Los fusibles de Mauricio, el elenco de ministros que agacha la cabeza y no hace un cambio de frente
Marcos Peña para gobernar en línea con Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, Luis Caputo para tomar deuda en el exterior día a día, Rogelio Frigerio para ejecutar la obra pública que premia o castiga a los gobernadores y Carolina Stanley para administrar la pobreza con mano de seda. Más abajo, Patricia Bullrich para expresar el pensamiento íntimo del Presidente como Schwarzenegger con polleras, Juan José Aranguren para llevar en la cara el ajuste de tarifas y la reducción de subsidios, Jorge Triaca para mostrar la conversión redituable del sindicalismo en patronal y Guillermo Dietrich para aumentar el transporte en todos los sentidos.
Mauricio Macri sabe que con esos 8 ministros le alcanza y le sobra para ejecutar su programa de gobierno. Tener 22 que nadie conoce y ni siquiera es fácil encontrar en la página oficial de la Casa Rosada es parte de un derroche injustificable. Una muestra del extravío generalizado en el proyecto político que viene a enseñar -a través de nuevos modales y soportes- el valor de ajustarse los cinturones.
El diagnóstico, que circula incluso entre funcionarios, indica que el resto de las áreas que hoy están bajo el organigrama oficial funcionan bajo el rango de secretarías. Las fotos semanales que exhiben una mesa interminable del Presidente junto al mejor equipo de los últimos 50 años no pueden disimular que en el gabinete de Cambiemos son mayoría los dibujados y minoría escasa los que logran animar la discusión interna, siempre restringida.
La necesidad de un experimento que se expandió desde una escala municipal hacia la provincia de Buenos Aires y el poder central; la lógica inclinación a gestionar con personas de confianza; o la impunidad que impregna a los inquilinos del poder que no se advierten vencedores circunstanciales. Algo de todo eso explica la lista de parientes que no deja de circular, minuto a minuto.
La señal de ajuste que Macri emitió a su regreso de Davos como artilugio para extender la sobrevida de Triaca cumplió su objetivo -desviar la atención- a riesgo de incentivar el fastidio y cometer injusticias que afectan el corazón del elenco amarillo. El recorte de gastos que le reclaman los partisanos del shock no pasa por ahí, aunque sí el mensaje hacia los 70 mil contratados observados y al resto de los empleados públicos que caminan hacia la guillotina paritaria en el año del sacrificio.
Pese a que abundan los afortunados que pueden vivir incluso sin cobrar, el congelamiento de salarios genera algunos resquemores entre los que están expuestos y ahora pierden también a sus seres queridos en el Estado. Con ese ánimo llegarán al retiro espiritual en Chapadmalal, en dos semanas.
El problema de fondo quizás sea otro: el rol decorativo de los ministros, que no es un invento de Macri. Carlos Menem decía que eran "fusibles” de una instalación mayor, con Néstor Kirchner fueron casi siempre figuras insípidas que merecían menos atención que un intendente y CFK -que llegó a promoverlos bastante- se topó rápido con el ejemplo de Amado Boudou. Sólo Roberto Lavagna y Alberto Fernández pudieron discutir las líneas directrices en esos 12 años, durante un tiempo.
La limpieza del Presidente sobre su gabinete vuelve a desnudar ese síntoma profundo. Usados ante todo como amortiguadores de odio, son pocos los que logran plantear un matiz o exhiben margen y voluntad para advertir cuando un proyecto político comienza a desbarrancar. Menos aún los que encuentran eco en momentos en los que la adhesión social es alta o se mantiene estable.
Pero todo ensayo de poder sabe que no basta con mostrar hacia afuera herederos más o menos estridentes de Corach y Aníbal Fernández. Adentro, hacen falta los otros, hoy fagocitados por la alquimia triunfal que promociona Jaime Durán Barba. Que discutan proyectos y pongan en juego ideas incómodas para salir a tiempo del encierro. Que puedan levantar la cabeza y hacer un cambio de frente. Que se arriesguen al tremendo desafío de la política.