Sergio Massa habrá respirado este sábado una dosis extra de aire fresco por la victoria de Argentina frente a México, que, al menos por unas horas, revuelve el clima general de nuestro pueblo para el lado de la alegría y la esperanza… hasta que el lunes regresa triunfal la realidad para millones de compatriotas a los que la plata no les alcanza, la inflación no cede y el dólar sube. El clima de tranquilidad en materia cambiaria parece haber llegado, o estar llegando, a su fin: sabremos mejor el tiempo correcto del verbo a partir del lunes. El super ministro está otra vez en el medio, pero quizás en un sentido más negativo de lo que históricamente él pretendía evocar: Massa preside sin ser presidente, gobierna sin haber sido votado para ello, parece tener mayor comunión de ideas con ese Alberto Fernández noventista o la otra versión modernizada 2008-2018, pero Sergio Massa, para mantener los apoyos de Cristina y Máximo, lanza paliativos más propios de la dictadura chavista para controlar precios, con planes como Precios Justos, y dólar soja 2 para tratar de contener la inflación y juntar más dólares en el Central. Legítimamente podría preguntarse: ¿se habrá terminado mi luna de miel? Seguro que estamos más cerca de saberlo.

El colega argentino Federico Tiberti escribió, quizás con una estimación prematura, que no había habido ninguna ola roja en Estados Unidos, en las elecciones de medio término que se celebraron hace 2 semanas. Mark Levin explica aquí, en 12 ilustrativos minutos, por qué los resultados están más o menos dentro de lo previsible y es una explicación matemática. En el ciclo de 2022, el partido republicano defendía 20 bancas en el senado, y 14 el partido demócrata. En 2024, ese número cambia sustancialmente: el GOP (Grand Old Party) defenderá solo 10 bancas en la cámara alta y el partido del presidente Joe Biden deberá renovar 23 asientos en el senado. Pero la hipótesis de Tiberti es que la economía finalmente quedó subordinada a valores más importantes como los de la defensa de la democracia y que, por ejemplo, el desconocimiento del proceso electoral 2020 ubican al ex presidente Trump en una posición populista, o lo confirman como tal, y que esto es piantavotos para el electorado americano, todavía más que la pobre performance económica de Biden.

En realidad, no es así. Trump, flamante candidato para el 2024, no desconoce la autoridad presidencial ni que ese cargo lo ocupa Joseph R. Biden como el presidente número 46 de los Estados Unidos. Sí mantiene que le hicieron trampa, como también denuncia el senador Luis Juez respecto de las elecciones que lo llevaban como candidato a gobernador por la provincia de Córdoba. Como lo hizo Hillary Clinton y buena parte del partido demócrata, que dijo abiertamente, la noche de noviembre de 2016 que consagrara a Trump presidente, que le habían robado la elección. La candidata demócrata, de hecho, esa noche de noviembre, en Nueva York, se rehusó a dar el tradicional discurso de concesión y en cambio mandó a su jefe de campaña, John Podesta, a hablar. Mandó a la militancia a dormir. En enero del 2017, cuando fue el turno de certificar los electores de los estados, los representantes demócratas en el congreso objetaron tanto o más que sus colegas republicanos durante enero 2021. Y también se organizaron protestas afuera del Capitolio y la Casa Blanca donde se incitaba a desconocer la legitimidad del flamante presidente electo, y hasta la actriz y cantante Madonna llamaba a la insurrección popular. Tampoco se puede desconocer que se llevó a un juicio político al propio presidente en nombre de una supuesta jugada combinada con el presidente ruso Vladimir Putin para alterar las elecciones. El fiscal especial designado por los demócratas para investigar al presidente, Robert Mueller, no había podido encontrar evidencia de ninguna de esas maniobras. Es decir, si denunciar irregularidades o quejarse por el resultado electoral desfavorable fuera, de repente, otra de las cualidades que definen a los populistas, la ex Secretaria Hillary Clinton lidera por mucho en ese aspecto y el partido demócrata ha sido su mejor vehículo. La economía de Biden es muy mala, pero no es menos cierto que el último trimestre antes de las elecciones de medio término experimenta una mejora en relación al desastre del que se viene, generado ciertamente por la alta emisión monetaria con la que inauguró su gobierno el presidente. De hecho, en los últimos dos meses hubo un descenso de la inflación en Estados Unidos y un retroceso en el valor del combustible. A eso debemos sumarle algún repunte de la bolsa y el hecho de que los números de desempleo han ido en esa dirección también. La mala economía experimenta mejoras y no hay por qué pensar que eso no influyó en un repunte demócrata, que, sin ir más lejos, es lo que reflejaban las encuestas y que vale el reconocimiento en este artículo por Tiberti. Agreguemos, por último, que la tradición norteamericana es bastante consistente en lo siguiente: se respalda al Gobierno cuando se está en guerra, y Estados Unidos está en la puerta de la guerra por el conflicto entre Rusia y Ucrania. El presidente Biden ha sido tremendamente hábil en usar la guerra para la política doméstica y consiguió transferir algo de su imagen negativa a Vladimir Putin. Es claro que Estados Unidos hizo todo lo opuesto a intentar mediar para un alto al fuego entre Rusia y Ucrania. Todavía peor, se autorizaron en el congreso, controlado por el partido demócrata, miles de millones de dólares para asistir a uno de los dos bandos. La invasión de Rusia a Ucrania le sirvió a Biden. La guerra y la economía importan y mucho. Argentina no es la excepción.

