Porque es vehemente, joven y mujer, algunos dicen que es “la Alexandria Ocasio-Cortez de Argentina”. Comparación pobre si se la piensa un minuto, vicio viejo ese de encasillar: Ofelia Fernández no puede, ni podría, ser otra. Nativa digital, porteña de ley, nació bajo el signo de aries en el año 2000.

Consumidora de las cadenas nacionales de CFK, se politizó de purreta como estudiante de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini. Ni fiesta de quince ni viaje a Disney, su ensueño adolescente fue la militancia y haber sido elegida presidenta del centro de estudiantes —la más joven de su historia, una medalla que se lleva a todos lados— y reelecta por sus pares un año después. Logró, con creces, su cometido de “prestarle atención a los procesos populares más allá del colegio”, quizás sin sospechar que toda la presión de la agenda periodística se refractaría sobre ella: fue una de las caras visibles al frente de la toma de treinta colegios que en 2017 resistieron la reforma educativa que procuraba el Gobierno de la Ciudad. Atendió todos los llamados, salió en cada uno de los móviles y se dio el gusto de discutir con los popes de los medios. A varios dejó estupefactos, aferrados a la chicana y el ninguneo como último bastión de la impotencia. Un quijotismo: ladra Edu Feinmann, Ofelia, señal que cabalgás.

Enorme decepción habrá sido para la centennial descubrir que el bullying no respeta los límites de la escolaridad. Maneja sus propias redes y carga sobre su propio cuerpo el peso muerto del trolleo de este mundo sin adultos que hostiga, siempre, por las razones incorrectas. Apodos cizañeros, memes crueles y fake news, microficciones orquestadas para horadar el espíritu y la carrera en construcción de la joven promesa.

A partir de entonces, la imagen de Fernández no hizo otra cosa que replicarse. Diez años como estudiante de teatro le dieron la chispa adecuada para sumar a su oratoria ingredientes de la puesta en escena. Ofelia interpreta —bendita polisemia— no solo a una dirigente sino también lo que le pasa a una generación que no se ve representada en las bancas, con un léxico propio que hace urticar a más de uno. Año intenso el 2018, llegó al Congreso en mayo para las audiencias del proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. En octubre, presentó en Mar del Plata el Frente Patria Grande, junto a Juan Grabois, asunto que le valió grandes discusiones por las posiciones antagónicas verde y celeste dentro del campo popular. En noviembre, brilló como ponente en la contra cumbre del G20, en el marco del Foro Mundial del Pensamiento Crítico organizado por CLACSO.

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Y luego, el vértigo. “¿Podrá procesar el sistema político una piba?”, se preguntó Ofelia en un artículo que escribió para la Revista Crisis, en mayo del 2019, meses antes de que el voto popular le respondiera que sí. Fue como tercera legisladora en la boleta del Frente de Todos, traccionó el voto joven de CABA para la fuerza que pudo correr a Macri de la presidencia pero no al hábil Larreta de la jefatura de gobierno.

Convertirse en legisladora le suscitó contradicciones, sobre todo en aquella diferencia tan taxativa que sostuvo (y sostiene) entre la vocación del militante político y la profesionalización de la clase política. Hoy, desde su escaño, busca romper el hechizo cosmético del cupo y hacer propia la rosca que siempre fue de y para otros. También se enfrenta al miedo de ser partícipe y responsable de que los cambios que necesitan los suyos no sucedan. Gajes de la realpolitik.

Arenga militante, jerga feminista y lenguaje inclusivo completan el Ofelia Fernández starter pack, con la divisa obligatoria del pañuelo verde, uñas esculpidas y prendas holgadas. Reconocida por TIME como una de las diez líderes de la próxima generación, Ofelia Fernández no se sienta a esperar que la alcance la adultez. Va detrás de ese conejo blanco que es el futuro a pesar de conocer los riesgos de caer desde lo alto. Madriguera profunda la de la política argentina, desafío grande el de la “chiquita”: crecer bajo la mirada cínica de quienes prefieren ver el mundo arder y no, como ella, llevárselo por delante.