Con su tercer disco recién salido, Juan Ingaramo encontró un sonido propio y original. Lo que él llama música urbana, un tipo de canción muchas veces ninguneada por la crítica por considerarla menor. Siempre hizo elecciones jugadas, corriéndose de lo que se espera de un músico joven: no fue nunca un músico de rock. Su primer disco se llamó Pop Nacional, un especie de título manifiesto desde el que establecía su visión del mundo.

Rodeado de jóvenes músicos, se empapó de otra forma de componer, de llegar a las canciones. Dakillah, Louta, Ca7riel, todos ellos forman parte de Best Seller, disco que Ingaramo presenta el 23 en Niceto Club. Todavía se sorprende de las convocatorias amplias, de que se sepan sus temas, de que se canten sus canciones. Momento punto caramelo, entonces, para conocer en vivo a este cordobés etéreo, gente con swing.

—¿Estudiaste música?

—Sí, terminé el cole y me mandé a la facultad a estudiar licenciatura en composición musical. Hice dos años y paralelamente estudiaba en una privada “producción y arreglos”. Todo eso en Córdoba Capital. Yo era baterista y tocaba el piano por hobbie, mal. Siempre lo toqué mal, tendría que ponerme a estudiar piano.

—Hay toda una movida cordobesa, algo generacional. Lo que podríamos llamar una escena. Rayos Láser, Hipnótica, De La Rivera, vos. ¿Por qué se dio?

—El tiempo, cuando estás en sincro con lo que está pasando a nivel estético, y lo regional, que es cuando te identifica el lugar de donde venís. Si sos japonés y hacés tango no tiene la misma fuerza que si sos santiagueño y hacés chacarera. La escena tiene su cadencia, empezás a diseccionarla y encontrás colores en común, que deben tener que ver con el paisaje, con el aire. ¿Por qué hablamos como hablamos? Nadie lo sabe. Los sanjuaninos, los mendocinos, cuyo, hablan parecido. El norte, habla parecido. El centro, Buenos Aires, La Pampa, Rosario, también. Pero Córdoba, ¡sólo como los cordobeses!

—¿Cómo te llevás con la deconstrucción masculina?

—Es un proceso que tengo en carne viva todo el tiempo. Que es estar alerta al nuevo paradigma, que a su vez se está definiendo mientras tanto. Como hombres tenemos doble tarea. Es difícil pero es urgente. Escuchar y aprender. Me replantea incluso el tema del rol del músico: ¿por qué te ponés en un escenario, delante de mucha gente, y sos objeto de culto? Es raro también.

—¿Te gusta el rol de frontman o o sufrís un poco?

—Lo estoy aprendiendo a disfrutar. Que venga gente, que cante los temas, que se arme eso que está pasando ahora. No sé todavía bien cómo es. Lo único que me deja tranquilo es mi trinchera, que es el escenario. Y mientras suena la música uno se conecta con otra cosa. Y es puro disfrute. Es una rueda que pasa por mí y que después pasa por el público. Y así va girando. Es dialéctico. Se construye desde los dos lados.

—Tenías 25 años en tu primer disco y le pusiste Pop Nacional, toda una toma de posición.

—Sin duda el gusto estaba y es la música que me gusta pero también había una necesidad artística de un espacio de transgresión. Para mí el arte es un espacio de libertad, que puede generar algún cambio. Y en ese sentido me parecía que el pop era un tela mucho más en blanco que las otras ramas más exploradas.

—Tu obra está muy atravesada por las nuevas tecnologías. Hay muchas referencias al mundo de las redes sociales. 

—Es como vivimos ahora y creo que las canciones son traducciones de eso. Es muy zarpado como nos relacionamos que el aparato este de mierda. O no. Construimos morales, éticas, egos, vidas, a través de lo que pasa ahí, es muy loco. Los seguidores, los views. Se queda sin batería y no hay nada. Esa es la gran contradicción de esta época. Antes no veías lo que hacía John Lennon todo el día. Pero es la que nos tocó a nosotros. Igual a mí me divierte.

—En Pyramide de Dante Spinetta escuché quizás la primera referencia directa al celular como objeto de la vida. Pa tras, ese “arriba las manos levanten el celular, saquense una foto pa mañana recordar”. 

—Los Kuryaki, a nivel lírico, rítmico, hacían un género que acá no existía, decían cosas que acá no se decían. Yo no entendía ni qué era: tenía 5, 6 años cuando salió Chaco. Pasa que ellos eran muy jóvenes también. Y pasa eso con Duki ahora. Los jovencitos marcan a los más jovencitos. Están más conectados. Es natural que así sea.

—En Best Seller te diste el gusto de grabar con muchos niñitos de la nueva guardia.