Todos los rumores que indican una licencia forzada del presidente adquieren relevancia por la misma razón por la que putea todo el mundo: la inocultable crisis económica. El funcionario de Axel Kicillof Andrés “el Cuervo” Larroque fue esta semana al canal LN+, un medio que hoy es todavía más opositor de lo que lo era cuando Juan Micceli despertó la ira del Gobernador, al  preguntarle en vivo por qué los que distribuían víveres a unos inundados que provenían de donaciones y fondos públicos llevaban la pechera de La Cámpora. En el reportaje, el ministro de Kicillof se dedicó con desparpajo a criticar al presidente Alberto Fernández. Habló con crudeza de su oportunidad perdida como símbolo de gestión. Larroque explicitó lo que durante 3 años el presidente Alberto Fernández quiso negar: que no es aceptable que el gobierno del Frente de Todos tenga tensiones y/o contrapuntos con la voluntad y visión de Cristina Kirchner. Dijo el ministro de Desarrollo Social de la Provincia en el show de Carlos Pagni: “Todo se rompe la noche siguiente a la PASO de 2019”. Ese argumento, que parece poco creíble, es el que levantó dos semanas antes en la entrevista con el periodista peronista Tomás Rebord el diputado nacional Máximo Kirchner. Si el entrevistador hubiese sido otro, quizás le hubiera preguntado al hijo de la Vicepresident, dado que la cosa se rompe antes de diciembre de 2019, por qué recién abandona la presidencia del bloque promediando la mitad del 2022, es decir, 3 años después, cuando se iba a firmar el acuerdo con el FMI. La maniobra queda así expuesta: se intenta construir un relato según el cual las diferencias y las críticas vienen desde hace mucho tiempo. Porque, de esa manera, se puede intentar preservar a Cristina y todo el kirchnerismo duro del fracaso de su gobierno, del fracaso de Alberto. Los gobernadores miran. Con la peor semana del dólar, subiendo 14 pesos y cerrando en un nuevo pico desde la llegada de Sergio Massa al Ministerio de Hacienda, empora la estabilidad presidencial y seguramente empeora su gastritis erosiva, que mantuvo en vilo a la comitiva presidencial en Bali; el presidente impotente para resolver el problema elige los símbolos y los gestos (de eso sabe y mucho), elige mostrarse cruzando de Casa Rosada al ministerio que conduce el líder del Frente Renovador. No es una casualidad: está trasladando la responsabilidad a la cartera económica. Me animo a decir que desea subrayar que quien conduce es Sergio y no él. El presidente no innova en nada, pero practica una maniobra habitualmente efectiva: hacerle daño a tu competidor. Sergio, de cara al 2023, lo es. No porque de verdad crea que puede ser reelecto, sino que, como dijo el propio Cuervo Larroque el lunes último, Alberto está tratando de conservar alguna “parcela” de poder.

