Hace pocas horas se conoció que Argentina será el primer productor latinoamericano de la vacuna Sputnik V contra el coronavirus. Se logró por el acuerdo de un laboratorio argentino con el Fondo Nacional Ruso de Inversión y una compañía de la India, Hetero Labs Limited. Se trata del Richmond, que desde su sede en Pilar, provincia de Buenos Aires, construye hace 85 años un amplio repertorio de estudios científicos e investigación. Ahora, sin dudas, tendrá su más trascendente desafío. 

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“Ayudamos a vivir más y mejor”, dice el slogan del Richmond, que desde la presidencia de Fernando de la Rúa es frecuente proveedor del Estado en materia de medicamentos oncológicos y, entre otros, de aquellos relacionados al VIH/Sida. Cuenta con filiales en Paraguay, Colombia y Chile por lo que, seguramente, en algún momento se propaguen allí las producciones de la Sputnik V. 

Desde Rusia, el presidente del laboratorio, Marcelo Figueiras, se expresó en su cuenta de Twitter: “Hay equipo, mucho trabajo, emoción y ganas en el Gamaleya National Research Institute”. Allí se encontraba finiquitando los detalles de lo que finalmente se anunció. Para cumplir con la producción en cuestión, el Richmond emprendió hace algunos meses la inmediata construcción de una planta nueva en Pilar, que contará con tecnología especializada en vacunas. Entre ellas, la Sputnik V como prioridad. En 2012, el laboratorio ya había tenido una ampliación. En aquel entonces, Cristina Kirchner participó del acto.

El Richmond ya fabricó 21.176 dosis del inoculante. Con algunas viajó Figueiras a Rusia, en busca de que el Instituto Gamaleya las apruebe. Logrado esto, el objetivo final es producir, de mínima, un millón de dosis al mes. 

La noticia, obviamente, no agarró de imprevisto al Gobierno: trascendió que Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados, recorrió en secreto las instalaciones de Pilar la semana pasada.

El abanico del laboratorio más famoso del momento no se queda ahí. En el año 1997 la empresa creó la Richmond División Veterinaria, “con el objetivo de desarrollar medicamentos innovadores que aporten soluciones terapéuticas actuales a los médicos veterinarios y productores agropecuarios”, según explican en el sitio web oficial. A su vez, la firma aplica fuertes recursos para tratamientos de la hepatitis humana y la producción de comprimidos o cápsulas para enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson y el Alzheimer. 

El Richmond se encuentra en un franco proceso de expansión local e internacional. De acuerdo a lo consignado por voceros de la empresa a Télam, buscan “continuar con sus inversiones en el país para crear empleo calificado y capacidad científica”. Asimismo, promueven como parte de su ampliación “el desarrollo de nuevos productos, como artículos de base biotecnológica, que favorecen la sustitución de importaciones, mejoran la accesibilidad y generan ahorro en el sistema de salud”. También “destinarán fondos a la investigación que la empresa realiza en cooperación con el Conicet y la UBA para el impulso de un nuevo antibiótico antituberculostático”. 

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Los productos desarrollados por el laboratorio se comercializan en 25 países de América Latina, África, Asia y Medio Oriente. Desde 2017, el Richmond cotiza en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, siendo el primer laboratorio farmacéutico argentino en hacerlo. “Esta oportunidad única se refleja en la gran cantidad de inversores institucionales y minoristas que han confiado en Richmond; hemos recibido más de 1.900 órdenes de inversores por un monto total de $ 675 millones, y la Compañía ha decidido tomar ordenes de hasta solo el 17,5% de su capital, con lo cual vamos a estar capitalizando a Richmond por $ 524 millones”, manifestó en aquel momento Figueiras. 

El proceso de expansión de Richmond, por lo tanto, no es nuevo: sólo adquirió nuevas formas. Una de ellas, nada más y nada menos que la vacuna contra el coronavirus.