Si bien el fútbol como deporte ya tenía más de medio siglo, el verdadero Big Bang de los que nos consideramos enfermitos por la pelota fue el Mundial de 1930. Y fue un Big Bang silencioso. Mientras el Río de la Plata era de lava, en el resto del mundo no le dieron mayor importancia a la copa.

Italia, Holanda, España y Suecia fueron los candidatos a albergar la competición, en la que como corresponde a un primer evento, todo fue fundacional. ¿Y qué mejor lugar que Uruguay para eso? ¿Qué tipo de orgullo podría mostrar hoy un holandés al exhibir una esquina cualquiera en la que supuestamente estaba el círculo central en el que se movió la redonda por primera vez en la competencia más importante del mundo? ¿Algún sueco inflaría el pecho diciendo que en el estadio de su club se pateó el primer córner de la historia? Basta con preguntarle a cualquier hincha de Nacional o Peñarol cuál de los clubes nació primero para tomar una dimensión de la importancia que le dan en Uruguay a lo fundacional.

Nadie quería venir a jugarlo. El francés Jules Rimet, presidente y fundador de FIFA, prácticamente tuvo que obligar a su federación a participar luego de la baja de selecciones europeas. Los galos junto a Rumania, Yugoslavia y Bélgica fueron los motivos por los cuales el del 30 fue un Mundial y no una Copa América; siete países representaron a este continente, mayor cantidad hasta ahora.

Uruguay 1930: un Big Bang silencioso

El primer gol lo hizo Lucien Laurent, justamente un francés, en una cancha que tenía capacidad para 1.000 personas y ya no existe. Brasil, el más campeón a la fecha, debutó en mundiales perdiendo ante un país que tampoco existe: 1-2 ante Yugoslavia.

¿Y nosotros? El primer gol de nuestra historia en mundiales lo convirtió Luis Monti, un mediocampista surgido de Huracán, con paso por San Lorenzo y único jugador en la historia en jugar dos finales con selecciones diferentes: la argentina en el ‘30 y la italiana en el ‘34. "En 1930, en Uruguay, me querían matar si ganaba, y en Italia, cuatro años más tarde, si perdía”, es la frase que se le atribuye.

Algo de eso hubo, al parecer. "Monti casi se pone a llorar cuando se enteró que tenía que jugar la final pese a las amenazas que había recibido”, relataba Pancho Varallo, joven promesa de aquel equipo y máximo ariete histórico boquense hasta la llegada de Martín Palermo.

Varallo, último protagonista de aquella final en abandonar este mundo nos dejó una horrible herida en lo más profundo de la virilidad rioplatense; perdimos la final (2-4 tras irnos 2-1 arriba al descanso) por cagones. "Nosotros no le podíamos ganar a los uruguayos porque éramos cobardes”, explicó al diario La Prensa en 2001. "La mayoría de los jugadores les tenían miedo, y ellos siempre nos ganaban porque eran más guapos” reveló Pancho, con una indignación que le duró hasta el último día de sus cien años de edad.