Macri, el ajuste, el peronismo, CFK y la paradoja que incinera el manual de Durán Barba
No sirve engañarse. El problema no era ayer Juan José Aranguren o Federico Sturzenegger. Tampoco lo es hoy Marcos Peña, el mensajero irreductible de las posiciones más entusiastas. El problema es la cabeza del número uno.
Debe ser shockeante para los socios de Mauricio Macri llegar a esa conclusión en este trance. Descubrir al Presidente en el gobierno más duro, más terco y más ortodoxo de lo que fabulaban, lejos del diálogo y el pragmatismo con el que se vistió de novedad para llegar al poder.
La amargura que afecta a los altos mandos del radicalismo, sensibles ahora ante una Lilita que pelea el podio de los obsecuentes, no aparece como una tormenta insuperable para Macri. La salud de la alianza gobernante no parece correr peligro. La UCR y Carrió tienen su destino atado al ensayo del PRO en la Casa Rosada y es eso, justamente, lo que inquieta a los accionistas minoritarios de Cambiemos.
Más allá del termómetro del dólar que altera la superficie, la crisis anida en el núcleo de un gradualismo que se quedó sin nafta y sólo tiene ajuste para ofrecer hasta bien entrado 2019. La capitulación por las retenciones ante el lobby rural sostuvo el compromiso con el sector agroexportador pero selló para el radicalismo el camino irreversible de la ortodoxia. Macri y Peña van al volante de un ensayo riesgoso con el auxilio escénico de Carrió, mientras Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Ernesto Sanz y los gobernadores radicales piden desoír sin éxito el GPS que Jaime Durán Barba puso a andar en el arranque. Hasta Nicolás Caputo, repiten, se quiere bajar de este viaje.
Por alguna razón esotérica, el Presidente cree que puede burlarse de la historia una vez más: garantizar ajuste y gobernabilidad con una economía en recesión y sin el peronismo, una meta tan ambiciosa como para espantar al Círculo Rojo. Por eso, vuelve a fantasear con una polarización que -salta a la vista en las encuestas- hoy es una apuesta osada, sin resultado asegurado.
Si persiste en la doctrina que le dio la victoria dos veces, Macri pondrá en una situación incómoda a los grupos de poder que lo abrazaron como antídoto contra el kirchnerismo. No sobran los que, como Rattazzi, se ofrecen como fiscales. Algunos insisten en probar con una alternativa peronista que funcione como soporte en el caso de que todo se venga abajo. Es lo que lleva a reponer en la escena de 2019 no sólo al tenaz y devaluado Sergio Massa sino también al único ministro de Economía que se agiganta, cada día, gracias a la crisis del gobierno de los CEOS. Que el nombre de Roberto Lavagna haya ingresado en la lista de las preferencias que se miden y supere en imagen positiva no sólo a Macri sino también a Vidal quizás esté alumbrando un deseo compartido. El de una sociedad que ve a Cambiemos como el revival de una película que trae pesadillas y el de un Círculo Rojo que no se ríe del rostro temerario que exhibe el Presidente por estas horas.
La opción que proclama Macri no tiene el éxito asegurado ni siquiera para el Fondo. La posibilidad de que el ajuste no llegue al hueso y los dólares que arriben se usen antes de tiempo pone sobre la mesa las alertas del waiver y la cesación de pagos.
Informes de consultoras insospechadas de golpismo como la de Daniel Marx advierten que la relación entre la deuda y el PBI hoy está en el 59%, no tan lejos del nivel que exhibía a mediados de 2001. Aunque el indicador de Brasil es peor en ese punto, dice el último informe de Quantum, el riesgo país de la Argentina de los CEOS es mayor porque de este lado de la frontera se depende más del financiamiento externo.
Economistas afines al gobierno sostienen que la caída de los bonos argentinos refleja, en realidad, otra cosa: lo que disminuye es la posibilidad de que Macri sea reelecto y de que el peronismo encuentre a tiempo su candidato moderado y popular. Paradojas de una timba traicionera: cuando el Presidente apela al manual de Durán Barba para mostrarse como la única alternativa posible ante el populismo en 2019 detona el riesgo país y conspira contra su corto plazo. Por eso, los economistas que asesoran al PJ dialoguista tampoco se ríen de la crisis que golpea a Cambiemos. Ven que el esquema de Macri los margina de la escena electoral y, al mismo tiempo, prepara una guillotina para el próximo gobierno. La devaluación permanente no sólo licua salarios: también demanda más subsidios para tarifas dolarizadas y engorda la deuda con intereses estimados en 15.000 millones de dólares por año. Una herencia envenenada que deberá pagar el que se aventure a tomar las riendas de la administración nacional.