—Dakillah tiene 17 años. Grabé con ella y fue descubrir una forma nueva de hacer música. Muy arriba. Tiene un talento descomunal y está conectada con otra estructura creativa que nosotros no tenemos, y es muy loco. Estoy seguro, por ejemplo, que Dakillah no escuchó mucho Babasónicos, ¡porque es muy chica! Y que salió de la plaza, de la improvisación, del celular. Es la primera vez que soy viejo. Mejor dicho, no soy viejo pero hay gente más joven haciéndolo. La cuestión es estar abierto a los estímulos. Los grandes de verdad están bien conectados y siguen ahí, no se aíslan. Herbie Hancock se junta con John Mayer; McCartney en el disco anterior sacó un tema con Rihanna; ahora a Rosalía la está buscando todo el mundo porque nadie lo puede creer.

—El disco del año, El Mal Querer de Rosalía, para mí.

—Muy fino, muy elevado. El año pasado fui a tocar a Barcelona y ahí me empapé un poquito de la escena y me fui al Parque Güell, solo, una mañana, con el disco anterior de Rosalía, porque la había escuchado en un tema de un trapero que se llama C. Tangana. Estaba increíble lo que hacía. Hace un año, y escucho Los Ángeles, que es su primer disco, que es purista, guitarra y voz. La piba cantando lamentos. Escuché tres temas y me lo saqué porque me daban ganas de llorar, literal. Y ahora sale con esto, entonces doble mérito, porque condensó esa pureza en otra cosa. Está renovando una tradición.

—¿Un argentino puede hacer reguetón?

—Sí, el que quiera puede hacer reguetón. El tag correcto de lo que hago yo es “música urbana”. Y dentro de la música urbana hay diferentes colores: el trap, el reguetón, el hip hop. Stravinsky decía que componer era un 10 por ciento de inspiración y un 90 de trabajo. Lleva laburo encontrar la canción. Y es un laburo conceptual y de libertad. Una trinchera entre el instagram y todo eso. Hay una forma nueva de componer que se llama top lining: el top line es como la línea de arriba, es construir sobre situaciones armónicas o rítmicas ya planteadas. Con un instrumental de un productor. Empezás a desarrollar conceptos, los pulís, o los ponés en otro lado. Es apasionante. Es como una arquitectura de la música. Generacionalmente nos tocó ser todo: compositores, productores, agentes de prensa, managers, ingenieros de grabación. Ser músico también se está redefiniendo. Dakillah es una música de la puta madre y no creo que sepa tocar nada. Tiene una intuición, una creatividad increíble, para construir gancho, balances melódicos.

—Una generación de músicos que no tocan instrumentos es una excelente noticia para Pappo.

—Esa discusión puso en agenda un tema que nos sirvió, a mí me hizo preguntar un montón de cosas. Hoy venía escuchando Para los Árboles de Spinetta y es todo electrónico, es súper futurista. Creo que la incomodidad en el arte es muy orgánica, es un lugar desde donde construir.

—Volviendo a Best Seller, encontraste un sonido muy original.

No sé si puedo decir que encontré algo. Entran algunas variables como el tiempo y la región, yo soy latino. Y Córdoba es una ciudad colonizada por ritmos centroamericanos, a través del cuarteto. Estamos atravesados por toda esa energía. Cómo no voy a intentar hacer propia una energía estética que sale de mi tierra. Al contrario, si no lo hubiera hecho sería peor. Hubiera sido peor que haga indie rock, que me vista como un inglés.

—¿Cuanto falta para que se deje ver al reguetón como un genero menor?

—Recién empieza. Es como el rock en los 50, que era una boludez. Todos los temas iguales. Cuatro acordes. La letra era una verga. Y después vinieron los artistas y los intelectuales a decir, “ah, esto es materia prima”. Dylan, Lennon, Brian Wilson, miles. Yo creo que puede pasar esto con el reguetón. Que venga el arte a usarlo como materia prima, generacional, temporal, estética. Musicalmente es riquísimo. Ya está pasando en Francia que lo interpretan y tienen su re personalidad. Porque ellos tienen africanos y reguetón también viene de áfrica. Es un flash. Ese sonido nuevo también es una actitud, no es sólo música para bailar, para una fiesta. El reguetón es también una música para flashear.

Cuestionario Flotante: Juan Ingaramo

—¿Cuál es la ensalada ideal para acompañar un bife?

—Rúcula y parmesano.

—¿Qué te olvidás de comprar cuando vas al supermercado?

—Jabón.

—Si tuvieras que elegir un personaje de Los Simpsons para naufragar en una isla desierta, ¿cuál elegirías?

—Marge.

—Una banda para recomendar en Spotify.

—Conociendo Rusia.

—Emoji que más usás.

—¿Una torta o un tostado?

—Una torta.

—Algo para recomendar que hayas visto recientemente en Netflix.

—Atlanta.

—Tu puteada favorita.

—Culeado.

—El músico más grosso con el que compartiste un escenario.

—Fer Ruiz Díaz de Catupecu Machu, la única banda de la que tuve una remera en mi adolescencia, era devoto de Cuentos Decapitados, toda esa época, en el escenario fue una montaña rusa. Y Adrián Dárgelos.

—Canción que te hubiera gustado componer.

—Isn't she lovely de Stevie Wonder.