La marca de la gorra: cómo la policía podría mejorar su imagen - Parte I
Como Vds. bien saben, queridos lectores, me dedico a la publicidad, el branding, el marketing y todo eso. Negocio vil. Una industria que, como tantas otras, está atravesando una disrupción profunda. Disrupción que no analizaré hoy aquí. Primero, porque la palabra disrupción es un cliché irrecuperable y, segundo, porque no soy de avivar giles. Aunque los que lean esta nota y la que sigue la semana que viene se avivarán un poco.
Hablando de clichés, uno muy habitual entre mis colegas es afirmar que les encantaría tener de cliente a la iglesia católica. No es mi caso. No tengo nada personal o profesional contra el Vaticano. No puedo menos que admirar a una institución que se mantuvo relevante dos milenios vendiendo un sueño. La cruz es el mejor logotipo del canon universal del diseño gráfico. La Biblia es la obra cumbre de la literatura humana: historia, ficción, folletín, fábula, mitología, ensayo, tratado moral, cuento infantil. El primer wikilibro, una obra colaborativa escrita y reescrita por copistas y amanuenses una y otra vez para adaptarse a coyunturas geopolíticas y económicas.
No obstante, cuando se trata de instituciones desprestigiadas en desesperante necesidad de un lavado de cara, a mí siempre me intrigó más la posibilidad de asesorar a la policía. O mejor dicho las “fuerzas de seguridad”. Law enforcement, como le llaman en Trumpland. Un paragüas conceptual que, en el imperio, incluye FBI, DEA y el menos conocido pero maravillosamente bautizado Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives (ATF).
Me resulta un tentador desafío profesional trabajar para estas organizaciones porque sufren de un notorio problema de imagen y tienen exactamente lo que hace falta para resolverlo (o agravarlo): poder político, altos presupuestos, penetración territorial, enormes cantidades de personal de atención al público, identidad de marca, uniformes. Qué importantes son los uniformes. Importantísimos. El cargo se viste. Como te ven te tratan.
Por empezar: la policía es una organización con cuerpo y rostro humanos. Manejar la imagen de marca de, ponele, una cerveza, es medio un embole: es un objeto inanimado, una lata llena de líquido. En el marketing convencional se suele restar importancia al hecho de que poco importa cuán buena sea tu publicidad si tu servicio al cliente es deficiente o, peor, irritante. El servicio al cliente es donde la goma toca el asfalto (alto cliché anglosajón). La policía, además, tiene la misma ventaja y desventaja que los proveedores de telefonía, cable, no pocos bancos, compañías aéreas y automotrices: es un monopolio.
Hagamos un diagnóstico de situación. Los descréditos de la institución policial son conocidos, a saber:
- Los estratos socioculturales más bajos detestan a la gorra por sus abusos, corrupción, brutalidad, “racial profiling” (la tendencia que tienen los oficiales de polecía yanquis a detener a minorías étnicas en mucho mayor proporción que a blancos).
- La gente de izquierda cuestiona a la policía fundamentalmente por identificación mimética con la clase trabajadora.
- Los estratos socioculturales más altos perciben a los vigilantes con desconfianza y desprecio, los consideran ineptos, torpes, vagos, lentos, burocráticos, tramposos, venales. Ante la duda, los pudientes prefieren contratar seguridad privada.
- La gente de derecha dice apoyar y valorar a las fuerzas de seguridad. Sin embargo, particularmente en Estados Unidos, defiende a ultranza el derecho de portar armas para defensa propia. Me parece que tanto no confían en la idoneidad policial si sienten la necesidad de andar armados por la vida, ¿no? Confío plenamente en mi pareja pero por las dudas me pongo un condón.
Las fuerzas de seguridad están atrapadas en una paradójica lucha de clases de la que podría desmarcarse con relativa facilidad. Imaginate lo que siente un gendarme raso, mal pago, criollo, cobrizo, jetón, retacón, bien de tierra adentro, cuando viene un hípster caucásico de ojos azules, trenzas, tatuador de profesión, le avienta una molotov y le dice "sos la dictadura". Haceme el favor. Pero no nos metamos con el caso Maldonado que es para quilombo.
La gorra en sus diversas manifestaciones abreva y recluta su personal exactamente en los mismos niveles socioeconómicos que la delincuencia, tanto la de inclinaciones violentas como la de guante blanco. Un problema similar al de la iglesia, que hace ya una generación o dos que no atrae el mejor talento disponible en la fuerza laboral. Lamentablemente, hoy por hoy, ser cura o policía es una profesión de gente con bajas aspiraciones a la que se llega más por descarte que por vocación, salvo escasas excepciones. No disparen, solo soy el mensajero.
Una buena marca atrae talento. Una buena marca no sólo ayuda a vender productos y servicios. Una buena marca sube la cotización de una empresa u organización (bursátil y de la otra). La fuerza de la marca Apple no sólo sirve para vender telefonitos y chirimbolos. También tiene como consecuencia que los mejores ingenieros de las mejores universidades del planeta quieren trabajar en Cupertino, a veces, en no pocos casos, haciendo concesiones salariales.
Digresión: este fenómeno se da en muchas industrias. Verbigracia: las agencias de publicidad más premiadas suelen tener a su disposición ejércitos de trainees y pasantes no remunerados dispuestos a romperse el lomo gratis a cambio del prestigio profesional que supuestamente obtendrán a cambio. Chapear. Es decir, los papis y mamis de estos trainees subsidian el funcionamiento de dichas agencias. Acojonante. Es más, supe trabajar en una reconocida agencia (española) que en una época COBRABA miles de euros a sus pasantes, como si fuera una exigente universidad privada, dado el glamour que estos botijas podían incorporar en su currículum tras haber estado ahí.
Brillante. Me fui por las ramas. ¿Dónde estábamos? Ah, sí. La dificultad que tiene la policía para atraer recursos humanos.
Anécdota: una excompañera mía de trabajo que se crió en una barriada no del todo amigable de una poblada ciudad estadounidense acostumbraba decir, medio en joda medio en serio, que entre sus compañeros de secundaria los peligrosos se hicieron narcotraficantes y los muy peligrosos se hicieron policías.
Pero pasemos ahora al lado positivo.
To be continued.