El velorio imposible y los debates que se abren
El último gran velorio de Estado fue, 10 años atrás, el de Néstor Kirchner. Tres días de desfile de caras desconsoladas e incertidumbre por el futuro. Un duelo sin lugar para incidentes, porque la premisa siempre fue cuidar y enviar “fuerza” a Cristina. En la despedida de Maradona era previsible el llanto, aunque el escenario más que de tristeza podría haber sido de veneración. No hubiera sorprendido, porque a diferencia de fenómenos como Gilda y Rodrigo -dos mitos paridos por la tragedia-, Maradona ya era mito en vida. Su fallecimiento estaba predestinado a convertirse en un inmenso homenaje de su pueblo. Pero algo falló: la ceremonia terminó en descontrol. Más allá de los incidentes, ya anecdóticos, los resabios de la jornada abren debates de cara al futuro.
El primer problema fue que el velorio se quedó a mitad de camino entre un funeral de Estado y uno familiar. Nunca quedó claro hasta qué punto pensaba intervenir Alberto y qué decisiones serían exclusivas de Claudia -elegida como interlocutora oficial- lo que dificultó a los funcionarios dar explicaciones en el transcurso de la tarde. Quedaron reducidos a una especie de mediadores entre la familia y el pueblo. Para Ignacio Fidanza, las fallas en la organización son responsabilidad del “actual elenco” de gobierno, alejado de la posibilidad de armar una movilización ordenada como las que hacía Cristina. La culpa del caos habría sido de las fallas de coordinación de la mesa chica, encargada del operativo de seguridad. Como trasfondo también hubo un cambio de época: de “la vida por Cristina” y las decisiones centralizadas en su figura, se pasó a Alberto como primus interpares, el presidente de un gobierno tripartito.
La peronización
A la oposición le molestó que el Gobierno intentara “sacar rédito político” de la imagen de Diego. ¿No era Maradona, además del mejor futbolista de todos los tiempos, un referente político? Su cercanía al pueblo lo ató para siempre al peronismo. Lo teorizó, años atrás, Pablo Alabarces: “Maradona es la superación del peronismo por otros medios”. Y con su muerte lo profundizó: “Fue el exceso de peronismo en ausencia del peronismo”. Es que Maradona se convirtió en la máxima expresión de la cultura popular argentina. Y sus contradicciones fueron parte de eso. Mientras muchos criticaban su vida de lujos en Dubai, los sectores populares jamás cuestionaron esa faceta suya. Igual que con Evita: es sabido que mientras el progresismo elegía mostrarla de pelo suelto y poco maquillaje -la Evita Montonera-, los pobres preferían representarla sobrecargada de joyas y pieles. Evita y Maradona, en ese sentido, representaron lo mismo: la defensa de sus orígenes y el orgullo del ascenso social.
Maradona siempre coqueteó con la política. Todo el mundo era cholulo con él, pero Diego sólo fue cholulo con políticos. Lo hizo sin demasiadas explicaciones: de Fidel a Menem, de Kirchner a Gadafi, de Evo a Chávez y también Maduro. Le ofreció a Cristina ser su candidato a vice para echar a Macri, mientras el ex Presidente los comparó en su “irracionalidad”. “Ya no es más el país de Ricachón y sus amigos”, lo liquidó Diego. ¿Cómo no iba a ser un velorio político?
Héroes y villanos
El último Maradona, robotizado, desató múltiples análisis que coincidieron en reducir la culpa a su “entorno”. Como en una metáfora de su vida, también se buscó un chivo expiatorio después del velorio desbordado que terminó de modo abrupto con gases lacrimógenos y balas de goma. Y así arrancaron los pases de facturas entre Nación y Ciudad: Frederic contra Santilli, Larreta contra Alberto, Berni contra Frederic y el desenlace previsible de nuevas versiones de cambios de gabinete. “No tenemos un 10, pero el balance es positivo”, dijo la ministra de Seguridad para cerrar el tema. Pero lejos de clausurar discusiones, la jornada calamitosa sigue abriendo interrogantes de cara al futuro.
El primero pone en el centro de escena al gabinete y la dificultad -expuesta hasta ahora- cada vez que se intentó llevar adelante operativos coordinados entre distintos sectores. El tema es delicado porque el desembarco de las vacunas contra el coronavirus requerirán la logística -veloz y efectiva- del “comando interministerial” que necesitará coordinar con gobernadores e intendentes el reparto de las dosis para todo el país.
El segundo interrogante es más profundo: si el Gobierno no pudo prever cuál sería la magnitud y composición de esta despedida, ¿eso habla de un hecho aislado en un contexto muy específico o podría implicar una señal de desconexión con una parte de su propio electorado? Horacio Verbitsky se ocupa de este tema al citar a un dirigente social kirchnerista que habla de un problema de “empatía” con lo que el Gobierno dice que quiere representar. “Lo que apareció en la plaza fue el conurbano profundo, ese que representaba el Diego, que no va mucho a la capital. Las organizaciones sociales representamos un cachito de eso, pero solo un cachito, que es lo organizado, la inmensa mayoría no. Es base social del peronismo por motivos múltiples y el jueves fueron maltratados”.
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Un tercer tema, que incide sobre casi todos los demás: las dificultades del Gobierno para instalar un discurso épico. A diferencia de lo que pasaba en la gestión de Cristina, cuando cada anuncio chiquito era exprimido por cadena nacional en prime time, los “logros” de Alberto muchas veces quedan minimizados, sin que el Gobierno logre instalarlos dándoles magnitud. El viernes, el Presidente anunció el fin del aislamiento en todo el país (con la excepción de dos ciudades) en un mensaje que cumplió la lógica de casi todos los demás: quedó atrapado en la coyuntura. Se dirá que fue excepcional: no había forma de que no lo aplastara la noticia de la muerte del mayor ídolo de todos los tiempos. Pero tampoco se logró construir un discurso épico a partir de eso. Porque lo que podría haber sido un funeral de Estado, organizado en tiempo récord y relatado como una epopeya desde el Gobierno, terminó en un pase de facturas entre jurisdicciones.