La marcha atrás de Fernández en los caminos de Cristina y de Macri
Cuando Alberto Fernández pierde el centro, se desvanecen las ilusiones de la unidad nacional y emergen los límites estrechos de la conciliación. Dos semanas después del anuncio del Presidente en Olivos, la expropiación de Vicentin naufraga en un juzgado de Santa Fe y exhibe la fortaleza de los que, hace apenas seis meses, se fueron del gobierno con todas las promesas incendiadas. El banderazo republicano perforó el aislamiento y coronó la reacción del frente social-empresario que frenó en seco el decisionismo del porteño Fernández. Volvió a encarnar en la zona núcleo la prédica vacía del antichavismo irreductible y no entender las motivaciones ajenas no hace más que iluminar las debilidades propias.
Ese país que gana la escena no repara en que los directivos de la cerealera hayan dejado un tendal de heridos y hayan estafado incluso a productores sojeros: el ruralismo que aprendió hace 12 años a defender sus intereses sin replegarse sobre el ámbito de lo privado ya había tragado saliva con la suba de retenciones y estaba esperando su revancha. Sea la terquedad de CFK, la desmemoria de Fernández o el desconocimiento de los dos, la oportunidad de contradecir cualquier estatismo llegó con el invierno.
Vicentin tal vez no sea una empresa sino un caso testigo para un Presidente cercado por la doble trampa de la deuda y la peste. El hermetismo de Cristina Fernández sobre el proyecto de expropiación que se le atribuye no impide que a su lado mastiquen bronca. La resistencia que la iniciativa generó en figuras centrales del andamiaje de gobierno reafirma su caracterización. Como a sus rivales obstinados, si algo hay que reconocerle a la ex presidenta es que no cede a los climas de época: sigue pensando lo mismo de los aliados de hoy que viven pendientes de las encuestas y cuestiona a figuras del gabinete que no están a la altura del drama que les toca protagonizar. ¿Con quiénes cuenta Alberto para la batalla de las transformaciones estructurales? ¿Hacia dónde y cómo quiere avanzar el profesor de Derecho Penal? Tan importante como eso, a la vicepresidenta le preocupa que la marcha atrás obligada de su socio político condicione el futuro de la alianza oficialista y que la palabra presidencial quede ahogada en la impotencia. En los términos de uno de sus incondicionales: “Cuando te toman el tiempo, estás liquidado”.
Los que circulan entre el departamento de Recoleta y el Instituto Patria elogian hoy los antiguos méritos de Carlos Zannini como secretario de Legal y Técnica y su obsesivo trabajo previo a la expropiación de YPF. Que se haya pagado cara y no se hayan cumplido las profecías de Axel Kicillof, dicen, no invalida que una multinacional como Repsol haya tenido que hacer las valijas sin remedio. Ahora, los impresentables Padoan y Nardelli excitan a los guardianes de la república. Fernández tiene en Vilma Ibarra a quien le cuide las espaldas, pero la incorporó tarde a la mesa de la intervención y optó en el inicio por Anabel Fernández Sagasti, la senadora que tampoco quedó conforme con el papel de un sólo capítulo que le tocó actuar.
Quizás Cristina se sorprenda cuando advierte que el jefe de gabinete más “eficiente” que tuvieron los Kirchner encuentra dificultades a la hora de tomar decisiones. Pero lo que cambió no fue sólo el lugar de Fernández sino también la correlación de fuerzas. Si el santacruceño se montó en el 22 % después del estallido para ganar una legitimidad formidable, ahora Fernández arrastra con una mayoría de lo más ajustada cuando de afectar intereses se trata. Peor todavía. Macri ganó por apenas el 1% de los votos en 2015 y, 10 días después, sus aliados le habían armado la maqueta de la Argentina poskirchnerista, con el Círculo Rojo y el peronismo colaboracionista sentados a la mesa del poder y un horizonte a 10 años. Un mes más tarde, ya Milagro Sala estaba presa, como sigue todavía hoy. En cambio el Frente de Todos, que en 2019 multiplicó por siete aquella diferencia exigua que obtuvo Cambiemos, parece empantanado en una paridad que no lo deja avanzar, mientras la crisis apremia en todos los frentes, las empresas ajustan y el desempleo crece. El consenso que tanto se invoca es leonino y favorece a los de siempre.
Medio año después, con la economía hundida en la más larga recesión y sin poder desactivar todavía la bomba de la deuda que dejó Macri, Fernández necesita salir del encierro. Probó con la expropiación de Vicentin en lo que se cantó como una victoria antes de tiempo y busca desde hace meses cerrar el acuerdo con grandes fondos de inversión que ya se alistan para ir a cobrar la suya también a Libia y a Gambia. Mientras los pulpos como BlackRock le corren el arco con apoyo de sus terminales locales, en la alianza oficialista aprieta el bando de los que dicen que es hora de definir y gritar un gol, que no se puede escapar. Si como parece hasta ahora Martín Guzmán termina cediendo más de la cuenta, el gran desafío será cómo presentar en sociedad una quita más modesta de lo previsto. Los niveles de emisión y la brecha que entre sus beneficiarios tiene a los compradores de autos importados también apuran la resolución de un entendimiento que, quizás hace unos meses, hubiera resultado más barato. Si la buena noticia es evitar el default a cualquier precio y ya no expropiar Vicentin, también ahí se ilumina un camino posible para el gobierno que da marcha atrás, más cerca de la ortodoxia que de la audacia.
En la iglesia amarilla suponen que, así como Cristina volvió, el destino alumbra también una chance de resurrección para el fallido creador del reformismo permanente.
Es lógico que el egresado del cardenal Newman se emocione y se sienta orgulloso cuando ve las imágenes de sus leales, que vuelven a copar las calles. También que las palomas del PRO retrocedan cuando Fernández resbala, que algunos empresarios se animen a llamar a Macri y que sus voceros se apuren a hablar del regreso de un presidente que vivió su gobierno como si fuera un secuestro (y se lo hizo vivir así a medio país). El sábado a la tarde, mientras el banderazo se propagaba en los canales de televisión, al lado del ingeniero se pellizcaban con una sensación ambigua. “Esto es increíble, pero calmémonos”, dicen que decían. Tuvo sabor a revancha para un team leader que se cansó de ver movilizaciones y protestas que frenaban sus intentos de reforma.
Algunos piensan que todavía es temprano para que el dueño de la inflación récord, el ajuste infinito y el espionaje berreta asome la cabeza y le recuerde a los argentinos cómo le fue al mejor equipo de los últimos 50 años. Por lo pronto, regresó Marcos Peña a reunirse con Horacio Rodríguez Larreta y con Patricia Bullrich, los soldados del ex jefe de Gabinete escoltan a la candidata gendarme, funciona una usina presuntuosa bajo la marca de “PRO Ideas”, Pablo Avelluto escribe el libro de la escuela del optimismo y hasta Carlos Grosso, afirman, se entusiasma otra vez con hacer su aporte. En la iglesia amarilla suponen que, así como Cristina volvió, el destino alumbra también una chance de resurrección para el fallido creador del reformismo permanente. De ser así, el mérito tampoco será suyo sino del empate tenso que le impide en Argentina prosperar a las opciones de centro, que sueñan con el consenso.