Larreta: ¿el opositor hecho a medida?
Diferentes lecturas sobre la avanzada de Alberto Fernández contra su ex socio. ¿Qué hay detrás del fin del romance que parió la pandemia?
Cada oficialismo diseña su propia oposición. Lo hace desde proyecciones fantasiosas que a veces terminan aplastadas por la realidad. Néstor Kirchner infló a Lavagna como opositor en 2007 para forzar a Macri a pelear en la Ciudad. Después de eso lo convirtió en el enemigo perfecto. Cristina siguió la misma línea y lo usó para profundizar el relato de los modelos antagónicos de país. Cuando llegó su turno, Macri dividió a la oposición entre corruptos y peronistas racionales, a los que premió con un pasaje a Davos. Cultivó los vínculos con la oposición digerible hasta que los dinamitó al calor de la ansiedad electoral de Marcos Peña. Alberto Fernández asumió con el objetivo de ser el presidente de la “unidad nacional”. Retomó el diseño de las dos oposiciones: esta vez fue el turno de los que gobiernan como contracara de los que tiran piedras en Twitter. El discurso tuvo una puesta en práctica eficaz: fluyó el diálogo con los gobernadores radicales y la mesa del AMBA funcionó bien durante meses, hasta que Alberto decidió cortar de modo abrupto su romance con el jefe de Gobierno porteño. ¿Por qué lo hizo? ¿Fue una reacción de autoprotección ante el crecimiento de Larreta o podría implicar también la decisión premeditada de consagrarlo como su propio enemigo útil?
“Alberto sabe que es mejor tener enfrente a Larreta y Vidal que a Macri y Carrió”, sintetizó un dirigente peronista de llegada al Presidente. La frase expresa a un sector del oficialismo que cree -o elige creer- que el avance contra Larreta no es producto de la coyuntura ni mucho menos una torpeza política, sino que refleja un acuerdo tácito entre ambos. Una especie de enroque en un juego de roles. Larreta obturaría a Macri en la interna de Juntos por el Cambio, ganaría centralidad y proyección nacional. Y lo haría desde un lugar en el que se siente cómodo: la victimización. Alberto recuperaría fondos para Nación (spoiler: hay quienes ya hablan de un porcentaje mayor al que se menciona hasta ahora), mientras aliviaría tensiones con el Instituto Patria, donde nunca se disimuló el recelo que generaba su buen entendimiento con el jefe de gobierno porteño. Entonces, para Larreta y para Alberto, sería un escenario win-win.
Existe también explicación macro, más difícil de creer en la dinámica cortoplacista que suele regir las decisiones de la dirigencia argentina. Hay quienes plantean la necesidad de reconstruir el sistema político, para evitar que las discusiones queden siempre rehenes de denuncias cruzadas por violar las instituciones o intentar destruir la república. Porque hoy, justamente a través de esas denuncias, Macri aprovecha para avanzar como un pac-man, alimentándose sin piedad de todos los huecos a los que el peronismo no logra llegar. Ante eso, la idea es volver a ensayar un pacto de gobernabilidad, en el que Sergio Massa también sería un pilar central por su rol en el oficialismo y su verdadera amistad con Larreta. El objetivo es que la confrontación de los extremos se vaya achicando cada vez más en la periferia y que la verdadera discusión política se amplifique en el centro, con Larreta y Alberto como sus próximos exponentes. La premisa es sencilla: si la disputa electoral será por los votos del “centro”, la discusión debería trasladarse al centro.
¿Dónde se ubica Cristina en ese juego? La vice siempre señaló a Larreta como enemigo y fue la primera que buscó pinchar al tridente del AMBA, festejando las chicanas de Kicillof. Hoy logró imponer en la interna el slogan que regirá los lineamientos de la campaña del Frente de Todos: “Larreta es Macri”. Pero la verdadera Cristina, ¿realmente cree que son iguales? Si bien admite su convergencia ideológica -con Larreta como miembro fundador del PRO-, también sabe que la pelea con Macri escaló al plano personal y sufrió en carne propia el “ensañamiento” del ex Presidente con su familia. Incluso lo acusa de haber querido meter presa a su hija. Por eso, más allá del ataque público y de la estrategia de equipararlos, es probable que Cristina reconozca los matices con Larreta, a quien cuesta imaginar desembarcando en la Rosada con esa sed de venganza.
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Cristina no lo dice, pero esa distinción se lee en la actitud de Máximo Kirchner, que infló a Larreta como candidato presidencial. En su último discurso Máximo cristalizó el aprendizaje que tuvo La Cámpora a los golpes: después de la derrota de Scioli, cuatro años de macrismo duro fueron suficientes para nunca más repetir la estrategia de jugar a perder. El Frente de Todos nació de una convicción que aún mantiene unidos a todos los sectores: no hay margen para que Macri gane otra vez. Máximo no es un amateur: decidió pegarle a Larreta porque ve su crecimiento, pero sobre todo porque quiere precipitar la interna de la oposición para frenar el crecimiento de Macri. El ex Presidente se fue con 40 puntos y hoy mide más de lo que cualquier dirigente del kirchnerismo hubiera esperado.
Cada oficialismo diseña su propia oposición, pero lo hace en un terreno que excede las voluntades personales. No hay planes perfectos, porque su ejecución siempre puede fallar. Por eso en el oficialismo no ignoraran que la estrategia de enfrentarse a Larreta puede traer como consecuencia hacerlo crecer a nivel nacional. Y si termina presidente -una posibilidad que insinuó el propio Máximo Kirchner- el plan del peronismo habrá exhibido sus propias falencias. Aunque, lejos de una decepción, algunos lo leerán como el mal menor en función de un interés más profundo y compartido: lograr que Macri no vuelva más.