Don Roque Sáenz Peña, el idealista del cambio
“No es el momento, pero seguro Roque será presidente”. Puede que Don Julio ya no manejara los hilos porque Figueroa Alcorta lo había mandado a cuarteles de invierno, pero el destino vendría a cumplir aquella profecía condescendiente con Luis Sáenz Peña al momento de consolarlo mientras sepultaba las aspiraciones presidenciales de su hijo.
La cosa es que Roque llegó a la presidencia con Victorino de la Plaza como coequiper, en una época donde, recordemos, ser vicepresidente significaba tener un traje azul siempre bien dispuesto y un par de amigos para sentar en el gabinete de apuro.
Don Roque José Antonio del Sagrado Corazón de Jesús Sáenz Peña era un idealista. Venía de familia rosista y era abogado. Le dio por el lado de la diplomacia, fundó un diario con Pellegrini, o sea, era periodista, porque si se funda un medio se es periodista, y despuntó el vicio militar cuando se fue a dar una mano a Perú en la guerra del Pacífico.
Alcanzó el grado de teniente coronel y perdió la ciudadanía argentina por incorporarse a la tropa peruana, cosa que hubo que devolverle oportunamente, si no, yo no estaría escribiendo estas líneas. Fue subsecretario de Relaciones Exteriores en el gobierno de Roca y embajador en Uruguay con Juárez Celman.
El camino de Roque
Sáenz Peña también representó a esta noble nación en la famosa conferencia de Washington donde patrocinó la inviolabilidad de los Estados y se enfrentó al proyecto yankee de armar una aduana continental con una moneda única para todos. Con semejante currículum, se convirtió en ministro de Relaciones Exteriores hasta que Pellegrini lo mandó de presidente al Banco Nacional para arreglar los números del país quebrado. Pero no se pudo.
De todos modos, el pollo venía bien perfilado, tanto que lo empezaron a acomodar como candidato del partido modernista, con intención de mandar a tomar por culo al sistema de Roca que ya hacía agua por varios flancos. Pero cuando tenían todo resuelto y abrochado, don Julio y don Bartolo le clavaron la candidatura del padre, un tipo que había consagrado su vida al derecho y a la justicia.
El chico bajó la candidatura y, además, ni bien ganó el viejo, se fue del Senado porque no podía serle opositor. A todo esto, una vez había presentado una novia en la casa. Resultó ser hija natural de su padre, o sea, su hermana. Debía ser una relación difícil, imaginemos. Igual don Luis lo nombró, con algo de culpa, calculemos, jefe de las Guardias Nacionales, cosa a la que también renunció.
Ya cuando Figueroa Alcorta dispuso llevarse puesto a Roca, don Roque decidió militar esa línea. Alcorta lo mandó a España a un evento social y después lo dejó de embajador. Fue en el Viejo Continente donde vio que se podía votar distinto y mejor. Representó al país en La Haya y apoyó a España contra Estados Unidos en la guerra de Cuba.
La ley electoral del presidente Sáenz Peña
Para cuando volvió esto era un quilombo. Falcón había hecho una matanza de huelguistas, el sistema no daba para más y en la rosca para lo que se venía don Roque asomaba como el cambio necesario. Y, como dijimos, lo embadurnaron con la candidatura. Volvió a Europa a terminar algunos trámites, donde se enteró que acá el Colegio Electoral acababa de empomarlo con la primera magistratura.
Ni bien desembarcó tuvo que hacer dos reuniones, una con Figueroa Alcorta y otra con don Hipólito Yrigoyen. De la última salió un pacto, los radicales dejaban de pedir las cosas con modales primitivos y él mandaba al Congreso la nueva ley electoral. Y así fue.
La ley de sufragio, de Indalecio Gómez, establecía la vigencia de un nuevo padrón en los listados de enrolamiento militar, y el voto secreto y obligatorio para los varones mayores de 18 años. Lo de universal era un poco pretensioso, claro. Al presentarlo ante el Congreso cerró su discurso diciendo “quiera el pueblo votar”. Así se aprobó lo que conocemos como la ley Sáenz Peña.
Se ponía fin a décadas de fraude y elecciones digitadas y se ampliaba la participación de fuerzas políticas. En las elecciones de 1912 crece la bancada socialista, y el radicalismo gana en Entre Ríos y Santa Fe.
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Lo bueno termina
En el medio de esto inauguró el subte y terminó la estación de Retiro. Además, sancionó la ley de Fomento de los Territorios Nacionales lo que llevó a ampliar más los ramales de ferrocarriles y establecer poblaciones en el interior.
Se comió la del grito de Alcorta, después de una cosecha récord que dejó pocos morlacos a los chacareros. La cosa terminó con una factura de un par de fiambres y la creación de la Federación Agraria Argentina, el concepto de la tierra para quien trabaja y la organización de los chacareros en distintos puntos del país.
Por una vez nos había tocado un tipo con ideas, sacrificio de poder y leal a los pactos. Un lujo que no iba a durar mucho, claro, porque la salud del buen Roque no era su fuerte. Aparentemente los coletazos de la sífilis contraída en el Perú lo tuvieron a maltraer y empezó a hacer uso de licencias cada vez más frecuentes. Al punto de ser el único presidente que por no poder trasladarse vivió en la Rosada, donde nos dejó una regia galería, la del patio de las palmeras, con unos vitreaux hermosos.
De vice a mandatario
En cuanto don Roque se mudó de barrio, específicamente a la Recoleta -al mausoleo de sus suegros-, el leal Victorino de la Plaza, salteño, abogado y fugaz militar, heredó la presidencia, con tanta suerte que a los pocos días se desató la primera guerra mundial.
Para no dramatizar, nos declaramos neutrales y con ganas de comerciar con ambos bandos. Si son todos lo mismo, oiga. Antes, firmó el pacto ABC con Brasil y Chile para frenar la influencia yankee en América que iba por la etapa de tomar Veracruz.
Los países en guerra retiraron el oro que tenían en nuestra caja de conversión, lo que depreció a nuestra moneda, lo de siempre. También se complicó la de venderles cosas, entre que las marinas mercantes tuvieron que poner los barcos para la guerra y que los que funcionaban eran pirateados o bombardeados, el comercio de granos se complicó. De esta manera, nos convertimos a la industrialización.
Previo a las elecciones, de la Plaza entregó la ciudadanía a 3.000.000 de inmigrantes. Así terminó la república conservadora en la Argentina y comenzó la alternancia.
Las primeras elecciones presidenciales bajo el nuevo sistema las ganaría el radical Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen, iniciándose otra etapa política, con nuevos actores, nuevos métodos y nuevas soluciones. Siempre a las patadas, eso sí.