Sobran motivos para cuidar el vínculo entre Argentina y Brasil. El gigante vecino es nuestro principal socio comercial y, a la vez, nuestro principal competidor. La lógica entre ambos países es riquísima y las complementariedades de ambas economías dotan al MERCOSUR de un potencial inmenso. A la vez, esto implica un doble filo: cuando a Brasil le va bien, aumentan los potenciales negocios y la demanda brasileña de productos argentinos. Cuando no, se apaga un potencial motor de nuestra propia economía. Teniendo en cuenta la diferencia de escalas entre ambos países, nosotros somos el lado débil de la cuerda. Como reza el dicho: cuando “Brasil estornuda, Argentina contrae gripe”.

El equilibrio de este doble filo se sostiene en la diplomacia y las buenas relaciones basadas en los lazos que unen a ambos países. Por ello, las declaraciones de Bolsonaro y su vocación manifiesta de debilitar el MERCOSUR, ya sea buscando reducir los aranceles externos comunes del bloque, descalificando el resultado electoral local y mostrando falta de interés en gobiernos de países que no comulguen con su visión política son una amenaza a este equilibrio. Si los hermanos no están unidos, para que no nos devoren los de afuera debemos ser creativos.

A esto se suma que el desempeño económico de Brasil dista de ser vigoroso. Brasil no termina de levantar la cabeza. Tras la recesión entre 2013 y 2018 (y que afectó las exportaciones argentinas ante la caída de demanda brasileña), la recuperación de los últimos dos años nunca estuvo a la altura de lo esperado. Para 2019, las proyecciones de crecimiento fueron recortadas (una vez más) pasando de una expansión esperada del 2,5% a una más discreta de 0,8%. 

La industria brasileña, de la que se esperaba un crecimiento del 3%, se muestra prácticamente estancada, con la mitad de los sectores en caída y culminará el año con una contracción en el orden del 0,3%. Esto afecta a la industria manufacturera argentina, dado que Brasil es el destino del 36% de sus exportaciones. A su vez, el 65% de lo que le vendemos a Brasil son bienes industriales; Argentina es proveedora de bienes intermedios para la industria brasileña, así como también de consumo o inversión (automóviles el ejemplo más característico). Por ende, que la economía del gigante regional no reaccione implica menor demanda de estos productos.

Las ventas externas a Brasil cayeron 7,4% en los primeros nueve meses del año. No obstante, el hecho de que atravesemos nuestra propia crisis propicia que esta caída en las exportaciones no empeore el saldo comercial bilateral. Al retroceder nuestras importaciones un 38%, el déficit comercial con Brasil se ubicó en USD 1.915 millones en lo que va de 2019; a la misma altura del 2018 este déficit era de USD 2.900 millones. Las “ventajas” de nuestra crisis. 

Lo cierto es que aun con una corrección de 210% del tipo de cambio argentino entre abril de 2018 y octubre de 2019 no logramos vender más en nuestra principal plaza, manteniendo problemas estructurales en nuestro vinculo comercial que corren riesgo de profundizarse con los gestos del gobierno brasileño. 

Ante esto, explorar líneas de cooperación y apertura de mercados con países como México (que arrastra graves problemas vía la política de Trump para con NAFTA), es una respuesta necesaria en un mundo que se presenta hostil y en plena desaceleración del crecimiento y el comercio global.

En clave de futuro, la relación con Brasil es fundamental para un proyecto de desarrollo viable para la Argentina, dadas las múltiples complementariedades que ambos países tienen a la hora de pensar en un perfil industrial regional. Juntos, ambos países son los principales productores mundiales de proteína animal. Que los principales productores de alimentos elaborados con mayor agregación de valor sean los holandeses desnuda la urgente y estructural necesidad de trabajar con Brasil en la búsqueda de captar rentas globales, intentando vender mayor valor ante un comercio mundial que se achica. 

Mientras más tiempo perdamos, más complejo será cerrar esas brechas y más primarizadas serán nuestras exportaciones. El perfil de Bolsonaro y su ideario atentan contra esta necesidad proyectual de una política industrial regional. Y así, nos devoran los de afuera.