Los méritos del outsider
Si lo apuraran, tendría que reconocer que él sí cree un poco en la meritocracia. Matías es el primer Lammens universitario. Por suerte, al ministro de de Turismo y Deportes todavía no lo apuraron y, llegado el caso, a los cuarenta años tiene en claro que también él se valió del Estado para que el esfuerzo individual hiciera su gracia.
Su padre, un carnicero sin la primaria completa que llegó a ser el dueño del frigorífico Ramallo, murió cuando él tenía siete años. Esa ausencia le dejó al menor de los Lammens dos imperativos: la dirección ascendente del self-made man y el vínculo con San Lorenzo, el club del que su padre había llegado a ser vicepresidente. En séptimo grado, su mejor amiga, María Eugenia Socias, lo tentó para que se anotaran en el curso de ingreso del Nacional Buenos Aires. El mérito ordenó por primera vez cuando ella entró primera y él, en el puesto 42. “Ir al Colegio fue la mejor decisión que tomé en la vida”, confiesa sin sonrojarse el ministro que administra hoy decisiones de peso. Trabaja contrarreloj en protocolos y articulaciones que permitan habilitar la temporada de verano en medio de la pandemia para sostener a uno de los sectores más castigados y así activar un resorte dormido que podría ser clave en la reactivación económica. En el mediano plazo, proyecta un plan de obras públicas que coordina con los gobernadores.
Sin embargo, aquella definición sobre los primeros años de formación, no obedece a otra reedición del inflamado orgullo ex alumno sino más bien cierta educación sentimental: en los pupitres de Bolívar nació el interés por la política, algo que no circulaba en su casa. Fue, además, parte de la generación que se formó en el Colegio al calor de la lucha contra la Ley Federal de Educación.
Cuando terminó la secundaria, se anotó en Derecho en la UBA con el utilitarismo del que sabe que un abogado accede rápido al manojo de las llaves del Estado. Para la misma época, convirtió a su amigo de la infancia en socio: empezaron a hacer fletes en una camioneta y pusieron un maxikiosko cerca de River; dos turnos de doce horas cada uno. En 2005, alquilaron un depósito, abrieron la distribuidora de bebidas Ñuke Mapu y el crecimiento fue exponencial. Con $36,6 millones, Lammens declaró el mayor patrimonio del Gabinete pero la billetera abultada no le impide cumplir con la máxima albertista de ser uno de los pocos funcionarios que no declara ahorros en dólares.
¿Patriotismo ñoño? Cerca de él dicen que reeditó el paradigma de negocio en pesos que heredó del padre: “Encontraba un vino barato, metía todo ahí, vendía bien y reinvertía la diferencia. Nunca se queda quieto”.
Alrededor de San Lorenzo giran los recuerdos que tiene con el padre y mantener el lazo con el club fue su manera de hacerlo presente. Conoció a Marcelo Tinelli en Punta del Este y, con su padrinazgo, llegó a la presidencia en 2012. Consechó una serie de éxitos: el equipo consiguió la Libertadores por primera vez y la Supercopa, profesionalizó a las jugadoras mujeres, desarrolló las inferiores, agrandó la infraestructura, pasó de 28.000 a 70.000 socios y encaminó el regreso a Boedo. Pero el modelo de gestión también incluyó una deuda suculenta que para 2019 era de alrededor de $800 millones.
Dejó pasar varias ofertas que le hizo el PRO, desistió de formar una fuerza (propia & progre) y se despegó de la imagen especular que tenía con Tinelli. Entró al Gabinete de Alberto Fernández por la puerta grande que le abrió la derrota digna cuando, con el 35% de votos, marcó el piso más alto de la oposición frente al macrismo que gobierna el suelo porteño desde 2007.
Lammens es un outsider exótico: reivindica la política y lo convocan las ideas de justicia social que (todavía) amalgaman al Frente de Todos, pero desconfía de la verba de los políticos de carrera y la grieta lo crispa porque juega libre de cuestiones ideológicas. Esto, en el núcleo duro del kirchnerismo, genera recelo. Pragmático heterodoxo, le gusta ver los números de todo y su idea de gestión del Estado se orienta por resultados.
Conoció a su mujer, la doctora en sociología por la L’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París e investigadora del CONICET Mariana Gené, en La Habana. Era 2001 y él había viajado con dos amigos para hacer un curso de Ciencia Política y ella, para conocer la isla. Recorrieron Playa Girón, Cienfuegos, Trinidad y Santa Clara pero el amor nació en el epicentro de Buenos Aires. Más precisamente, en el cine Lorca durante la proyección de “Gotas de agua sobre piedras calientes”, de François Ozon. Se dio rápido esa química del tipo investigador-objeto de estudio porque, durante años, Gené estudió a fondo la lógica de la “rosca política” a la que su marido ingresó cual conejito de indias años después. Generosa, le presta la biblioteca y le da acceso al círculo de intelectuales con los que se codea. Tienen dos hijas: Anita de 5 y la pandemial Paloma Lammens Gené.
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Se define cabeza fría-corazón caliente y por estas horas se reafirma en su autopercepción para surfear las presiones lógicas del sector y evitar reaperturas
apresuradas; sabe que serían contraproducentes. En la pospandemia, busca que queden capacidades instaladas, preparar los clubes de barrio para la contención social ante un panorama social complicado e impulsar los programas de preventa. La pandemia arrasó con su campo de acción y, si quiere poner en valor su salto a la política, tendrá que sumarle mucho músculo al mérito.