Agustín P. Justo y sus escandalones
Es 1932, con fraude mediante, el exministro de guerra de Alvear, moderado conspirador antidemocrático y golpista, Agustín Pedro Justo se hizo presidente constitucional.
Entrerriano, militar e ingeniero. Había sido el mandamás del colegio militar durante la presidencia de Quintana. Como su antecesor, era radical, línea antipersonalista y de buenas migas con Alvear. Cuando fue el golpe del ´30 era más de la idea de una transición y no de un régimen eterno, por lo que rechazó la vicepresidencia y apenas se puso un tiempo al frente de las fuerzas armadas.
Ya vimos que a Uriburu se le había empiojado la cosa con la provincia de Buenos Aires y su idea de perpetuar un gobierno corporativo se iba por la alcantarilla de la sensatez, así que le ofreció a Justo un gobierno de coalición. Pero estaba condenado. Militares, socialistas, antipersonalistas y hasta los conservadores le hicieron saber al Presidente de facto cuantos pares eran tres botas. Y tuvo que llamar a elecciones.
Justo se fue armando con esos grupos, y sectores del interior, una alianza, la Concertación. A alguno, con complicidad de Uriburu, se le ocurrió candidatear a Alvear, que se entusiasmó. Pero oigan, una cosa es pasarse la constitución por las pelotas y otra, muy distinta, es pasarse la constitución por las pelotas. Y hay que ver, le explicaron al nieto del hijoputa de Carlos María, que no habían pasado los seis años desde que dejara el poder, tal como exigía el librito, para volver a ser candidato. Que respetara las leyes, que este es un país en serio, ni qué ocho cuartos.
Regalado le quedó a don Agustín. El radicalismo antipersonalista -sí, un lio bárbaro - lo proclamó candidato con Matienzo de vice, mientras que el Partido Demócrata Nacional – la ironía, vean – lo proclamó con Julio Argentino Pascual Roca, el hijo de don Julio, de vice, fórmula que ganó con diferencia holgada sobre el dúo Demócrata Progresista de Lisandro de la Torre – Repetto, metiendo los deditos en las urnas y con el radicalismo en abstención revolucionaria.
Será porque en el colegio no nos cuentan nada de esta década, que parece que no pasó nada. Y pasó de todo.
En la opulenta Ciudad de Buenos Aires, Justo nombró intendente a Mariano de Vedia y Mitre – sobrino nieto de don Bartolo -, y el tipo se puso a levantar la economía post depresión meta obra pública y Art Decó. Arrancó la 9 de Julio, el edificio que la corta – con la estatua a la corrupción incluida -, el obelisco, hizo las diagonales norte y sur, la Avenida Juan B. Justo, los hospitales Argerich, Fernández y el militar, amplió la Plaza San Martín, y empezó las obras de la Costanera Norte. Si hablamos de subtes se hicieron las líneas C y D y se empezó la fatídica E.
Se hicieron los teatros Opera y Gran Rex, y edificios emblemáticos como el Kavanagh. También se construyeron el puente Pueyrredón y los edificios de las facultades de derecho, medicina y odontología. Hizo bastante, nadie puede negarlo. Al resto del país le tocaron kilómetros de pavimentos ruteros, el puente entre Corrientes y Brasil y una guarnición aérea en Córdoba. Lo que pasa cuando, en vez de darle autonomía, a la ciudad se la convierte en ministerio.
Pero venimos de la depresión del ‘29 y el desastre de la economía mundial se había llevado a tomar por saco el pleno empleo y el superávit de la república radical. Había que ajustarse el cinturón. Así que ahí fue el impuesto a la nafta y una reducción del gasto público, en el ítem grasa militante, más precisamente. La economía fue préstamos y austeridad fiscal.
Para cuando llegó Federico Pinedo al ministerio de Hacienda - un socialista disidente, hijo del exintendente Federico Pinedo y abuelo del expresidente y exsenador Federico Pinedo -, la intervención del Estado en la economía fue absoluta. Se crearon la Junta Nacional de Granos y la de Carnes. Se creó el postergadísimo Banco Central y se instauró el régimen de coparticipación, a fin de tener al Estado nacional con la sartén por el mango.
En 1933, y a cambio de asegurarnos la venta de carne a Reino Unido, se firmó el pacto Roca–Runciman, por el cual, la pérfida Albión, se garantizaba que no se regularan las tarifas de los ferrocarriles que estaban bajo su concesión, la libertad de aranceles para el carbón y su venta exclusiva de las cantidades que necesitara este baldío, además del compromiso de no imponerles impuestos aduaneros. Ojalá nos hayan dado un besito.
Este desvarío dio lugar a que el senador de la Torre se pusiera a investigar un poco. Y donde tocaba salía pus, mis amigos. Se van a caer de culo, pero parece que había algunos vínculos entre los frigoríficos británicos, la junta nacional de carnes, los estancieros y la Sociedad Rural Argentina. Una letrina.
Se armó una comisión investigadora que descubrió que los frigoríficos ocultaban la contabilidad y evadían el control cambiario oficial jugándose los verdolagas en el mercado libre. Y, según de la Torre, Pinedo y el ministro de agricultura, Duhau, estaban prendidos en la chanchada.
Todo terminó de modo espantoso en el Senado, cuando un tal Valdez, compinche de Duhau, le metió tres corchazos al senador por Santa Fe, el uruguayo Enzo Bordabehere, en medio de una trifulca que involucró a de la Torre – para quien eran los tiros -, el propio Duhau, Pinedo y varios más. El tristemente célebre pacto cayó en 1936 por voluntad pirata y se hizo una película de relativo éxito en los ‘80.
Pero no solo bajándonos los pantalones volvimos al mundo, también nos reinsertamos en la Sociedad de las Naciones, retomamos el vínculo comercial con Brasil y nos llevamos el Nobel de la Paz por la resolución del conflicto por la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, para el canciller (cuack) Carlos Saavedra Lamas, el bisnieto de don Cornelio y yerno de Roque Sáenz Peña.
Eso sí, no contentos con los amigos en las obras públicas, llevando y dejando, ni con la manganeta de los frigoríficos, se metieron con una prórroga, hasta 1997, de la concesión de la empresa eléctrica CADE para extender el servicio paupérrimo que daba. Y se logró, gracias a la ayuda de Don Billetín, la bancada radical, la socialista independiente y la de los conservadores del Concejo Deliberante porteño. Todo con el mayor desinterés, por supuesto. De más está contar que el año 97 estaba lejísimo. Clink caja.
Ya para 1935, Alvear volvía del exilio adonde había partido después de la fracasada revolución del ’32, para poner el hombro desde la conducción del radicalismo. Si bien el oficialista Manuel Fresco ganó, en 1936, la Provincia de Buenos Aires acomodando las boletas, en Córdoba se impuso el radical Amadeo Sabattini. A Santa Fe, sí, hubo que intervenirla, era un desatino que quedara en manos de los demócratas progresistas que después andaban denunciando los chanchullos por ahí.
Y así, llegamos a las elecciones de 1937. Alvear y Mosca eran la fórmula del radicalismo - dividido ya después del escándalo del valijazo eléctrico - mientras que la fórmula de la Concertación la encabezaría el también radical Jaime Gerardo Roberto Marcelino María Ortiz, con Ramón Castillo de vice.
Por supuesto, las elecciones contaron con el paisaje de tiros y facazos, como era costumbre y tradición. Y así, manoseando urnas y fajando fiscales opositores en las provincias grandes, Ortiz sería, por no mucho tiempo, presidente de la nación.