El segundo Rosas
Ahora los pueblos originarios nos caen muy simpáticos. Les reconocemos derechos, usamos su bandera y hasta le tiramos, con audaz e indudable valentía, tachos de pintura roja a las estatuas de los que recorrieron la Patagonia en plan de parcelar hectáreas como hoy se parcelan ministerios.
Pero en 1832 la frontera con el indio no era tema menor. Y cómo sería, que cuando el gobierno, en 1833, declaró que no podía cubrir los gastos de la campaña, Rosas, Terrero, Zuñiga y Tomás Guido la pusieron contante y sonante para resolver el problema.
Fue la columna del exgobernador la que más avances logró, un poco con la espada, otro poco con acuerdos de paz, consiguiendo pacificar la cuestión y progresando en la frontera.
Según informó al gobierno el saldo fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y 1.000 cautivos blancos rescatados – así se clasificaba en aquella época, no se crispen conmigo -. La aventura le dejaría el reconocimiento de los estancieros, pero también de Mendoza, San Luis, Santa Fe y Córdoba, todos hartos de los saqueos. Pendientes quedaron las incursiones de los ranqueles que siguieron dale que te dale.
Pero esa paz no era gratis, porque nada es gratis en esta vida, así que Buenos Aires enviaba a las tribus pacificadas ganado, alimentos, ropa y bebidas. Adivinen si esto trajo la acusación de parásitos, mantenidos y financiamos vagos con nuestros impuestos. Sí.
Ya hemos visto que los federales, que ya no tenían que matarse con los unitarios, decidieron mantener la tradición y no perder la costumbre, así que empezaron a matarse entre ellos. De un lado los del gobernador, del otro lado los regenteados por doña Encarnación, la denuncia a un diario, un sujeto alterado, el gobernador derrocado.
Caído Balcarce, la legislatura eligió a Rosas, pero sin toda la parafernalia de las facultades especiales.
El exgobernador prefirió seguir parcelando el sur y dejar que en su lugar asumiera Manuel Maza que, por supuesto, era su amigo.
Y para amigos así, déjenme con los estúpidos de mis enemigos. Porque vean, cuando se armó entre Salta y Tucumán, Rosas le sugirió a Maza que mandara a mediar a Facundo Quiroga. Fue y medió bastante bien. Pero cuando volvía lo emboscaron en Barraca Yaco y no para tomar unas birras, sino para meterle un balazo en el ojo. Una obra algo torpe de un sicario a las órdenes de los hermanos Reynafé que gobernaban Córdoba.
Caos, inestabilidad política, violencia social y la solución ineludible, llamar al Restaurador de las Leyes y darle, por fin, lo que pedía. Eso sí, con un par de condiciones: sostener la religión católica y la federación, que consolidaba el poder de Buenos Aires y contenía el desarrollo de las provincias.
A Rosas le vino como anillo al dedo la metida de pata de los hermanos Reynafé porque eran protegidos de López.
Ya no estando Quiroga y con López sucio como una papa y con otro muerto en el placard, el Restaurador se quedó con la manija sin necesidad de compartirla con otros federales.
Pero a Rosas le gustaban las formas y, si bien le habían dado el oro y el moro ahora quería que, además, se lo plebiscitaran. Cosa de que nadie le rompiera las bolas por lo que se venía. De 9.720 votantes solo siete osaron decirle que no. Regia patente de corso.
Así como en su primer mandato había recuperado los restos de Dorrego, ahora se iba a ocupar del sicario de Quiroga y los hermanos Reynafé. Detenidos, enjuiciados y fusilados. Y a otra cosa, mariposa.
No fue un tipo de los que uno tiene por tolerantes, pero también es cierto que la grieta se definía por vida o muerte, así que limpió todos los ravioles de la administración pública de opositores o no oficialistas, que era lo mismo.
Nada de prohibir las contrataciones y comerse las capas geológicas que venían inventariadas desde 1810.
Los documentos públicos debían encabezarse con el lema “Federación o Muerte” – le habían pedido que sostuviera la causa, y eso hizo – que luego mutaría al mucho más explícito “Mueran los salvajes unitarios”. Para que nadie anduviera confundido por la vida, se impuso la divisa punzó para distinguirse de los unitarios que usarían una celeste.
Organizó a la militancia en la Sociedad Popular Restauradora y la Mazorca, una especie de cuerpo parapolicial siempre dispuesto a mermar las filas opositoras.
Con todo a raya tejió alianzas con los gobernadores y mantuvo el control del comercio exterior y la política diplomática.
En cuanto al comercio exterior sancionó la Ley de Aduanas, que prohibía importar ciertos productos mientras que otros pagarían un arancel. Así, impulsó el mercado interno y la producción en el interior, sin resignar los ingresos de la aduana porteña. Si se exportaba, tributaba a Buenos Aires, si se importaba, también, así se controlaba el desarrollo de cada provincia y se la favorecía, o no.
Rosas logró contener el déficit fiscal y la emisión monetaria. No pagó la deuda rivadaviana e hizo circular el papel moneda por todo el país. Disolvió el Banco Nación que Rivadavia le había regalado a los ingleses y creó el Banco de la Provincia.
Repartió las tierras entre los hacendados, concentrando el desarrollo económico, cimentando la riqueza en los saladeros y las estancias de Buenos Aires.
El rol de los medios dejó de discutirse y las cartas de los intelectuales dejaron de leerse porque se fueron todos a poblar Montevideo, invitados, quizás, no muy amablemente. En ese exilio empezaron a juntarse los unitarios, los intelectuales y los cismáticos, o lomos negros. En la bolsa serían todos unitarios.
Rosas resistió los cambios, manteniendo el orden colonial porque así protegía la hegemonía económica de Buenos Aires a costa del interior evitando organizar la nación.
También tuvo desobediencias que soportar, como cuando Berón de Astrada, gobernador de Corrientes, creyó que con López podrían derrotar a Rosas. Pero López murió, Entre Ríos invadió Corrientes y pelito pa’ la vieja.
En Uruguay, Rivera derrocaba a Oribe, aliado de Rosas, y Francia se paseaba por Montevideo, mientras se tiraba cascotes con Inglaterra, que comerciaba con Buenos Aires. Y entonces los gabachos nos bloquearon el puerto, nuestro venerable puerto.
Mientras los unitarios con Lavalle a la cabeza y los intelectuales que habían esparcido sus ideas de rebeldía, exiliados en la capital Oriental, empezaban a ser escuchados de este lado de la orilla. Y con el apoyo de los estancieros del sur de la provincia molestos por la caída de la ley de enfiteusis y afectados por el bloqueo del puerto, armaron un disturbio con el hijo del exgobernador Maza a la cabeza.
Pero Lavalle no llegó a su auxilio como estaba planeado, los delataron. El exgobernador (y amigo de Rosas) cayó muerto a cuchilladas en su despacho y su hijo, cabecilla de la trifulca, fue ejecutado.
El hermano de Rosas, Prudencio, venció los levantamientos de los “Libres del Sur” e hizo tronar el escarmiento, a sangre y fuego, dejando así a la provincia en paz.
Ya es 1840 en este páramo sin concordia y entonces, volvemos a la guerra. Y con todo.