A la altura sin árboles del monumento a San Martín, me pega el sol en el pecho y en el cuello, y soy más un animal que una persona.

Todos vimos que el verano energiza las emociones, y que la fidelidad es una convicción vinculada al mes de agosto.

Pero en estos meses hay mucha gente que prefiere pasar de la bacanal para concentrarse en la fiesta privada de ponerse en cola con una sola persona.

Hay un menú estándar de razones para ser fiel, sabiendo que hay que estar atento al freno de mano en territorio de derrape.

La primera es llevar encima el peso doliente de la posesión. Todo fiel es un poco un abogado crispado exigiendo reciprocidad en el cumplimiento del contrato.

O por ahí hay almas puras que adquirieron el budismo por YouTube o les copa Jesús y están en la de darse y no andar calculando.

Otros son fieles en un check list de vida estoica. Uno de esos, con el típico traje gris con el lompa medio corto que te dan ganas de decirle bajalos a tomar agua, me dijo que era fiel para cumplir con su palabra.

Algunos prefieren evitarse la logística del cuerno, tener que regular una ducha con suficiente jabón para dejar de oler a otra persona teniendo cuidado de no pasarse, y llegar lovely smelling a recién bañado.

Les que le pasan bomba están fascinados con un solo parque de diversiones. Otros se quedan quietos en el marco de una vida gris Club Social y Deportivo Modart.

Es fácil ser fiel yendo a donar sangre a las ocho de la mañana, el tema es en el bolocco. La temptation hecha encanto de persona acecha más en los lugares con luz cálida.

Sometida al test de la realidad, la fidelidad es el ejercicio de elegir qué hacer con ese hormigueo tranqueras afuera. Ojalá nunca me den demasiadas ganas, dice un seleccionado militante de fieles, de monopolistas del catre, algunos te dicen de giles que se pierden una nueva fiesta desnuda en el mundo.