Alberto le hace a Massa lo mismo que le hace el kirchnerismo a él. No olvidar que en los últimos días el ex ministro de economía Martín Guzmán rompió el silencio para disparar sobre la Vicepresidente y Máximo Kirchner, haciéndolos responsables de dejar sin opción al Presidente, para que se vea obligado a renunciar.

Algunos, incluso, afirman que el albertismo no vio con malos ojos cómo Lanata embocó, una vez más, al ministro de Seguridad, Sergio Berni, con un nuevo escándalo por la dificultad de que este pueda explicar su ensanchamiento patrimonial. Si vemos como el kirchnerismo duro salió a defender y bancar, con su Gobernador a la cabeza, al ministro de Seguridad, esa idea no luce descabellada.

A nadie se le niega otro escándalo de corrupción para cerrar la semana, así que apareció, y en las últimas horas inundó todos los medios, el intento de la insólita compra de un “nuevo avión” presidencial. Alberto Fernández está en busca de otro Tango 01 desde antes de asumir, y así puso en marcha la operación de  búsqueda y “licitación” que reemplace el actual T01 (que, dicho sea de paso, es una aeronave de las mismas características que el que desea comprar ahora, solo que 8 años más viejo en lo que se refiere a su fabricación). Pero el avión presidencial del que dispone actualmente presidencia es el Boeing 757 con menos horas de vuelo del mundo.

La aeronave fabricada por la Boeing se encuentra preservada y debe pasar por una serie de revisiones y chequeos que se pueden hacer perfectamente y que le generarían un gasto de, al menos, 5 millones de dólares menos, si fuera cierto que el que se planea comprar vale verdaderamente 25 millones. El gobierno argentino ya desembolsó alrededor de 1 millón de dólares para la compra de este avión, en una suerte de concepto de seña, y tiene varias irregularidades. La más importante, y que induce a pensar que es una licitación amañada, está vinculada a la especificidad técnica del avión que se salió a buscar. ¿Cuál es la razón por la que se buscaría un Boeing 757 con motores Rolls Royce? Una razón podría ser que los repuestos o la fábrica de esos motores tuviera lugar aquí, en la Argentina. No es el caso de ninguna de las dos cosas. ¿Por qué un 757 y no un avión más chico, tipo un Goulfstream, o el que usa la presidencia de Bolivia, o un Boeing 737 que se compró recientemente para la Fuerza Área y que podría ponérsele la misma configuración que ya tiene el Tango 04, que es un Boeing 737-500 ex Aerolíneas Argentinas? Si, además, del avión (que, se dice, se está licitando de manera transparente) hay un solo ejemplar disponible en todo el planeta, la sospecha se mueve a casi confirmación. No hay una licitación que busque comprar lo mejor posible al precio más barato. Se está tratando de beneficiar a un vendedor y seguramente a varios intermediarios. Políticamente, es una muy mala noticia para el presidente cometer estos errores y que, al mismo tiempo, conocerlos no merezcan su atención y que lo lleven a tomar medidas propias de un jefe de Estado que advierte que alguien de su administración está haciendo un negocio rayano con lo lícito. Se debe cancelar la operación y separar del cargo a quien estaba empujando a esta operación al presidente de la nación. Es, sin ir más lejos, lo que hizo la anterior administración cuando se enteró de que había una operación poco clara en la adquisición de lo que en ese momento iba a ser un Boeing 737 ejecutivo. En virtud de ello, el expresidente Macri canceló la compra y decidió pasar a volar en aviones de línea. Es llamativo, en ese mismo sentido, que la vocera Cerruti no haya chequeado esta verdad evidente; le alcanzaba con un googleo rápido que le hubiera evitado el papelón de decir que los presidentes tienen prohibido volar en líneas aéreas.