El intendente de Córdoba, Martín Llaryora, se perfila como uno de los principales herederos del peronismo cordobés, una vez complete su ciclo de 24 años consecutivos en el poder en 2023. La ventana que abre la sucesión de Juan Schiaretti -que no puede repetir su mandato- implica un cambio generacional en el PJ y el fin del periodo político que inauguraron en 1999 José Manuel de la Sota y el actual gobernador: el cordobesismo.

El cursus honorum de Llaryora comenzó el 10 de diciembre de 2003, cuando fue electo concejal por la oposición en la ciudad de San Francisco, al este de Córdoba, casi al límite con Santa Fe, en el corazón de la cuenca lechera.

En 2007 se convirtió en intendente de esa ciudad por dos períodos consecutivos; entre 2013 y 2014 fue ministro de Industria de la Provincia; en 2015 vicegobernador, acompañando en el ticket a Schiaretti; en 2017 primer candidato a diputado nacional y finalmente intendente de la ciudad de Córdoba el año pasado. 17 años, seis cargos -cinco electivos-, tres campañas en la provincia y desde 2011 disputa una elección cada dos años. 

Llaryora fue el único que supo desafiar a la sociedad De la Sota-Schiaretti. En 2013, promediando su segundo mandato como intendente de San Francisco, se plantó a los padres fundadores de Unión por Córdoba y fue a las PASO contra el mismo Schiaretti.  El resultado fue positivo, perdió, pero logró el cuarto lugar en la boleta de diputados nacionales.

La jugada le sirvió para tener su primera campaña provincial. Hacía ya un tiempo que su nombre era conocido en la Capital de la mano de la fuerte campaña publicitaria en la que promocionaba a San Francisco, como un polo educativo e industrial. En su cabeza parafraseaba la frase “Dios está en todos lados, pero atiende en la Capital”. En este caso se refería a la ciudad de Córdoba. 

La construcción

En ese entonces fundó el Peronismo que Viene con una mesa chica que prácticamente se mantiene hasta hoy. Allí se cuenta al actual tribuno de cuentas de Córdoba, Juan Manuel Cid. En aquella oportunidad utilizó como nombre de su corriente interna Frente Renovador, una gentileza de su amigo Sergio Massa, a quien conoce de su formación juvenil. Ya volveremos sobre este punto. 

Su desafío le valió ocupar un lugar en el gabinete provincial. De la Sota lo convocó para ser ministro de Industria y Comercio de su último gobierno, luego del trágico autoacuartelamiento policial en diciembre de 2013. Estuvo un año y logró forjar un vínculo con los sectores productivos. Allí profundizó su relación con Guillermo Acosta, execonomista de la Bolsa de Comercio de Córdoba y su actual secretario de finanzas. 

En 2015 asumió con vicegobernador en el segundo período de Schiaretti. Un cargo sin muchos sobresaltos, que debió abandonar en 2017 para encabezar la boleta de diputados nacionales. De la Sota había esquivado esa responsabilidad de conducir esa elección a sabiendas de los rindes electorales que iba cosechar -todavía- Cambiemos.  La lista de diputados de Mauricio Macri sacó casi el 50 por ciento de los votos y el peronismo quedó casi 20 atrás. Llaryora le dio al peronismo la única victoria en un departamento. 

En sus dos años como diputado fue vicepresidente de la Cámara Baja y ocupó la silla suplente en el Concejo de la Magistratura de Graciela Caamaño.  Le tocó asistir a la histórica sesión por la legalización del aborto y votó en contra del proyecto. 

En Buenos Aires aprovechó para reforzar su vínculo con Massa y abonó sus relaciones personales cultivadas durante su juventud y en instancias formativas como la Red de Acción Política (RAP) y en Fundación Konrad Adenauer (KAS). También de su paso por el grupo Sophia, el think tank del peronismo capitalino que terminó siendo una usina de cuadros para el PRO. Por allí pasaron Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Diego Santilli, de quien es amigo. También en esos espacios conoció al ministro de Educación Nicolás Trotta y al intendente de Almirante Brown Mariano Cascallares. Vínculos prexistentes a los cargos para Llaryora. 

Intendencia

La llegada de Llaryora a la Intendencia de Córdoba es el devenir de una serie de eventos que tienen que ver mucho con los errores de Cambiemos en Córdoba. Para simplificar, el exintendente radical Ramón Mestre decidió competir por la Gobernación y pegar ambas elecciones.  El peronismo se vio obligado a jugar fuerte en los dos frentes y romper el pacto no escrito del reparto de poder. Después de 20 años el peronismo volvió a ganar la Capital, aunque el peronismo cordobés reniega de a su alianza con el exintendente Germán Kammerath.

Llaryora ostenta ser quizás uno de los pocos políticos que fue intendente de dos ciudades. Y aunque Carta Orgánica no le permitía ser candidato porque no alcanzaba los años de residencia en la ciudad de Córdoba, logró un fallo favorable en el Tribunal Superior de Justicia y clausuró cualquier brecha judicial. Ganó con toda la maquinaria electoral y con el arrastre de un Schiaretti que batió records en las urnas.  

Armó un gabinete de coalición peronista con tintes de cordobesismo clásico. Acosta, un economista liberal y con pasado en el Ministerio del Interior de Rogelio Frigerio, para hacerse cargo de las cuentas municipales. En la obra pública cedió los lugares a cuadros históricos de la gestión provincial.  El resto de la estructura la repartió con los actores locales del peronismo, la viceintendencia para el delasotista Daniel Passerini, los ahijados de la esposa de Schiaretti, Alejandra Vigo, en el área social; y una considerable ascendencia de Miguel Siciliano, su secretario de Gobierno, en áreas operativas. 

Córdoba Capital no estaba en los planes de Martín Llaryora. La ciudad es un brasa caliente, con gremios estatales fuertes -aunque ya bastante desgastados- y problemas de todo tipo. “Es una picadora de carne”, suelen decir exfuncionarios que pasaron la gestión. 

Meses atrás encabezó la rebelión por los subsidios por el transporte de los intentes del interior. Una cuestión localista. El pedido fue replicado los otros días por los diputados del peronismo cordobés durante la discusión del Presupuesto. 

Llaryora comparte las ambiciones generacionales con el actual vicegobernador Manuel Calvo, aunque no acredita los mismos pergaminos. También en la lista de competidores naturales está el actual secretario de Obra Publica de la Nación, Martin Gill, de perfil más académico. Luego ingresan un pelotón de intendentes y referentes sub 50 que crecieron al calor de Unión por Córdoba. 

Tiene por delante que demostrar cómo acomoda la segunda ciudad más grande del país.  Desde 83 a esta parte ningún intendente de Córdoba pudo usar a la Municipalidad –salvo Mestre padre luego de cuatro años en el llano- como un trampolín a la Gobernación.