A momentary lapse of unreason
Mi amigo Juan está haciéndose la ciudadanía tana porque ve que no hay otra salida que salir. Lo invitaron, no muy amablemente, a irse de sus dos laburos. Si le sale algo, se va. Y si no capaz también, dice. Está triste. Todos estamos tristes. Es apenas el último amigo de tantos que me menciona su plan de rajar. Ezequiel tiene un centro cultural y hace un par de años que está asfixiado. Sus socios se fueron porque el negocio no camina. No sabe qué hacer y se rompe el orto todos los días para apenas acercarse a la épica de empatar los números. Todos la estamos pasando para el orto. Ni hace falta que lo cuente en esta nota. Pensaba el otro día en lo que la habrán parido mis viejos en los noventas y los tempranos dos mil para bancarnos a mi hermano y a mí y me dieron muchas ganas de agradecerlo: es la primera crisis que agarra a mi generación de amigos de treintialgo de clase media como generación productiva y profesional; es la primera vez que la experiencia del quilombo nos choca de frente y no es apenas una cortina musical que suena muy bajito mientras tomamos nesquik y jugamos al fifa noventa y ocho. Y es muy duro. No sólo por la experiencia personal, porque adivino que nunca voy a pasar hambre, porque tengo laburo y me va más o menos como para ir a comer unas mollejas y tomarme un negroni en el Harrison cada tanto. Pero cómo no vas a empatizar. Todos los días una noticia que te da ganas de ponerte a llorar. Todos los días una derrota. Todos los días una piña. ¿Cuánto más?
A River ya le agradecí muchas veces. En algún momento escribí que River en estos últimos años me hizo conocer países que yo probablemente no hubiera conocido por mi propia desidia, que me llevó a cocochito a todos lados. Me regaló historias inolvidables. Últimamente hasta me hizo dejar de fumar cigarrillos, aunque un poco me quiero matar por esa promesa que hice pre Supercopa. Siempre hay algo más para agradecer.
En estos meses a River le agradezco por ser el único respiro para evadir un ratito la realidad. Y también para reivindicarnos a todos los golpeados. La gente que de lunes a lunes es bofeteada en sus laburos o en sus casas tiene durante noventa minutos y un poco más un rescate. Uno en el que realmente te sentís poderoso. Ser de River en estos tiempos es un poco eso, también: por un rato sos exitoso, te ves reflejado en el espejo de Homero Simpson, esbelto y musculoso, y te la creés un toque aunque después te veas gordo y pelado de nuevo. Y cantás que éste es el famoso River, el famoso River Plate, y no te asusta ningún rival, no le tenés miedo a ninguna cancha, salís a ganar en todos lados porque efectivamente muchas veces ganás, y te redimís del día a día, nunca mirás para abajo.
A River le agradezco por ser el único respiro para evadir un ratito la realidad y reivindicarnos a todos los golpeados.
Siempre me pasó, de hecho. Cuando era chico, mi crisis era llamarme como la Sirenita. Eran difíciles los pabellones infantiles en la década del noventa y justo a un hijo de puta se le ocurrió que ese pescado con tetas debía usar un nombre tan varonil como el mío. "¡Se llama como la Sirenita, es una nena!", recuerdo perfectamente hoy y sufro. Pero de un momento a otro los domingos eran mi rescate emotivo: porque empezaba a romperla Orteguita, que desde ese momento fue para siempre mi ídolo número uno. Llamarse Ariel en la cancha de River era un privilegio; creo que hasta generaba envidia en otros niños. Ortega era un superman jujeño que me salvó a mí y a toda una generación de Arieles.
Hoy el drama se vive de otra manera pero el alivio es el mismo. Y es un ratito, eh, no más que eso, porque es verdad que el fútbol acaso sea la cosa más importante dentro de las menos importantes. El partido de vuelta contra Racing fue un puntito durante una corrida bancaria de dos días que dejó el dólar por encima de los cuarenta mangos. Hasta un rato antes de ir al Monumental estaba triste. Durante noventa minutos y unas horas más fuimos felices, pero cuando nos despertamos a la mañana siguiente todos éramos un poco más pobres. Inmediatamente ves que matan a un niño a sangre fría durante un saqueo en Chaco, que se mueren pibes por una bacteria y que no hay más Ministerio de Salud, que destruyen los hospitales públicos, que por decreto cierran cuatro de ellos en la Ciudad de Buenos Aires, que echan a miles de médicos, que ningunean a los maestros, que durante el paro docente hay ollas populares y secuestran y torturan a una maestra, que el juez que fue artífice del 2x1 a genocidas es el nuevo presidente de la Corte, que el FMI define nuestro presupuesto después de que en apenas tres meses el BCRA dilapidara por completo los primeros quince mil millones de dólares que prestó el Fondo, que encarcelan a dirigentes sociales aleatoriamente, que… Podría seguir, pero a vuelo de pájaro eso ocurrió entre los últimos dos o tres partidos que jugó River.
El lunes amanecí feliz porque le ganamos otra vez a Boca en la Bombonera. Porque River demostró una vez más que tiene un equipo inolvidable, que puede perder pero que en todo caso venderá carísima una derrota, que nos representa a todos, que tiene un entrenador que vuelve a dejar en ridículo a su colega de la contra en carácter y en estrategia. También me reconfortó pensar que le ganamos a uno de los pocos Ministerios que aún se mantienen en pie, como sin dudas es Boca; a un equipo que gastará algunos millones de dólares para traer a un arquero por un par de partidos, a un equipo de mercado, como escribió mi amigo Burgo: Andrés apunta que les ganamos siendo un poco una cooperativa y tiene razón. Al rato empezaron a caer las pálidas de nuevo con los móviles desde el Puente Pueyrredón. Pero quiero agradecerle a River por ese momentáneo lapso de éxito que vivimos.
River demostró una vez más que tiene un equipo inolvidable, que nos representa a todos, que tiene un entrenador que vuelve a dejar en ridículo a su colega de la contra en carácter y en estrategia.
Y ojo: River también sufre la realidad. El club atraviesa una etapa financiera difícil: ninguna empresa nacional tiene el dinero para sponsorear la camiseta porque lo primero que ajustan es publicidad, las extranjeras no tienen muchas ganas de invertir en un mercado tan poco confiable como el argentino; esa inestabilidad frenó el proyecto del fideicomiso; el dólar a cuarenta obligará a una renegociación de todos los contratos que estaban indexados a la cotización de la divisa yanqui. River también se empobrece. Y la realidad también nos hará menos felices en este punto, porque ya no podrá incorporar jugadores de elite (ya dejó, de hecho, de hacerlo en este semestre), porque ya no podrá sostener los sueldos de todo el plantel, porque muchos jugadores preferirán irse a jugar a cualquier otra liga que les pague en dólares, porque indefectiblemente habrá que vender más temprano que antes a las joyas. Este gobierno también logrará que veamos poco tiempo a Exequiel Palacios o a Juanfer Quintero con nuestra camiseta y eso también atenta contra nuestra calidad de vida.
Pero mientras siga Gallardo, la cosa estará más o menos a salvo. De alguna manera lo va a resolver como siempre hizo. Gracias por eso, también.