Pese a haber logrado desde octubre pasado reconducir las variables cambiarias hacia cierta estabilidad, en un (alto) nuevo nivel, la economía argentina sigue siendo frágil.

Esta fragilidad externa, previsible en una economía con alta dependencia de financiamiento externo para desarrollar su estrategia económica que la expone a menor capacidad para amortiguar shocks, es una de las pinzas que aprietan sobre nuestra actual situación. La otra, menos efervescente pero constante y notoria, es la pauperización de la economía real, en el marco de una economía en retroceso, con más pobres y desocupados y menos actividad productiva.

Esta semana quedó en evidencia la presión de estas pinzas. Por un lado, un nuevo cambio en condiciones internacionales que impactó sobre nuestro tipo de cambio, que sobre-reaccionó disparándose 2,8% en el día de ayer (y 8% en una semana) ante una corrección del Real brasileño de 1,9% y del peso chileno en un 0,6%.

La fragilidad de nuestra moneda y de nuestro frente cambiario queda expuesta ante cada cambio que impacta en vecinos y comparables, mientras deben convalidarse tasas de interés más altas, cercanas al 68%, que son cada vez menos efectivas para contener al dólar, pero más eficientes para las ganancias proyectadas de bancos tenedores de LELIQs.

Por el lado de la economía real, acaban de conocerse los datos de pobreza para la segunda mitad del 2018, que cierran el círculo de malas noticias que deja el año en que “pasaron cosas”.  El gobierno que pidió ser evaluado por la evolución de la pobreza, inicia el 2019 con el 32% de los argentinos pobres, 6,3 p.p. más que en el segundo semestre de 2017 (25,7%). La indigencia, que se ubica en el 6,7%, aumentó 1,9 p.p.

La brecha promedio a nivel nacional de la pobreza por hogares (es decir, lo que ganan en promedio los hogares pobres versus lo que deberían ganar para no ser pobres) es de 38,9%. Con estos resultados, si el gobierno debe ser calificado, solo puede consignársele un #CeroEnPobreza.

Estos datos, si bien resaltan por su magnitud, no sorprenden en el derrotero de indicadores del tormentoso 2018, que registró una caída del 2,5% del PBI, una inflación de casi 48%, un incremento de la desocupación que se ubica ya en el 9,1% y una pérdida del salario real en el orden de los 10 puntos. Una economía que se achica y en la que (estadísticamente) se necesita un ingreso de $26.000 en un hogar para que este no sea pobre.

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Las pinzas se cierran. La presión de los mercados retroalimenta su impacto en el frente interno y ante cada salto del tipo de cambio, sube la inflación esperada y continua el deterioro de la economía real. Romper este loop es el principal desafío de la gestión Cambiemos para estabilizar el barco y que la próxima herencia hacia propios y extraños sea lo menos pesada posible.

Los múltiples equilibrios de nuestra economía son frágiles y en el fondo de esta precaria situación un tercio de los argentinos pone la ñata contra el vidrio, mirado de afuera una salida que, por ahora, nunca se alcanza.