La pregunta de Cristina, la pesada herencia de Macri y el desvelo de una fórmula que sume lo que falta
-¿Y vos para qué querés ser Presidente, con este quilombo?
La pregunta que Cristina Fernández de Kirchner le traslada a los candidatos que la visitan es ilustrativa. Mientras el incombustible Claudio Bonadio la retorna en público como la cúspide de la corrupción, la senadora nacional juega en privado a poner en aprietos a los potenciales aliados que le ofrecen, en son de paz, la prenda de la unidad.
Confirmada como figura central de un tablero que no sale de la polarización, la ex presidenta atrae hacia su orilla a un grupo de peronistas que se dice horrorizado cuando ve gobernar a Mauricio Macri y reconsidera su antikirchnerismo ante la evidencia de que, siempre, puede haber algo peor.
El interrogante va dirigido a los ambiciosos que pretenden quedarse con su piso de votos insuperable y perforar, al mismo tiempo, su techo histórico y letal. Felipe Solá, Alberto Rodríguez Saá, Juan Manzur y hasta Sergio Massa -el único con votos propios- especulan con esa posibilidad. Pero, dicen los incondicionales de Cristina, no todos saben responder para qué competir por la silla eléctrica que Macri pondrá en juego cuando se agote su mandato.
El test de la ex presidenta viene acompañado de un enigma que ella misma no pudo resolver en su último período de gobierno: cuál es el modelo económico alternativo a la devaluación y el ajuste permanentes.
La devaluación sin freno, la inflación que va camino a romper el récord de 2002 -cuando llegó a 41%-, el derrumbe del poder adquisitivo y la caída del consumo alteran la vida de las mayorías. Pero lo que más preocupa en la oposición es el formidable peso de la deuda que dejará Cambiemos como herencia envenenada. Si la recesión se prolonga más allá del primer trimestre de 2019, se potencia con el déficit cero que quiere Macri y la cosecha récord que se anuncia no alcanza, el próximo presidente estará atado de manos para gobernar, con el Fondo como compañía cotidiana y asfixiante. Volverá a mandar una ecuación incómoda, que se creía parte del pasado: separar primero lo que se destine al pago de intereses y gestionar con lo que queda la crisis argentina. Eso es lo que piensan los economistas que trabajan para Miguel Ángel Pichetto y lo que afirma también la doctora, en base a los números que le actualiza cada día Áxel Kicillof.
Por eso, la pregunta que hace CFK no sólo vale para quienes se le acercan en busca de una carambola que les abra la puerta de la Historia. Corre para ella misma, después de ser dos veces presidenta, de perder las últimas tres elecciones con su espacio y de conservar un caudal de votos que resiste hasta el ácido nítrico pero no resulta suficiente. Administrar la carencia con la soja a mitad precio y la deuda como guillotina puede resultar tan ingrato como el futuro entre rejas que le desean sus obsesivos detractores. Más fácil sería ceder su capital a un delegado de confianza que le garantice un pacto de convivencia y se haga cargo de las dificultades. No existe. Ningún candidato de los puros es capaz de captar todo lo que iría detrás de una boleta de Cristina y el que más captura es el propio Kicillof, dueño también de un techo aplastante.
En el peronismo que quiere ganar son mayoría los que repiten que sin la senadora no se puede y con ella sola tampoco. Pero pasa el tiempo, la economía cruje, la gobernabilidad entra en zona de riesgo y el nuevo nombre opositor -de un hombre o de una mujer- no aparece.
La ex presidenta hace ademanes de amplitud, recibe a todos, deja de lado viejos rencores y mira encuestas. El regreso de Hugo Moyano y el acercamiento de Juan Grabois dibujan una alianza amplia de trabajadores formales y pobres organizados que parece contar con la venia del Papa Francisco. Es un continente bastante más extenso que el pago chico con el que se quedó la última Cristina por su propia decisión y desgaste. Pero carece de un componente tan insoslayable como impensado: la fracción empresaria que se disponga a acompañar el regreso y que hoy apuesta a cualquier cosa, menos al pasado. Resulta alocado para el establishment después de tanto padecer los modos y las decisiones del kirchnerismo, pero es lo que fabulan algunos en las adyacencias de Unidad Ciudadana. Que el intento de recrear un frente para la victoria incluya a hombres de negocios que la juntaron en pala con ella, mientras ella los retaba en público. Algo tan inverosímil como ver al Círculo Rojo decepcionado con Macri.
Entre las ofertas amables que le presentan a CFK existe una a mitad de camino entre el todo o nada de ir, otra vez, por el premio mayor. Apuntar a la provincia de Buenos Aires, donde -como recordó hace tiempo Carlos Melconian-, no hace falta balotaje y con un voto más basta para gobernar. Era un chiste hasta hace unos meses, después del triunfo de Esteban Bullrich en la tierra fértil de María Eugenia Vidal. Ya no. Porque en la Argentina de Cambiemos nadie tiene el futuro asegurado.