Macri, Cristina y la máquina de transformar votantes en desertores
Supuesta paridad, polarización y una serie de enigmas que dependen de la efectividad de las encuestas, el nivel de participación y el voto vergonzante que no se asume como tal. Llega el momento en que los roles se invierten, el Círculo Rojo se diluye por un rato en la intrascendencia y deciden los actores de reparto. A dos semanas de las PASO, los equipos de campaña queman los últimos cartuchos pero la guerra de trincheras empieza a ceder para dar lugar a la realidad más general de los que aparecen para definir las elecciones, en un escena que miran de lejos.
País extraño, la Argentina ya apostó por procesos históricos que construyeron un espejismo y se revelaron después como inviables con un endeudamiento récord o una economía con pies de barro. Pocas veces, tal vez nunca, sin embargo, la mayoría de los argentinos votó contra lo que vivía como realidad palpable a cambio de una promesa ya desmentida. A eso apuestan Mauricio Macri y Juntos por el Cambio. Una experiencia que se juega en el terreno de las expectativas y en el umbral de la religión: el sacrificio del presente en función de un futuro de oportunidades. Si ganan, habrá nacido una sociedad distinta. Si no, quedarán reafirmadas una serie de constantes.
El Frente para la Victoria gobernó durante 12 largos años con un saldo que resultó favorable en tres elecciones presidenciales y lo dejó en la puerta de un cuarto mandato con Daniel Scioli como heredero deforme. Auge y decadencia se alternaron en el terreno de la política y en el de la economía. Del 22% de Néstor Kirchner al 46% de Cristina Fernández en 2007, el excepcional 54% en 2011 y el 38% del ex motonauta, que fue 49% en balotaje. En el camino, se perdió un continente de adherentes que cruzó la frontera, entre la decepción y la creencia en un Macri que fuera otra cosa.
Es habitual indagar en las razones de una camada de migrantes que abandonó al cristinismo en busca de mejores horizontes que no llegaron. Son los que se educaron en la era de las tasas chinas, el consumo de electrodomésticos y el boom automotriz. En el conurbano bonaerense y en los grandes centros urbanos, el FPV generó un electorado que primero le pidió más y finalmente lo desechó para abrazar otras opciones.
Una porción de sus votantes creyó en 2013 que el Frente Renovador y en 2015 que Cambiemos podía darle lo mismo que los Kirchner, pero sin sermones de ningún tipo. En la segunda presidencia de Cristina, la nueva clase media que había nacido con el kirchnerismo se independizó y fue por más, en otro sentido.
En apenas cuatro años, Macri hizo todo para generar el proceso inverso: no sólo no cumplió con lo que había prometido. Además, liquidó el consumo, comprimió los salarios, elevó el desempleo y llevó de regreso a la pobreza a una franja de sus electores: les quitó el nivel de vida que tenían con su prédica de ajuste y déficit cero. Ese sector, con capacidad de definir la elección, puede redundar ahora en un voto opositor o asumir el discurso de un macrismo que evangeliza entre capas medias y medias bajas con un mensaje que -a la manera de ciertos forenses- atribuyen la culpa a la víctima.
Si sucede lo primero, del laboratorio de Macri presidente surgirán en agosto y en octubre votantes del Frente de Todos, una retribución de gentilezas para los Fernández, hija de la degradación social de una población que pecó de ilusa. Si pasa lo segundo, el ingeniero podrá jactarse de haber reeducado a una parte de la sociedad en una provincia imaginaria, en las afueras del peronismo.
Tal como el cristinismo gestó consumidores que soñaron con beneficios de segunda generación, el macrismo parió una nueva legión de pauperizados. Si los afectados son los que ya eran fieles a la senadora, no habrá cambio en la ecuación general. Pero si son diletantes y votantes que pendulan, el resultado debería verse en las urnas, en contra del Presidente.
Así el ejercicio del poder se revelaría no sólo como máquina formidable que genera legitimidad, sino también como una fábrica que destruye votantes propios y produce desertores de los más nocivos. Primero desde el populismo, después desde un gradualismo fracasado que duele en lo más bajo, sin anestesia.