Las alternativas al aguante
A dos semanas de la instalación de los nuevos controles de acceso al mercado de divisas, el saldo preliminar que arrojan las medidas de emergencia podría sintetizarse en la persistencia de los mismos problemas que le dieron lugar, pero un poco más profundos, un poco menos urgentes. Mas allá de su impacto en el clima social y económico, el cepo reforzado no alteró radicalmente el escenario previo, para bien o para mal.
Para mal, porque tal como se preveía las restricciones aplicadas no modificaron la dinámica del problema y, aún con el torniquete más apretado, el BCRA continúa perdiendo reservas. En efecto, el Central habría vendido ayer otros 60 millones de dólares, que contribuyeron a totalizar una caída por más de 200 millones de dólares desde que las medidas comenzaron a aplicarse. La baja se explica en parte por la depreciación del oro de las últimas semanas, pero lo cierto es que es el resultado esperable de una medida que profundiza los incentivos preexistentes.
Para bien, porque a pesar del estrés con el que el mercado receptó la medida y el derrape de los bonos argentinos, que llevaron al riesgo país a superar los 1.400 puntos, el precio del dólar paralelo se mantuvo relativamente controlado tras el salto lógico del comienzo y no hubo una presión sustancial sobre los depósitos en moneda extranjera. Más allá de que las extracciones efectivamente se intensificaron en las últimas semanas, el ritmo no parece ser preocupante: de los 17.400 millones que había en los bancos antes del reforzamiento del cepo, sólo se retiraron 600. Sobre este punto, y ante la pirotecnia verbal de algunos panelistas televisivos, no está de más remarcar que prácticamente la totalidad de los dólares están disponibles como encajes para, en caso de ser necesario, ser devuelto a sus depositantes.
Sin embargo, con el inicio del mes y la renovación del cupo del dólar ahorro, comenzará la verdadera prueba de fuego para constatar en qué grado las nuevas restricciones son suficientes para bajar la demanda de divisas a niveles con los que pueda lidiar el BCRA. La referencia son los 4 millones de personas que compraron dólares durante el mes de agosto, y el objetivo es al menos reducir a la mitad los 800 millones de drenaje mensual que suponen para las reservas.
Independientemente de cómo evolucione la demanda, se necesita rápido que se adopten acciones que incentiven la entrada de dólares. No solo porque la dinámica no cambió y sigue siendo insostenible, sino porque la incertidumbre el mercado la llena comprando cualquier rumor que aparece. Durante los últimos días escuchamos versiones sobre la llegada al Banco Central de perfiles de los más disímiles, desde Carlos Heller a Emmanuel Agis, pasando por Sergio Chodos y el propio Martín Guzmán. Lejos de tener una densidad, esos runrunes son más la manifestación de la expectativa, cuando no histeria, de los actores económicos, que puede terminar siendo en sí misma un elemento de presión sobre el tipo de cambio. Tal vez para contrarrestar estos rumores con los propios, más fáciles de generar que los anuncios concretos, el gobierno se apresuró a correr la bola de que en los próximos días abordará este problema.
No trascendieron precisiones sobre qué tipo de esquema está pensando el Ejecutivo, pero se impone la idea de que estará dirigido a corregir la distorsión, agravada por la brecha, del dólar al que están obligados a liquidar los exportadores. Actualmente entorno a los 53 pesos, contando retenciones, el precio al que accede el exportador de soja quedó muy lejos de los 145 del paralelo. Podría subsanarse con una baja parcial y temporal de los derechos de exportación, que abra una ventana para que el campo liquide parte de los 7 mil millones que, se presume, mantiene preservado a la espera de un mejor tipo de cambio. En el mismo sentido, el gobierno se habría estado reuniendo con actores relevantes de otros rubros exportadores, particularmente minería y energía, para poder llegar a algún tipo de acuerdo que brinde previsibilidad al sector y que permita el ingreso de dólares.
Una resolución de este tipo, si bien indudablemente implicaría un costo fiscal nada despreciable, robustecería las reservas de manera tal de, presumiblemente, reducir las expectativas de devaluación inmediata y abrupta, permitiéndole al gobierno, ahora sí, contar con un margen de tiempo suficiente para “tranquilizar” la economía desde sus cimientos. Podría así retomarse el plan original de la construcción de un sendero de gradual reacomodamiento de los desequilibrios existentes, no solo fiscales y monetarios, sino también de ingresos y actividad. Por lo demás, sería una solución política, negociada, que probablemente contribuya al gobierno a terminar de dotarse de un perfil propio y despejar especulaciones y caracterizaciones radicales que poco parecen condecirse con la realidad.
De no ser posible, las opciones para comprar ese tiempo necesario se reducen a medidas de menor impacto o mayor costo. El gobierno podría activar una parte del swap de 18 mil millones de dólares con China, lo que también reforzaría las reservas. Pero aquello implica pagar una tasa de interés de alrededor del 7% y no deja de ser un gesto de debilidad, que otorga respaldo, pero difícilmente reduzca las expectativas de devaluación. Supone, además, un gesto diplomático complejo de cara a las negociaciones con el Fondo.
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Por otra parte, siempre está la alternativa de subir la tasa de interés, procurando generar más incentivos para que el ahorro permanezca en pesos. Pero la experiencia reciente advierte sobre los riesgos de tratar de asegurar la demanda de moneda local estimulando tasas de interés elevadas en contextos de inestabilidad financiera. No parece existir margen tampoco: cómo anunció el INDEC ayer, la actividad económica en julio cayó un 13,2% interanual, y sólo creció 1,1% desestacionalizado con respecto al mes anterior. El rebote de la economía, como se preveía, es lento, moderado y necesitará para sostenerse de todos los escasos estímulos disponibles.