Perdimos (casi) todos
Diez mil kilómetros separan Buenos Aires de Madrid. De prometer una final con público visitante a que ni siquiera estén dadas estén las condiciones para jugarla en el país. El fracaso de una gestión que no puede garantizar ni un partido de fútbol.
Desde el minuto cero el presidente se metió de lleno en la Superfinal para tratar de sacar rédito -político y deportivo- del evento. "Hoy me levanté y dije "vamos a hacer que esta final tenga el condimento del fútbol argentino"", afirmó Macri, quien, además, aseguró que nuestro país estaba preparado para semejante organización. La jugada parecía muy arriesgada. Los clubes, en cambio, estuvieron rápidos de reflejos, cerraron filas y rechazaron de plano la propuesta presidencial. Menos mal.
La realidad demostró que los operativos de seguridad realizados por el Gobierno no impidieron que el micro de River Plate sea apedreado en la ida. Inesperadamente para el mejor equipo de los últimos 50 años, en el fallido partido de vuelta el ómnibus de Boca Juniors también recibió todo tipo de proyectiles, esto agravado por los gases lanzados por las fuerzas de seguridad, desembocando en la suspensión del partido. De manual.
Es importante destacar que la responsabilidad de todo lo que pasó es política. Lo que falló no fue la sociedad ni sólo es la culpa de unos pocos inadaptados. Los que fallaron fueron los que vienen fallando hace tres años en el gobierno y esta vez tenían la responsabilidad de cuidar un micro. Un-mi-cro. No tomaron los recaudos necesarios para que los jugadores de Boca y sus dirigentes llegaran en condiciones al estadio Monumental. Ni una hoja de ruta en CABA pueden asegurar.
La gravedad del asunto llevó a que tenga que renunciar el ministro de Seguridad porteño, Martín Ocampo. El mejor amigo de Angelici estaba de viaje en Carmelo, Uruguay, y no supervisó el operativo de seguridad más importante previo al G20. Su renuncia es inusual dentro de la lógica PRO, en la cual no suelen sacrificar a sus funcionarios por sus inoperancias. Pero esta vez tuvo que rodar una cabeza, alguien se tenía que hacer cargo.
Esto también revela una nueva escalada en la tensión dentro del propio partido gobernante. Una interna entre Nación y Ciudad. Tanto Mauricio Macri como Patricia Bullrich se desligaron del asunto dejando en offside al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. La frutilla del postre es que Ocampo volvió a su rol de fiscal en la Ciudad y será el encargado de investigar las fallas de su operativo de seguridad. True story.
El propio Presidente brindó una conferencia de prensa para despegarse del tema, aún cuando fue él mismo quien había garantizado que estaban dadas las condiciones para que la final fuera una fiesta en paz. El discurso de Macri, junto a la ministra de Seguridad y el ministro de Justicia, respondió al libreto clásico del oficialismo: adjudicar el problema a un enemigo –los barras en este caso– contra el que se está luchando pero, a pesar de contar todos los instrumentos del Estado, se está perdiendo la batalla. Una lavada de manos inaceptable.
Por acción u omisión oficial los hinchas de River Plate se van a ver privados de ver la final en su estadio, mientras que los de Boca Juniors tal vez no puedan dar la vuelta en la cancha de su eterno rival. Era el partido con el que soñaban casi todos los argentinos y que ya no va a ser de la misma forma.
Irónicamente, la final de la Copa Libertadores de América se va a jugar en la capital de España. En un partido que aún no se jugó, todos los hinchas somos los perdedores. Perdimos todos por culpa de los mismos de siempre, pero la Conmebol, los barras, los sponsors y todos aquellos que sacaron provecho de esta situación ganaron porque el negocio no se mancha y el show debe continuar. ¡Cuánto dolor, querido Rey!