Don Julio Roca y su primera presidencia
Quedamos en que el final del gobierno de Avellaneda fue a puro tiro, rebelión, quilombo, vencedores y vencidos. Lo de siempre. Ahora tenemos la opulenta Buenos Aires federalizada como ciudad, vivienda para la administración presidencial.
Como sucesor habíamos elegido al conquistador del desierto, Julio A. Roca -otra vez un militar- que venía apoyado por su cuñado cordobés Juárez Celman, Carlos Pellegrini, la liga de gobernadores y el toqueteo de los votos. Le había ganado a Tejedor, que no conocía métodos mejores, ni aliados más decentes tampoco.
Pero Don Julio no era un improvisado ni mucho menos. Venía con un legajo extenso y su familia había aportado sangre a la causa nacional, lo que le suponía derechos. Este tucumano, picaflor como pocos, peleó en Cepeda y en Pavón se quedó tirando cebollazos cuando ya todos habían huido. Tuvo que ir su padre a decirle que se dejara de romper las pelotas que ya estaba todo entregado.
Después integraría el ejército de Mitre, participaría en la vergüenza de Paraguay, donde perdería a su padre y a dos de sus hermanos y vio en primera persona el desastre de Curupaytí.
Desparramó sangre para reprimir la rebelión de López Jordan y más tarde tuvo que hacer algo parecido cuando Don Bartolo denunció fraude y se levantó contra la elección de Avellaneda. No pudo ser Ministro de Guerra porque estaba Alsina, pero cuando este murió, se lo dieron y entonces, nos deslumbró desplegando toda su destreza para amasijar indios en la conquista del desierto. Hay que reconocerle que la idea de cambiar sables por fusiles a repetición, además de ser innovadora, aceleró el proceso eficazmente.
Las tierras conquistadas fueron hábilmente repartidas. Gracias a la suma de alianzas con los gobernadores, los métodos de la época y la inexistente supervisión de la OEA, Don Julio se sentó en el sillón del infame Rivadavia.
Picaflor
Como reseña familiar podemos decir que se casó con Clara Funes, una cordobesa que lo iba a emparentar con Juárez Celman y con la que dejaría una prole de seis hijos, uno tristemente célebre, como ya veremos. También arrugó sábanas con Ignacia Robles, una tucumana con la que tuvo una hija, Carmen, a la que no reconoció, pero mensualizaba. También estrechó vínculos con Guillermina, la esposa de su amigo (son los huevos) Eduardo Wilde, el que le vendó la cabeza cuando sufró el atentado yendo al Congreso a dar su discurso del 1º de Mayo.
No faltan tampoco los que lo vinculan con Lola Mora, pero eso ya lo veremos cuando vuelva a ser presidente. Spoiler, volvió.
Don Julio presidente
El hashtag de su presidencia fue “Paz y Administración”. Total, ya le había hecho pelo y barba a media Argentina, ahora había que administrar.
Con Don Julio arranca el período de la Argentina conservadora. Nutrida de notables, toda la caterva que va a integrar este período pasará a la posteridad como la generación del ´80. El poder de Roca se mantendrá entre la butaca presidencial y tras bambalinas por la nimiedad de casi 30 años ya fuera poniendo, sacando, desestabilizando, apoyando o haciéndose el boludo. No por nada le decían El Zorro.
Fue Roca quien dio al país una moneda: el peso moneda nacional que iba ligado al respaldo del oro. Un año y medio duró la ilusión. La moneda se fue al carajo y ahí andamos, hasta el día de hoy, valiendo menos que los papelitos de El Estanciero, haciendo cepos, paralelos y acolchonando lo que se pueda.
Financió la obra pública, que fue mucha, desde edificios hasta ferrocarriles, con empréstitos internacionales que nos iban a llevar, indefectiblemente, al default. Pero, como ya hiciera otro presidente, también picaflor, algunos años más tarde, esa bomba le iba a estallar a otro.
Muy a tono con el pañuelismo de nuestros tiempos, y para que vean que no todo es tan absoluto en la vida, se puso al frente con eso de Iglesia y Estado asunto separado, y sancionó la Ley de Registro Civil y la Ley de Educación. Por la primera se le quitaba a la Iglesia la función de registrar los nacimientos, los casorios y los fiambres. Por la otra, se impedía dar religión en las escuelas públicas, lo que provocó el grito en el cielo -literalmente- del personal de tierra del todopoderoso creador, y así fue como estuvimos años sin relaciones con la Santa Sede y sin chances de embocarles un Papa.
También construyó el nuevo puerto, central para la economía de Buenos Aires y del país, además sirvió para fomentar la inmigración. El otro presidente picaflor llenó el puerto de restoranes y edificios de oficina para hacernos creer que Miami siempre estuvo cerca. Ordenó la construcción del puerto de Ensenada y entronizó a La Plata como capital de la provincia de Buenos Aires, a la que le habían sacado bocadito porteño.
Porque a esta altura de la soireé, ya éramos porteños y bonaerenses.
Sancionó el Código Penal, que ordenó un poco la cosa esta de andar resolviendo conflictos en los paredones, y lidió con una curva de contagios importante de cólera que hizo estragos y no nos permitió mofarnos de los suecos.
Fijó los primeros límites con Chile y compró una tierra en el sur que terminaría siendo Ushuaia. A su vez, reclamó por Malvinas, pero no le dieron pelota, y nacionalizó los territorios anexados en el norte y en el sur por las campañas del desierto.
Devolución de favores
La cosa para mantener el poder no era tan difícil. El grupo de amigos se veía favorecido por el liberalismo económico. Los muchachos cobraban a precios internacionales, en moneda fuerte y pagaban en papel pintado. De invertir, ni hablar, para eso estaban los ingleses. Con la billetera de todos se tejían las alianzas con los gobernadores. Las elecciones se manejaban con fraude, voto cantado, intervenciones y violencia, así que nadie se metía a participar demasiado, por las dudas. Yo, argentino.
La mitad de la plata se iba por la alcantarilla del pago de deudas a la banca internacional y los amigos contratistas del Estado se llenaban los bolsillos. Les recuerdo, es 1880.
Y como íbamos a ser el granero del mundo, el proceso inmigratorio -no el que había soñado el padre del aula, sino el otro- seguía viento en popa, sobre todo en el litoral.
Al final del mandato llegó holgado y devolviendo favores, bancó a Juárez Celman con la idea de ser el poder en las sombras, moviendo toda la maquinaria para hacer elecciones a su gusto y piaccere. Pero el cuñado, parece, tenía otros planes.
Un presidente cordobés, una deuda monstruosa, una moneda pulverizada, default, radicalismo, una revolución, muertos, renuncia, sucesión presidencial. No, no se nos viene el 2001, se nos viene 1890. Un país absurdo.