El caso de Julio Buffarini despierta un sinfín de observaciones. Al margen queda la camiseta que tiene puesta. ¿Boca? ¿San Lorenzo? ¿River? ¿Huracán? Ya no importa. En las últimas horas y tras el partido en el Nuevo Gasómetro, el jugador admitió que tiene "miedo de salir a la calle" por la reacción de los hinchas del Ciclón.

¿Cruzamos la barrera que no debíamos atravesar? ¿Legitimamos los insultos y el vale todo en la cancha? ¿Naturalizamos la frase de un jugador que está atemorizado por lo que pueda sucederle si se cruza con un fanático de un club en el que jugó? Tranquilamente podría sacarle los signos de interrogación a las oraciones anteriores y convertirlas en afirmaciones sin llevarlas a un terreno falaz.

La autocrítica que reclamamos -pero no hacemos- hace años, ahora es urgente. La sociedad entera es cómplice de esta situación y culpable de las palabras de Buffarini. Si bien no lo es directamente, sí es partícipe necesario para que ese miedo sea admitido frente a una cámara de televisión.

“Hay que tener mucho cuidado con lo que uno dice. Ya pasó, duele por todas las cosas que se dicen”, lanza y la frase se reproduce como algo normal. Pero no. Está explicando -sin lágrimas en los ojos, ni la voz quebrada- que debe "tener cuidado con lo que dice” porque el público rival puede tomar represalias. Tener cuidado con lo que se dice nos transporta a la peor época de nuestra historia. Y eso es indefendible por donde se lo mire.

Buffarini y el juego del miedo

“Es preso de sus palabras”, justificaron los hinchas cuervos al marcar a Buffarini como el enemigo, porque, allá por 2015, cuando se fue del conjunto de Boedo para jugar en San Pablo de Brasil, declaró que "no jugaría en otro lugar que no sea en San Lorenzo". ¿Qué importa lo que haya dicho? Y si importa, ¿eso justifica que ahora esté atemorizado y no quiera salir a la calle?

No es cuestión de defender a Buffarini, ni mucho menos. Julio, al igual que muchos otros, soltó una frase tribunera, que, ahora, lo lleva a tener miedo. La clave es tomar conciencia sobre los límites de “vida o muerte” que establecemos en un fútbol cada vez más violento, reflejo de una sociedad idéntica. Y los límites parecen estar cada vez más alterados.