La confirmación de que Héctor Magnetto se iba a sentar a la mesa llegó a último momento. El CEO del Grupo Clarín decidió participar sobre la hora o, al menos, anunciar su presencia cuando faltaba muy poco para la reunión que Martin Guzmán convocó en el Salón Belgrano del quinto piso del ministerio de Economía. Magnetto venía del campo y llegó vestido de manera informal con una polera y sin saco. Después de tantos años de enemistad con el peronismo kirchnerista, su presencia en la comandancia de la Asociación Empresaria Argentina fue el hecho más destacado de un encuentro que duró alrededor de una hora y media.

La cita era la continuidad de un primer acercamiento que Guzmán mantuvo con los dueños en plena renegociación de la deuda vía Zoom. Pero se activó apenas unos días después de la carta en la que Cristina Fernández de Kirchner convocó desde la debilidad a un gran acuerdo con los sectores mediáticos incluidos. La firma de la vicepresidenta era la demostración de que Magnetto estaba, otra vez, invitado a la mesa.

De un lado se sentaron Guzmán, la jefa de asesores del ministerio de Economía, Melina Mallamace, y el subsecretario de Relaciones Institucionales, Rodrigo Ruete. Del otro, los empresarios más poderosos del país, acostumbrados a mandar con un diccionario acotado de consignas gastadas y ver cómo los voceros de oficio traducen sus intereses particulares como preocupaciones generales. A pedido del ministro, Magnetto, Paolo Rocca, Alfredo Coto, Federico Braun -todos vicepresidentes de AEA-, Enrique Cristofani, Alberto Grimoldi, Carlos Miguens y el presidente-delegado Jaime Campos convocaron a una mujer, la vocal de la entidad, María Luisa Machiavello. La dueña de Droguería del Sud agradeció la invitación, defendió la perspectiva de género, reclamó la inclusión financiera y pidió apoyar a las mujeres en las pymes.

Como nexo entre dos mundos, mediador y garante, estuvo Rodrigo Zarazaga, el jesuita que predica entre los más pobres y logra ser escuchado entre más ricos. Llamó la atención la ausencia de Luis Pagani, el dueño de la multinacional Arcor que CFK considera el mejor empresario del país porque “invierte”, “produce” y “no juega a la política”. Pagani argumentó que el asma le impedía estar presente, pero quienes lo conocen afirman que había quedado disconforme con el primer encuentro de Guzmán con el Círculo Rojo y prefirió invertir su tiempo en otra cosa.

Esta vez, sin embargo, la reunión fue bastante más animada y los socios de AEA fueron invitados a hablar uno por uno, en un ejercicio inusual que prefieren dejar en manos del vocero Campos. Así fue que Rocca pidió por la devaluación bajo la coartada de la competitividad y el inconmovible CEO de Clarín se permitió algunos chistes. “Vamos a necesitar que reces”, le dijo el anticlerical Magnetto al sacerdote Zarazaga. Endeudado en dólares, el socio de David Martínez en la gran Telecom no se siente demasiado a gusto con la presión devaluatoria de las almas nobles de Techint. Al menos, esa fue la sensación que quedó entre los que lo escuchaban. Tampoco Coto y Braun piensan que una nueva disparada del dólar, con su impacto fulminante sobre el precio de los alimentos, pueda beneficiar el negocio del supermercadismo en el país del ajuste y la inestabilidad. Esa fue una de las grandes conclusiones que, dicen admitió Grimoldi: detrás de la pólvora mojada de la “confianza”, el “equilibrio fiscal”, “la rebaja de la presión impositiva” y “las reglas del juego claras”, tampoco entre los dueños, se percibe el famoso consenso. Pese a que el dueño de las zapaterías entró en default en el inicio de la pandemia y lanzó suspensiones masivas con recortes de sueldo, los funcionarios de Alberto Fernández dicen que fue el más optimista. “Yo veo una oportunidad”, dijo y se refirió a tres datos de fondo que corren paralelos a las crisis argentina: el aumento de los commodities, la liquidez por las bajas tasas de interés a nivel global y el frente despejado de la deuda de corto plazo, que él mismo pudo reestructurar en su empresa.

