Calientes
Había una vez, una casa con tres
personas en una mesa.
Uno en inglés, otro hablaba en francés,
y el otro hablaba en caliente.
(Charly García, 1973)
El fantasma de la antipolítica recorre los estudios de televisión. El panelismo y el show en pantallas tiene correlato en un dato que las consultoras ensalzan y es el crecimiento de la “corrupción” en los temas de preocupación social. ¿De qué está hecho el periodismo o la información hoy? Al menos, señalemos: la noticiabilidad del Covid hace semanas que toca su piso mientras el contagio y la cifra de muertos toca su pico.
Cuando arrancó la cuarentena, cuando el consenso de la guerra al Covid unía a los argentinos en esa especie de 24 horas por Malvinas contra el enemigo invisible, los primeros ruidos de cacerolas sonaron contra ellos. Contra “los políticos”… del gobierno. Eran contados, eran pocos y se superponían con el masivo aplauso al personal de salud de las 21. Nuevos brotes de lucha de clases (medias) en los balcones. A la sociedad que la dirigencia le pedía sangre, sudor y lágrimas (a la vez que se le daba IFE y ATP), una parte de la sociedad le respondía con el reclamo de su propio ajuste. Que los políticos se bajen los sueldos. Que el ajuste lo haga la política. Lo oímos como la vuelta de un clásico. Acceder rápido, “demagógicamente”, podía haber hablado más de sí mismo que del pedido en sí, pero no acceder, ¿qué devuelve a esos “indignados”? ¿Qué potencia? La política es una economía de los gestos, un culto de apariencias, seguramente hizo falta algo más para contener esos reclamos nacientes; más allá de los argumentos sobre lo “irrisorio” que resulta el “gasto político” en el presupuesto o ese otro que decía “¿cómo bajarle el sueldo a la planta de funcionarios que ahora necesitamos tanto?”. Este repaso pretende remontar un hilo de estos meses en que se incuba una pregunta que cruza la política y se formula más o menos así: ¿cómo se expresará la bronca acumulada de la gente? Si la política intenta obsesivamente conocer a la sociedad (y la grieta parece representarla a pie juntillas), es también común oír en la política de todos los lados una palabra un poco más prudente, como si se cocinara a fuego lento un tiempo para una sociedad más “desconocida”. Como si nadie estuviera taaaan seguro de la segmentación “prolija” que ordena los reclamos y no los junta. Claro que hay “lobby” para orientar la dirección de esa bronca en una pura oposición.
Desde los prolegómenos de la crisis de 2001 que el motor antipolítico funge a mayor o menor volumen. Editoriales del “Negro” Oro del año 2001 en Radio 10 leyendo la cantidad de gasto público que insumen las cámaras provinciales como música de fondo de aquel fin de fiesta animado. Esa sociedad de la crisis encontró su chivo expiatorio en la clase política que abrazaba, espalda con espalda, el “nuevo contrato social” del 1 a 1 entre el peso y el dólar. La crisis parecía causar una primera muerte: la de la clase política nacida en 1983… “que se vayan todos”. Vino lo que vino: el estallido, Duhalde, el kirchnerismo y el macrismo. No se fueron todos, fue “otro” cambio. Si en 2001 a la Plaza de Mayo la ocupaba el grito social desde afuera de la política, las plazas conflictivas de 2008 fueron las de lo social que se había hecho político. De un lado y del otro. Y las plazas para sí de ese 2008 hicieron nacer una era: la grieta. Esa grieta que, al politizarlo “todo”, despolitiza por otros medios y no deja resolver la fractura que importa, la pobreza y desigualdad estructural. Los tiempos cambian, pero la anti política goza de buena salud. Se suele pensar que la Argentina se organiza en tercios intensos e ideológicos… pero lo antipolítico sobrevive, y hasta diríamos que del lado macrista se llevó a cabo la operación fina de politizar la antipolítica, de hacer una política para los que no les gusta la política, tal como describió alguna vez Beatriz Sarlo a Julio Cobos. Por eso el macrismo es hijo de la noche del 19 de diciembre (y el kirchnerismo hijo del 20, de una plaza más militante).
