La batalla de los porteños por la provincia que no le firma el indulto a Macri
Daniel Scioli y sus ministros atendían en el edificio del Banco Provincia, a metros de la Plaza de Mayo. María Eugenia Vidal y su gabinete comenzaron con reuniones frecuentes en la Casa de la Provincia, a dos cuadras del Congreso de la Nación, y se mudaron después al predio del Museo Ferroviario, sobre Avenida Libertador, muy cerca de la Autopista Illia.
Si la mudanza hubiera llegado antes, tal vez fugaces funcionarios de Vidal como Guido Sandleris no hubieran renunciado a la gestión con el argumento íntimo de que ganaban poco y tenían que viajar, todos los días, desde el extremo norte al extremo sur del conurbano bonaerense. Hoy los intendentes del PJ de la tercera sección electoral se quejan de que los ministros de la gobernadora los citan en la Ciudad de Buenos Aires y ya no van para La Plata.
Para encontrar un gobernador bonaerense considerado como tal hay que remontarse a los años de Felipe Solá. Nacido en Recoleta, Solá había desembarcado como ministro de Antonio Cafiero en la provincia en 1987 y llevaba un cuarto de siglo transitando el territorio y la política cuando fue electo en 2003.
La sede donde hacen base los últimos gobernadores del distrito más grande del país no es apenas una anécdota. Habla también de una mutación de la política, de la relación con el poder central y, tal vez, de los votantes bonaerenses.
La sede donde hacen base los últimos gobernadores del distrito más grande del país no es apenas una anécdota. Habla también de una mutación de la política, de la relación con el poder central y, tal vez, de los votantes bonaerenses.
El marginado Emilio Monzó es de los pocos que se lamentan por la postal de una provincia gobernada por porteños, en la que lo territorial pierde peso y ganar una elección sólo es posible con una doble condición: haber pasado por la vidriera nacional y haber penetrado en el sistema de medios concentrado de la Capital Federal. Para el presidente de la Cámara de Diputados, antes la provincia era el equilibrio de poder con la Nación: hoy es un apéndice. Tal vez haya sido Néstor Kirchner el que alteró la tradición cuando le abrió la puerta de Balcarce 50 a los intendentes y le cortó la cabeza a Eduardo Duhalde en su bastión.
La discusión sobrevuela una campaña en la que la mujer que derrotó a los machos alfa en 2015 se ve desafiada por un rival que hace un recorrido similar al que ella misma hizo, desde el centro a la periferia. Lo dijo Vidal en su debut televisivo como candidata en Canal 13: "El bonaerense sabe distinguir entre el que, seis meses antes de la elección, se pone a recorrer la provincia para buscar votos y alguien como yo, que vive hace 18 años”. Nacida en Flores, la ex vicejefa de gobierno porteño que se instaló en una base militar deberá enfrentar al egresado del Colegio Nacional Buenos Aires que vive en Villa Urquiza, en un test que puede definir la tendencia de los comicios polarizados en los que Mauricio Macri se juega la sobrevida.
En el continente que le resulta más hostil, a menos de un mes del 11 de agosto, Macri mide 10 puntos menos que Cristina Fernández y el corte de boleta que puede generar Vidal oscila entre los 3 y los 5 puntos, como máximo.
Más allá del dólar planchado y el modo reelección de la timba en los mercados, el Presidente sigue todavía sin poder descontar la diferencia abultada que lo separa de la fórmula de los Fernández en el territorio madre de todas la batallas.
Destinados a un enfrentamiento cada vez más virulento, vidalismo y peronismo coinciden en algo: hoy no existen encuestas serias que muestren un triunfo de la gobernadora en las PASO y no se puede medir como si los comicios fueran despegados de la pelea presidencial. O ambos mienten o alguien está viendo un espejismo o la verdad es una sola. En el continente que le resulta más hostil, a menos de un mes del 11 de agosto, Macri mide 10 puntos menos que Cristina Fernández y el corte de boleta que puede generar Vidal oscila entre los 3 y los 5 puntos, como máximo.
"La que tiene los votos es ella”, dicen en la gobernación bonaerense y se refieren a la expresidenta. Para los funcionarios del PRO, ni Alberto Fernández ni Axel Kicillof aportan nuevas adhesiones en provincia, aunque el exministro de Economía acumula una serie de méritos que le permiten retener como nadie el voto de CFK.
Duele comprobarlo para algunos intendentes de la tercera sección que son sus amigos, pero el regresado Sergio Massa no sumó nada en esa zona blindada del cristinismo. Tal vez sí, en la primera sección o en el interior bonaerense. En ese cordón sur del Gran Buenos Aires que se extiende hasta La Matanza, la imagen negativa de Cristina Kirchner siempre fue baja pero, desde que arrancó la crisis, no para de achicarse. Hoy son apenas entre el 22 y el 24 por ciento de los consultados los que dicen que no votarían, "bajo ninguna circunstancia”, a la expresidenta y a su candidato a gobernador. Los demás o ya decidieron votarla o no lo descartan. Por eso, ahí Macri pierde por 20 puntos o más, un abismo que necesita descontar en el interior.
La provincia donde el peronismo se creía imbatible, la misma que le dio la victoria a Macri gracias a la carta que Jaime Durán Barba vio en Vidal, hoy asoma impenetrable para la ola amarilla que dibuja el Presidente. Como si fueran dos países, del Gran Buenos Aires nace la postal antagónica a la euforia de los mercados.
La fortaleza de la senadora en el mismo distrito en el que perdió hace dos años frente a Esteban Bullrich se expande. Lo mismo que la dificultad que tiene el Presidente para conseguir el indulto masivo de los bonaerenses, con el ajuste como mandamiento, la recesión que se estira, el desempleo en alza y los números de la pobreza que cada vez le dan más alto a la UCA.
La provincia donde el peronismo se creía imbatible, la misma que le dio la victoria a Macri gracias a la carta que Jaime Durán Barba vio en Vidal, hoy asoma impenetrable para la ola amarilla que dibuja el Presidente. Como si fueran dos países, del Gran Buenos Aires nace la postal antagónica a la euforia de los mercados.
De no mediar una sorpresa mayúscula, la gobernadora perderá el 11 de agosto con Kicillof en las primarias. En el Museo Ferroviario, apuestan a que sea por cinco puntos como mucho, para dar vuelta la elección en octubre, la última oportunidad. Si en 2015 y 2017 la participación en las PASO fue del 75% y en las generales llegó al 80%, el objetivo es sumar lo que falta en la primera vuelta de las presidenciales. Dicen al lado de Vidal que todo el kirchnerismo vota en las primarias y por eso tiene dificultades para crecer después, en las generales. Sólo un aluvión amarillo, en el segundo turno bonaerense, podría revertir la distancia que el Presidente y la gobernadora edificaron en su contra, en cuatro años de gobierno.