Miguel Ángel Juárez Celman, el burrito cordobés
Entonces, devolviendo favores, y con la nada despreciable intención de mantener el poder tras bambalinas, Don Julio Roca promovió la candidatura presidencial de su concuñado cordobés, Miguel Ángel Juárez Celman. Y no fue cosa difícil de lograr, a fuerza de meter los dedos en las urnas o dejar votar sólo al que diera la respuesta correcta. De esta manera, ubicó al muchacho en la banqueta de Bernardino. Crió un delfín y le salió un tiburón.
El currículum de este mozo no era extenso pero importante. Abogado, legislador cordobés, senador nacional, ministro de gobierno provincial y gobernador de la docta, de ahí, llegó a la Presidencia.
Pañuelo naranja, fundador del Partido Autonomista, diestro en el uso de la billetera de todos y prestó a movilizar al ejército cuando se le ponía jodida la cosa. Desconfiado, privatista y muy amigo de sus amigos.
Como lo simbólico importa, le dieron también la jefatura del partido para que sintiera que controlaba los resortes. Incluso a su régimen, un presidencialismo recargado, se lo bautizó “unicato”, una especie de uno para uno y todos para uno.
En este contexto empieza un festival de privatizaciones, contrataciones con una runfla de amigotes, corrupción y si te he visto no me acuerdo, mi querido concuñado, pero business is business. Y el reparto fue a quedar en manos del cordobés.
Su presidencia
Don Julio y el otro, Don Bartolo, empezaron a engordar de huevos. No porque mearan agua bendita, pero les jodía haberse quedado afuera del prorrateo. Hay cosas que son imperdonables, así que se les empezó a cocinar el estofado. Por su parte, la prensa adicta a pauta le decía que era el mejor presidente del mundo mundial.
Mientras tanto el burrito cordobés, que tampoco fue el presidente más lúcido que nos tocó - y eso que tampoco nos han tocado grandes luminarias -, empezó a meterle fuerte a la obra pública, cosa de juntar y repartir rápido, por las dudas que hubiera que escapar con lo puesto.
Terminó el puerto que iniciara su antecesor y que proyectara Madero – sobrino del vicepresidente de Roca, contemos todo -. También mandó a construir el Teatro Colón y el Correo Central, ordenó remodelaciones en la Casa Rosada y dispuso obras para que este páramo se pareciera a las ciudades europeas que tanto le gustaban.
Asimismo, fomentó la inmigración europea al crear colonias en las tierras que Don Julio había conseguido a los tiros en la Patagonia y sancionó la ley de matrimonio civil, dado que con la Santa Sede y el personal de tierra, en general, estaba todo podrido.
Y ahí entró a privatizar. La solución argentina al problemita del déficit, cada tanto agarramos y vendemos las joyas de la abuela a un Leyva joyas dispuesto a comprar el clavo. Milagro argentino, siempre tenemos una abuela. Y así fue.
Entramos en la fase de burbuja por capitales extranjeros que venían a alimentar la vaca y a llevarse el dulce de leche. Se permitió la proliferación de bancos con posibilidad de emisión de moneda, se entregaron préstamos al círculo de amigos insolventes o con escasa voluntad de pago, con toda liviandad, la bolsa fue un circo especulativo hasta que un día la Baring Brothers – sí, la misma que nos dejó empernados hasta la coronilla con el hijo de puta de Rivadavia – dijo que se equivocó al invertir en este baldío.
Los precios internacionales cayeron. Los ahorristas empezaron a retirar los depósitos bancarios, las acciones se desplomaron, empezaron a circular cuasimonedas y los bancos quebraron. Se fue todo a la mierda. Cesación de pagos, default, bancarrota. Que se vayan todos.
Era de lo que se tenía que cuidar el pobre inútil, porque acá la corrupción se tolera, el autoritarismo se sobrelleva y el fraude, si no nos toca mucho los huevos, también. Pero meterse con el bolsillo, esa víscera tan sensible ya no. Y se le acabó el veranito.
Unión Cívica y Revolución del Parque
Resulta que el tal Mitre, con Alem, Barroetaveña, Bernardo de Irigoyen y el católico Goyena se armaron la Unión Cívica. Empezaron a movilizarse y a hacer ruido, con la excusa de mejorar un poco la calidad de vida de los argentinos. Para poner blanco sobre negro, era un rejunte. Pero bueno, lo importante es llegar, después vamos viendo.
La Unión Cívica arrancó la escuela de la oposición de este país. Empezó denunciando corrupción, pasó por el estadio de denunciar fraude y terminó haciendo lo imposible por voltear al gobierno.
Así nos topamos, en 1890, con la Revolución del Parque, cuando el General Campos toma el parque de artillería y se subleva la marina. Mitre justo se va del país – tal vez para no hacer fracasar la maniobra – y deja a Alem al frente de la pelotera. Se pusieron boinas blancas y a pelear. Pero el General Levalle, ministro de guerra, los terminó rindiendo.
Por alguna razón, haciendo la gran Pavón, Campos no atacó el centro de la ciudad, como pedían los líderes civiles, lo que facilitó que las tropas oficiales abortaran la maniobra. La jodita duró tres días con una factura de casi 200 fiambres y algo más de 1000 heridos.
Pero el golpe se produjo igual. Las malas lenguas hablan de un acuerdo entre Don Julio y Campos, que dejó fuera de carrera a Alem y al tal presidente que apenas contaba con el apoyo de algún diputado y escasos ministros.
Es que Roca quería recuperar el poder que su concuñado le había arrebatado y Mitre quería rescatar su porción de torta que, como opositor responsable, el roquismo le entregaba. Alem venía con ideas más raras, como las de llamar a elecciones libres y transparentar el gobierno. La tenía complicada. Y se cargaron a todos de un solo tiro.
El fin de Juárez Celman y el surgimiento de Pellegrini
El presidente tuvo que renunciar y, en acuerdo entre Don Julio y Don Bartolo, Carlos Enrique José Pellegrini, el vicepresidente, asumió la presidencia, tal piloto de tormenta.
Juárez Celman se convirtió en el primero de nuestros presidentes en no terminar su mandato y Pellegrini en el primero en agarrar semejante balurdo y pedir que todos pusieran el hombro: suscribió con estancieros, comerciantes, banqueros y chetos un empréstito de 15 palos para pagar la deuda. Por única vez, como siempre.
En la oposición se fue todo a tomar por saco dada la traición. Se dividieron en la Unión Cívica Nacional, de Mitre y la Unión Cívica Radical, de Alem.
Pellegrini tenía por delante dos años de gobierno, un país prendido fuego, muertos tibios, una oposición joven y un oficialismo dispuesto a recuperar sus privilegios.
Con lucidez, muñeca y junto a todos, Pellegrini iba a tener que enderezar la nave antes de que este putiferio dejara de existir para siempre, y así, tendrá sus propias memorias del incendio.