Después de una apertura a cargo de Guzmán, el orden de oradores respetó el organigrama de AEA y todos hablaron entre 10 y 15 minutos sin interrupciones. Como temas recurrentes, aparecieron la magnitud de la brecha con el dólar oficial -que sigue siendo alta-, la ley de Presupuesto y el acuerdo con el Fondo. Zarazaga aprovechó su trato habitual con la mayoría de los presentes para correr a la vaca sagrada de la seguridad jurídica. “Nadie puede pensar que la confianza se reduce a pagar menos impuestos y recibir, al mismo tiempo, subsidios del Estado. La confianza es una construcción colectiva”, dicen que dijo. Un rato después, llegaron las quejas del dueño de la T: “Ustedes los jesuitas siempre tan hábiles”.

El ministro de Economía cerró con su estilo diplomático pero esta vez se encargó de marcar con firmeza las diferencias del Estado con respecto a la lógica del sector privado. En dos o tres oportunidades, dijo que NO a los reclamos empresarios. Remarcó que la propiedad privada no estaba en discusión -tal como lo confirma el operativo represivo de Axel Kicillof contra los sin tierra de Guernica-, aseguró que el nuevo programa con el Fondo tendrá que ser rubricado por el Congreso y dio a entender que la reducción del déficit fiscal será mayor a la que figura en el Presupuesto.

En lo que pareció una respuesta a Rocca, Guzmán afirmó que una devaluación llevaría la pobreza al 60% y graficó: “Ni el Fondo nos pide eso”. Propios y extraños lo vieron esta vez hablar con mucha más seguridad. Como si el respaldo de Fernández, la carta por un acuerdo de Cristina y la tregua de corto plazo con el dólar -en base a instrumentos no exentos de riesgo- lo hubieran convertido en un funcionario distinto. Empoderado y pragmático, según las palabras que dos de los presentes coincidieron en elegir. La sensación que algunos empresarios compartieron después de la reunión era que Guzmán se había ganado el pasaporte a la negociación con el Fondo y que no hay nadie mejor para acordar con los burócratas que habitan bajo el ala de Kristalina Georgieva y conseguir un salvoconducto para llegar a marzo. Demasiado para la Argentina del minuto a minuto, donde nadie sabe qué pasará mañana; mucho para un ministro que resiste desde hace meses los pedidos de renuncia que publicitan los voceros del establishment.

Los gestos al mercado, la baja de retenciones a las aceiteras, la media sanción de un Presupuesto que contempla el ajuste, las reuniones con empresarios, la carta de la vicepresidenta y los desalojos de los últimos días sugieren que el gobierno apuesta a un pacto de sobrevida con los dueños. Un alto el fuego en busca de evitar otro desenlace traumático y frenar la inestabilidad a la espera de un rebote. No está claro todavía si la propuesta oficial encontrará correspondencia en los socios prominentes de AEA, pero el viaje de Magnetto sugiere que se abrió una hendija para reflotar intereses comunes.

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El entendimiento entre cúpulas evita el derroche de energía destituyente y acorta distancias entre las elites, pero no resuelve la urgencia ni los problemas de fondo. Zarazaga puso sobre la mesa un elemento que incomodó tanto a unos como a otros. El cura que da misa en la villa 31 y es autor del libro “Conurbano infinito” dijo que la Asignación Universal por Hijo y los fondos que destina el gobierno a los sectores que están en la base de la pirámide social pueden alcanzar para contener el desborde porque vienen acompañados de una mediación política que comparten el Estado, la Iglesia y las organizaciones sociales. Pero mostró su preocupación por las franjas de clase media baja que regresaron a la pobreza en los últimos años. Según Zarazaga, son cuentapropistas, changarines, kiosqueros en barrios populares y pequeño comerciantes que no reciben compensación ante la brutal caída de ingresos que provocaron primero Macri y después la pandemia. Lo único que apunta a ese universo es el Ingreso Familiar de Emergencia, que ahora Guzmán quiere eliminar por completo para avanzar con el ajuste del gasto Covid-19, reducir la emisión y facilitar la negociación con el FMI. “Llega espaciado y es una perdigonada en un campo amplio de necesidades, pero el IFE ayuda a descomprimir en un sector donde no tenes mediación”, afirmó. Los detractores del impuesto a la riqueza miraban el techo, revisaban su celular y esperaban que termine de hablar. Guzmán tampoco garantizó la continuidad del subsidio que le permitió a Fernández descubrir que 8 millones de personas estaban afuera de cualquier programa paliativo. Finalizada la cumbre con los dueños, también esa sensación flotaba en el ambiente: el primer diciembre del Presidente está a la vuelta de la esquina y el peronismo debe decidir cómo piensa atravesarlo.