérica convulsionada, las respuestas de los foros internacionales ante las crisis en Chile y Bolivia nos ponen frente a la pregunta de si los resortes del multilateralismo en la región son contenciones eficaces para dar apoyo a países en situaciones críticas.

¿Para qué sirven espacios como la OEA? Los principales problemas del mundo (y la región) trascienden límites y capacidades de los Estados (ejemplos: el narcotráfico, la migración ilegal, el cambio climático). Por lo tanto, las soluciones que pueden aplicarse deben ser de coordinación entre esfuerzos varios. Esquemas como la OEA brindan el espacio y la legitimidad para esta tarea.

Al organizarse en torno al principio de igualdad soberana, todos los Estados tienen el mismo peso para expresarse. Esta ficción formal (ya sabemos que no son todos iguales) permite un diálogo que da voz a países que, de no mediar espacios comunes y por una cuestión de peso económico y geopolítico, no la tendrían. En términos realistas, pueden pensarse los esquemas multilaterales como “redes de contención” de las estrategias de los países con mayor peso relativo.

Si bien estos espacios pueden tallar en elementos comunes, sus competencias quedan excedidas a la hora de poder dar soluciones a situaciones de emergencia locales que afectan a los ciudadanos. Los casos de Bolivia y Chile son un ejemplo de esto.

Con incidencias diferentes, ambos países han sido casos sorpresivos por la velocidad de sus quiebres y por ser ejemplos de virtuosismo económico a un lado y otro de la biblioteca. Si bien el proceso boliviano se ha caracterizado, a diferencia del chileno, en mejorar estándares de igualdad, los dos exhiben estabilidad y orden macroeconómico.

La crisis boliviana que devino en golpe de estado tuvo su catalizador en las irregularidades del proceso electoral. Fue el propio gobierno de Evo Morales quien acudió a la OEA y aceptó la auditoría que, en un informe preliminar, confirmaba dichas irregularidades. Aun amparándose en este foro para volver a convocar a elecciones, el conflicto ya estaba lo suficientemente tensionado para que facciones opositoras con apoyo de fuerzas militares y policiales den un golpe de estado. A pesar de que había instancias de orden institucional para canalizar el conflicto en paz, no alcanzó como elemento ordenador.

Foto: RONALDO SCHEMIDT / AFP.

En el caso chileno, más allá de declaraciones de OEA referidas indirectamente al estallido en Chile pero si enfocadas en los ridículos discursos de Maduro sobre “brisas bolivarianas” que poco tienen que ver con el proceso que efectivamente ocurre en Chile, no hubo mayor disposición de instrumentos o voluntades.

Ambos casos están unidos por la no garantía de paz social. Las detenciones, heridos y asesinados por la represión de los conflictos son motivo de preocupación en toda la región. Es en este punto donde al no haber una densidad contundente de los organismos internacionales, los apoyos y expresiones de los países pasan a ser más un tablero de afinidades políticas que colaboraciones certeras para cuidar a los ciudadanos.

Foto: Martin BERNETTI / AFP.

El asilo de Evo Morales en México, por ejemplo, fue gracias a las acciones puntuales de líderes coordinándose por fuera de foros: los problemas para cargar combustible, hacer escalas técnicas y lograr autorización para sobrevuelo en espacios aéreos fue posible por la voluntad del gobierno de López Obrador y la colaboración de Alberto Fernández como arquitecto de un diálogo regional conjunto previo a su toma de mando (y representando al grupo de Puebla) que fue clave. Institucionalmente, el gobierno saliente de la Argentina negando la existencia de golpe quedó fuera de jugar un rol constructivo.

Si bien queda desdibujado el rol de los esquemas multilaterales ante estas situaciones que desbordan lo ordinario, se requieren mayores esfuerzos para fortalecer estos instrumentos, generando compromisos en torno a la diplomacia regional que revistan de mayor entidad a su auxilio. En una época de personalismos peligrosos, la apuesta por el diálogo coordinado e institucional es no solo un mandato, sino una necesidad.

Estas tensiones son parte del mundo que hereda Alberto Fernández. Un multilateralismo débil que requiere de sintonía fina, donde “la grieta” pasa a ser un factor no menor en las relaciones internacionales, y donde en el mundo también se suscita una crisis de la buena convivencia en la aldea global.