"No va a pasar, no va a pasar”. Cuando el debate sobre fantasmas y escenarios apocalípticos se traba en hipótesis sobre lo que viene, al lado del Presidente responden igual que cualquier mortal que no quiere vivir acontecimientos traumáticos. La negación -y la forma- de uno de los ministros claves de Mauricio Macri confirma el optimismo a prueba de balas que blinda a los convencidos en el arranque de un segundo semestre que tritura la propaganda amarilla.

Con prescindencia de los indicadores de la realidad que el propio gobierno difunde, la confianza de los altos mandos del macrismo es absoluta. Pocos pero convencidos, al mejor estilo de cualquier secta, ven la luz al final del túnel: un mañana de repunte económico y un ciclo virtuoso a la vuelta de una esquina, que está lejos.

Con prescindencia de los indicadores de la realidad que el propio gobierno difunde, la confianza de los altos mandos del macrismo es absoluta.

Desde Macri hasta el último sin tierra que pelea contra la intemperie en un conurbano cada día más hostil, la actitud es la misma. Aprietan los dientes ante el impacto de los aumentos inagotables de precios y tarifas, piden paciencia con la tasa de interés, relativizan la caída en el empleo y, lo más importante, se aferran a la visión de que la olla a presión que se cultiva en lo más bajo, finalmente, no va a explotar. Es cuestión de fe y eso no se discute.

Si se cumple el ciclo de recuperación que anuncian Macri y Nicolás Dujovne -con cosecha récord y tracción de Vaca Muerta- y el macrismo se ratifica en las urnas, el duranbarbismo dejará el respirador artificial que le extiende los días y regresará como religión posmoderna. Falta una eternidad para eso: si más adelante se concreta, hoy nadie puede advertirlo fuera del templo oficialista.

Con una seguidilla de indicadores tan negativos como contundentes, el ajuste en los bolsillos se acelera. La inflación se traga el poder adquisitivo y la conflictividad sindical encuentra, cada día, mayores fundamentos. Pese a todo, el malhumor está encausado por un frágil andamiaje del que participan el gobierno y la oposición. Algo más grande está amortiguando en las profundidades el hastío y la desesperanza que marcan las encuestas. Quizás sea lo que contenta al macrismo puro: la falta de alternativas ante un presente de frustraciones. Un problema que se actualiza para el PJ cuando el dólar se mantiene en pausa y retorna la sensación de un poder que recupera el control de los debates, con fuegos de artificio.

Quizás sea la falta de alternativas ante un presente de frustraciones lo que contenta al macrismo puro.

Dividido en dos corrientes que parecen irreconciliables, el peronismo necesita la crisis del macrismo para alimentar sus ilusiones. Aún en pleno ajuste, la oposición permanece como espejo más o menos refractario, pero no se consolida como propuesta de poder. La vigencia de una Cristina refugiada en el silencio no sólo se explica por la nostalgia que genera Macri. También por la ausencia de competidores con capacidad de activar en política el mercado de futuros. Como el macrismo se empeña en negar el peor escenario -"no va a pasar, no va a pasar”-, la oposición precisa visualizarlo en el horizonte para creerse con chances. Si unos y otros proyectan un 2019 que se aproxime a sus deseos, el riesgo de los opositores es terminar como el Presidente, desligados del presente que ahora perturba a descontentos y decepcionados, sus potenciales votantes.

Lo marca una encuesta reciente de Celia Kleiman que ubica a los problemas de la economía -aumentos, bajos salarios y desocupación- como principal preocupación para el 56% de los consultados. En base a 3300 casos en todo el país, el sondeo muestra que la clase política y la corrupción aparecen como primer motivo de disgusto para el 29,5%. Frente a un proceso de final incierto, los encuestados razonan al revés que la dirigencia: sin confianza en que el futuro vaya a beneficiarlos de algún modo. Son ese tipo de indicadores los que miran con atención los insatisfechos como Marcelo Tinelli. Un descontento que no derive en la migración del oficialismo a la oposición sino en un escenario de mayor descrédito para la política. Más alto del que ya existe hoy, aunque no se perciba en medio de la polarización.