Carlos Melconián dibujó en una entrevista con el canal La Nación + su análisis político en la semana del “cepo”. Dijo o quiso decir con voluntarismo extremo que si el peronismo hasta 2017 se proyectaba para el 2023 y la corrida cambiaria de 2018 aceleró los tiempos, lo mismo le pasa a Juntos por el Cambio desde la oposición… ¡mañana es San Covid! La Pandemia funciona, creen algunos, como un gran manto de olvido capaz de tapar la zozobra de los años macristas que vivimos en peligro. Estas semanas, entre el traslado del Covid al interior (que diluyó llamativamente la nacionalización de su relato), la pelea por la coparticipación entre Nación y CABA (que desarmó esa mesa tripartita que organizaba los tiempos de la Pandemia), se ajustaron los detalles de un libreto acelerado en la oposición que reza por la opción Rodríguez Larreta. El alcalde porteño siente que tiene servido un espacio para crecer como el último de los moderados.
Frente a Juan Julio Ameri, Massa operó a cielo abierto y redujo el daño. Pero más que de un juicio sobre Ameri, se trató de una política de escucha. Massa sabe traficar calle en palacio, y más frente a algo que ponía a prueba la relación en plena Pandemia de la sociedad con la política. Esa misma noche, entrevistado sobre la agenda parlamentaria, dijo que la Cámara estaba tratando el Fondo de Garantía y Sustentabilidad (40 mil millones de dólares), y su respuesta cuando le preguntaron por el tratamiento de la reforma judicial lo encontró avispado cuando la pateó para todo lo más adelante que pudo, distinguiendo la agenda socioeconómica como prioridad. Había una imagen de los westerns donde los cowboys apoyaban la oreja en la tierra para oír si venía el malón. Esperamos que un político sea un oído absoluto. Atento a las luchas de clases, con el humor de vestuario de solteros contra casados pero adaptado al lenguaje inclusivo, pícaro en la jauría tuitera, solícito frente al lamento sojero de cada silobolsa roto, atento a cada temblor de cacerolas, ecuménico entre feminismos y cristianismos, garbo de gente común pero con la sociología al día. Una mirada en todas las olas, las nuevas y las que son parte del mar. Y que a la vez no deje de oír el viento mundial a la pesca de un nuevo signo necesario. ¡Esperamos demasiadas cosas de un político! Y los políticos son… humanos. Demasiado humanos.
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Y esta semana lo más “grave” lo dijo otro político que puso en duda el resultado electoral de las PASO de agosto del año pasado. Lo dijo el senador Esteban Bullrich entrevistado por Luis Majul. Y Majul lució sensato al contestarle que cómo iba a haber fraude si ellos (Cambiemos) tenían el poder. La Nación, la ciudad, la provincia, las fuerzas de seguridad… la AFI. (No lo dijo pero lo pensó). El macrismo y su constante trauma de decir “nunca tuvimos el poder” y que todo luzca tercerizado. Bullrich, además, protagonizó este año el hecho curioso del “cartón pintado”, la imagen que dejó congelada en el zoom mientras, imaginamos, ponía el agua para el mate o iba al baño. Al lado de Ameri es un niño explorador. Pero su frase de esta semana merece la atención sobre un riesgo que es abonar una época en la que parece posible decir cualquier cosa. Una política que “corre” de atrás a la sociedad. Y confunde en el árbol de la parte que excita a toda la sociedad. Ya vimos que un ex gobernador sugirió la separación de Mendoza o un intendente que quiso desacoplar su municipio a su provincia, como en Tandil. O el mismo Berni, que desconocía las cadenas de mando hasta que se la desconocieron a él. Políticos descontrolados detrás de lo que imaginan: el nervio de un volcán.