Memorias del incendio (y yapa)
Se prendió fuego el país con acuerdos intraelite entre Don Julio y Don Bartolo -que como opositores que eran, sellaban grandes acuerdos programáticos-, se cargaron al burrito cordobés y acordaron la asunción de Don Carlos Enrique José Pellegrini, alias El Gringo. Y todos contentos con su porción.
A Pellegrini le tocó asumir en medio de un balurdo infernal. En default, con cuasimonedas emitidas por bancos quebrados, ahorristas que perdían su guita, el mundo nos daba la espalda por insolventes y los precios de nuestros productos estaban en el subsuelo de la patria. Sin embargo, tuvimos suerte porque el tal Pellegrini era un tipo preparado, buen político, sabía de números y era calmo para mantener a flote el barco.
Pero miremos un poco el legajo del Gringo. Abogado, periodista, soldado voluntario en la bestialidad de Paraguay, militante alsinista, diputado nacional, ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, fundador del Jockey Club, ministro de guerra y marina de la Nación, senador nacional y vicepresidente hasta que le cayó el peludo de regalo.
Como vicepresidente del burrito cordobés hay que decir que, cuando vio cómo venía la mano, se distanció. Cumplió su rol sin renunciar, incluso quedando al frente de las tropas durante la Revolución del Parque después de que Juárez Celman se tomara un piróscafo a Campana.
La presidencia de Pellegrini
La revolución fracasó, y una movilización, un par de denuncias y la quita de apoyos concluyeron en la renuncia presidencial y nuestro hombre tuvo que ponerse el traje azul. Cuando asumió armó una cosa transversal, con Don Julio de ministro del interior, el mitrista Costa en relaciones exteriores y el urquicista Vicente López en finanzas. Todos adentro. Muñeca.
Como pesada herencia tenía vencimientos de la deuda a la semana de asumir, así que les pidió a los estancieros, comerciantes y otros ricachones que se montaran a un empréstito de corto plazo de 15 palos, y si no, no asumía un carajo.
A las tres semanas de gobernar este páramo, Pellegrini mandó al senado su plan de finanzas. Se autorizaba a emitir billetes y a vender joyas de la abuela para cubrir esa emisión de 60 millones y se creó la Caja de Conversión. También se voltearon las concesiones de ferrocarriles en no pocos casos, donde no se hubiera cumplido el contrato. Vicente López presentó un presupuesto basado en el equilibrio y apostando a la recuperación de la moneda, con optimismo y esperanza.
Con Carlos Casares al frente se fundó el Banco Nación, seguramente con mayor ambición de la que hoy tiene el responsable del homebanking. Con un bono del Estado, y por medio de la Caja de Conversión, se constituyó el capital de 50 palos de la nueva entidad bancaria que no podría hacer negocios con municipios ni gobernaciones, sólo con el Estado Nacional y hasta un tope de dos millonetis.
Crisis económica
Pero siempre hay piedras en el camino del señor y cuanto había en metálico se le remitió a la Baring Brothers que se estaba yendo al carajo, cosa que nos dejó sin pagar los sueldos estatales. Por suerte, el mundo, otra vez, nos amplió los plazos para pagar y entonces, mostrando buena voluntad, Don Carlos paró las obras públicas rimbombantes de Juárez Celman. A su vez, nacionalizó las obras sanitarias privatizadas por su antecesor.
Mientras Victorino de la Plaza se traía de Londres un préstamo al 6% de 75 palos solo utilizables para el pago de la deuda y con la condición de no volver a vivir de prestado por tres años. Sumado al ajuste, que consistió en aumentar impuestos aduaneros de sellado, a las exportaciones y a los bienes de lujo, El Gringo enderezó la nave y partimos.
Levantó el Estado de sitio y volvieron a circular los periódicos opositores. Se amnistió a los revolucionarios del ’90 y se actualizó el padrón electoral como primer atisbo de reforma política. Dado que Pellegrini, si bien era un actor del régimen oligárquico hegemónico, era un reformista, como ya lo demostraría como diputado unos años más adelante. Fue proteccionista y fomentó el consumo interno de materias primas productos industrializados.
Asimismo, fue de lo más lúcido que nos tocó en suerte, hábil, zorro, buen político y pragmático. Ante una crisis, ya sobre el final de su gobierno, decidió renunciar. Sin embargo, todo el arco político lo convenció de seguir al mando hasta el final constitucional de su mandato.
Los radicales
Las elecciones se realizaron “sin fraude”, pero con una cabriola que dejó sin participar a la UCR. Fue elegido para sucederlo Luis Sáenz Peña, el papá de Roque quien declinó su candidatura para no competir contra su padre y renunció a su banca de senador porque no podía ser oficialista ni tampoco opositor de su propia sangre.
El gobierno de este muchacho fue un bochorno absoluto, aunque pudo dar por terminada la crisis económica. Además expandió la red ferroviaria, se terminaron los puertos y se creó la Lotería Nacional. Pero no tenía uñas de guitarrero. Cambiaba de ministros como de calzones, el interior estaba prendido fuego, los gobernadores caían y los radicales se hacían fuertes.
Como turco en la neblina puso a Aristóbulo del Valle de ministro de guerra y marina, que le certificó que la solución a todos los problemas era desarmar las guardias nacionales del interior para evitar revoluciones. A los pocos días estalló la revolución radical que se llevó puesta a unos cuantos gobernadores que se defendían con una cuchara en cada mano.
Pero radicales al fin, perdieron un par de turnos jugando a la interna entre Del Valle, Alem e Yrigoyen y el ejército nacional se las hizo caber. Ahí nomás murió del Valle, Alem a los pocos meses se voló la tapa de los sesos en un carruaje y Don Hipólito Yrigoyen se quedó con el partido.
Nuevas elecciones
Para las siguientes elecciones el radicalismo participó y ganó en Buenos Aires, aunque fue derrotado en el colegio electoral por la alianza, no por amor sino por espanto, entre Don Julio y Don Bartolo que metieron a Udaondo en el sillón de Alsina. En el interior, el fraude fue obsceno y, por si no alcanzaba, a los radicales se los fajaba. Con ese paisaje el radicalismo se confinó en la abstención electoral absoluta.
A Sáenz Peña sus ministros se le cagaban de risa y consultaban con Don Julio y El Gringo hasta la fecha y el año. En enero de 1895 le renunciaron todos juntos, cosa que en realidad era un mensaje, una oferta que no podía rechazar. Y renunció.
Otro vicepresidente dejaba la campanita para ponerse a trabajar, mientras el régimen agonizaba entre fraude, violencia y la mano de Don Julio.