Esa mancha no se borra más
Íbamos a meter la pata, y bien metida. Que los argentinos, como no somos los únicos, decidimos ser los mejores y que el resto debería aprender. Tanto, que nos ofrecimos a enseñarles por la fuerza.
Por eso Mitre, viendo que su modelo liberal era una maravilla en este putiferio, se dispuso a sacar franquicias sudamericanas. Y empezó por Uruguay, bancándole una revolución a los colorados para aplastar a los blancos que gobernaban Montevideo.
La cosa no anduvo tan bien, como era de preverse, así que se tuvo que meter Brasil y terminar la faena.
Pero resulta que Paraguay quiso dar una mano a los blancos, entonces su presidente, Felipe Solano López Carrillo invadió el Mato Grosso y mandó otra expedición a salvar Montevideo. Pero en el TEG tenía a nuestro país en el medio, así que pidió permiso de paso, cosa que Mitre le negó. Y se pudrió, porque Paraguay le declaró la guerra a esta bendita nación.
Con tal cuadro, el gobierno argentino se hizo el sota con el formalismo paraguayo y esperó a que los guaraníes invadieran Corrientes. Y ahí sí, la gran Pearl Harbor, nos ofendimos. Porque una cosa es declarar la guerra y otra invadir sin aviso. O sin avisar que avisaron.
Entonces Mitre agarró para el lado que más le gustaba, moldear el ser nacional. Así que vociferó, ante una muchedumbre que se le juntó en la casa, un cálculo digno del inútil militar que sabía ser, “en veinticuatro horas a los cuarteles, en quince días en Corrientes, en tres meses en Asunción”. De jetón, nomás.
Y le declaró la guerra a Paraguay con todas las de la ley, para poder invadir con aviso porque el que avisa, no traiciona.
Para tomar valor, se firmó un tratado con Brasil y Uruguay, el de la Triple Alianza, que rezaba lo de cargarse a Solano López, pero no tanto lo de cobrarse, por medio de reventar a todo el Paraguay, los conflictos limítrofes de la región. De paso, o no tan de paso, le ensartaban el modelo liberal, que tanto le gustaba a Inglaterra, a los paraguayos que andaban comerciando por las suyas la yerba y el tabaco con el que se le antojaba.
El presidente argentino, eso sí, puso una condición para firmar la papeleta: ser el comandante en jefe de los aliados. El puto amo, señores. Bronce y jineta.
Argentos al fin, andábamos un poco en bolas, así que hubo que ir armando el ejército a los apurones, resolviendo internas abiertas desde Pavón y pidiendo refuerzos al interior, para que todos pusieran su sangre en la gesta patriótica que se venía. Y si eran gauchitos mejor, para economizar sangre de la buena.
[recomendado postid=116777]
Pero no todo eran rosas, porque en las provincias un poco se iban mosqueando con esto de tener que poner el hombro para vaya uno a saber qué cosa. Por ejemplo, a Urquiza se le rebeló toda la tropa un par de veces, en el norte y Cuyo se armaron revueltas. Hubo que aplicar la censura y el estado de sitio para hacer reflexionar a los revoltosos que ponían palos en la rueda del desarrollo continental.
Como don Bartolo se puso al frente del desaguisado este, dejó a cargo del gobierno a su vice, Marcos Paz, que, imagínense ustedes, se había ganado semejante beca y ahora lo ponían a laburar como a cualquier hijo de vecino.
Nunca hubo seguridad jurídica acá.
Pero ya puestos a la guerra, el primer paso fue terminar con la toma de Corrientes y hacer retroceder a los paraguayos hasta su país, cosa que fue, más o menos, fácil. A partir de ahí Paraguay se iba a defender como gato panza arriba de los ataques de una fuerza desproporcionadamente superior, sanguinaria, cruel y despiadada.
Además, por si fuera poco, el terreno, el clima y las sepulturas precarias o naturales, en medio de zanjas, fueron caldo de cultivo para el cólera, la disentería, el paludismo y la escarlatina. Figúrense, no solo no teníamos calendario de vacunación, sino que se pretendía curar las pestes con caña, cognac y laurel.
Cuestión que los famosos “en tres meses en Asunción” de nuestro comandante en jefe de los cojones fue una guerra de cinco años. El tastarabuelo de la cantante con voz nasal culpaba, desde su tribuna de doctrina, a la prensa y a las rebeliones del interior para explicar cómo se le había complicado la partida.
Fueron cinco años en los que el pueblo paraguayo defendió su causa con coraje y valor, hasta empeñar al último hombre. Pelearon con tal bravura que protagonizaron hazañas inexplicables como la de la batalla de Curupayti, que terminó 50 a 9000. Entre los 9000 se contaba al hijo de Sarmiento, Dominguito.
Pero la suerte estaba echada antes de empezar.
Paraguay sufrió una destrucción impresionante, su pueblo quedó aniquilado y, cuando ya no tuvo hombres para pelear, peleó con chicos. Como en Acosta Ñu, donde niños y mujeres pusieron la cara contra las tropas aliadas. Cuando terminó la batalla, las mujeres salieron a rescatar a los chicos heridos y dar sepultura a los muertos. Fue entonces cuando Gastón de Orleans, Conde d’Eu, - al mando de las huestes brasileras y que ya había hecho prender fuego el hospital de sangre de Piribebuy cerrando puertas y ventanas para que nadie escapara -, ordenó quemar los campos, haciendo arder a todos en esa hoguera.
Por eso, el día del niño en Paraguay se conmemora los 16 de agosto, en honor a esos héroes bajitos. Las tropas argentinas en semejante sandez estaban encabezadas por Luis María Campos que hoy tiene una avenida y los descendientes del pirómano Conde son los Orleans Braganza, pretendientes del trono de Brasil.
Y ese fue el tono de la guerra, que, para empeorar el panorama, llenó de pestes a toda la región, traídas por los soldados que volvían. En Buenos Aires se desató una epidemia de cólera con curvas que nadie podía aplanar, un desastre de tal magnitud que se llevó al otro mundo al presidente a cargo, por lo que Mitre tuvo que dejar el frente de batalla y volver al sillón de Rivadavia.
Pero el exitoso modelo Mitrista que estábamos exportando, tenía sus fisuras internas.
Digamos que en el interior estaban recalientes con Buenos Aires. Ponían los soldados y se los devolvían heridos o apestados, cuando tenían la suerte que se los devolvieran. El catamarqueño Felipe Varela, se llenó los huevos, y se mandó con una carta abierta y unas milicias en contra de la guerra entre hermanos sudamericanos. Muy lindo todo, pero le tiraron con lo que hubiera y, escaramuza va, escaramuza viene, terminó en el club de los exiliados, más precisamente en Bolivia.
Cuando Mitre retomó el gobierno, la guerra quedó bajo la dirección brasileña, que arrasó cuanto pudo. En 1870 se tomó Asunción. La jodita le dejó a Paraguay una población diezmada, territorios perdidos, el saqueo de Asunción, y un gobierno a imagen y semejanza de Brasil.
Solano López murió de un tiro en el pecho después de la masacre de Cerro Corá, Mitre terminó su mandato constitucional, algunos argentinos se llenaron de pasta abasteciendo tropas y Brasil nos durmió en el reparto, como era de esperarse.
Acá la factura a pagar fue de 50.000 muertos, una epidemia de fiebre amarilla que dejó la friolera de 13.000 clavados de punta y una mancha que no se borra más.